La Vanguardia - Culturas

Una postal de cinco metros desde Lima

- ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN

De creer algunas narracione­s, las circunstan­cias del nacimiento del pintor Francisco Pancho Fierro (Lima, 18071879) fueron un tanto singulares: atendida por una comadrona superstici­osa y para tener un parto feliz, su madre dio a luz “con un sombrero de jipijapa (un panamá) en la cabeza después de haber sido sometida a una serie de sufrimient­os inverosími­les, como saltar sobre un brasero ardiendo llevando una llave macho a la espalda”. Es posible que así fuera, o que el mito creado sobre el artista peruano confundier­a al autor con su entorno, la Lima del XIX, plebeya, criolla, festiva, tradiciona­l y bullanguer­a, mulata y mestiza, como refleja esta acuarela de casi cinco metros de largo, Procesión de Semana Santa

en Lima, también denominada Procesión

de Semana Santa en la calle de San Agustín de Lima y Procesión del Jueves Santo en la

calle de San Agustín, joya de la colección de la Hispanic Society, que ahora se muestra en el museo del Prado y que Fierro pintó en la década de 1830.

El mismo biógrafo (José Flores Araoz) que tan creativame­nte describió la llegada al mundo de Fierro no tuvo reparo en definir al pintor como “artista mulato, saldo de un momento de placer entre un blanco lascivo y una negra condescend­iente”. Pancho Fierro era, efectivame­nte, hijo del sacerdote criollo Nicolás Mariano Rodríguez del Fierro y Robina, procedente de una reputada y rica familia y doctor por la universida­d de San Marcos, y de una criada afrohispan­a de la casa, María del Carmen Palas. Mulato por nacimiento y cultura en una sociedad en la

que cualquier combinació­n racial estaba convenient­emente etiquetada, tal como muestran las denominada­s pinturas de

castas, como la tela del mexicano Juan Rodríguez Juárez Las castas: de mestizo e india produce coyote (1716-1720), que también puede verse ahora en Madrid, Fierro no podía aspirar al blanqueami­ento al que sí podían llegar los mestizos si en cada generación se añadía sangre blanca. Desde esta situación periférica, Fierro se convirtió en el retratista de una cierta Lima a través de sus acuarelas costumbris­tas, un género que llegó a ser tan popular que pronto empezaron a surgir imitacione­s y falsificac­iones llegadas, oh sorpresa, de China...

Las décadas de 1820 y 1830 vieron la apertura de la mayoría de naciones de Latinoamér­ica a los mercados internacio­siones nales. Como explica la estudiosa Natalia Majluf en Tipos del Perú. La Lima criolla

de Pancho Fierro (Ediciones El Viso), la llegada de un muy numeroso contingent­e de diplomátic­os, comerciant­es o marinos dio lugar a una florecient­e industria de estampas, la mayoría acuarelas, en las que se mostraba la vida cotidiana de los nuevos países a través de sus tipos, representa­ciones tanto de las diferentes profe- como de las etiquetas raciales; proliferar­on así los llamados libros de trajes, con caballeros y damas vestidos a la moda europea o local, vendedores, lavanderas, trabajador­es del campo y las haciendas... En suma, una imaginería costumbris­ta paralela a la literatura surgida en el mismo periodo, que contribuir­ía en gran medida a la construcci­ón de la identidad nacional y que llamaría tanto

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