Una postal de cinco metros desde Lima
De creer algunas narraciones, las circunstancias del nacimiento del pintor Francisco Pancho Fierro (Lima, 18071879) fueron un tanto singulares: atendida por una comadrona supersticiosa y para tener un parto feliz, su madre dio a luz “con un sombrero de jipijapa (un panamá) en la cabeza después de haber sido sometida a una serie de sufrimientos inverosímiles, como saltar sobre un brasero ardiendo llevando una llave macho a la espalda”. Es posible que así fuera, o que el mito creado sobre el artista peruano confundiera al autor con su entorno, la Lima del XIX, plebeya, criolla, festiva, tradicional y bullanguera, mulata y mestiza, como refleja esta acuarela de casi cinco metros de largo, Procesión de Semana Santa
en Lima, también denominada Procesión
de Semana Santa en la calle de San Agustín de Lima y Procesión del Jueves Santo en la
calle de San Agustín, joya de la colección de la Hispanic Society, que ahora se muestra en el museo del Prado y que Fierro pintó en la década de 1830.
El mismo biógrafo (José Flores Araoz) que tan creativamente describió la llegada al mundo de Fierro no tuvo reparo en definir al pintor como “artista mulato, saldo de un momento de placer entre un blanco lascivo y una negra condescendiente”. Pancho Fierro era, efectivamente, hijo del sacerdote criollo Nicolás Mariano Rodríguez del Fierro y Robina, procedente de una reputada y rica familia y doctor por la universidad de San Marcos, y de una criada afrohispana de la casa, María del Carmen Palas. Mulato por nacimiento y cultura en una sociedad en la
que cualquier combinación racial estaba convenientemente etiquetada, tal como muestran las denominadas pinturas de
castas, como la tela del mexicano Juan Rodríguez Juárez Las castas: de mestizo e india produce coyote (1716-1720), que también puede verse ahora en Madrid, Fierro no podía aspirar al blanqueamiento al que sí podían llegar los mestizos si en cada generación se añadía sangre blanca. Desde esta situación periférica, Fierro se convirtió en el retratista de una cierta Lima a través de sus acuarelas costumbristas, un género que llegó a ser tan popular que pronto empezaron a surgir imitaciones y falsificaciones llegadas, oh sorpresa, de China...
Las décadas de 1820 y 1830 vieron la apertura de la mayoría de naciones de Latinoamérica a los mercados internaciosiones nales. Como explica la estudiosa Natalia Majluf en Tipos del Perú. La Lima criolla
de Pancho Fierro (Ediciones El Viso), la llegada de un muy numeroso contingente de diplomáticos, comerciantes o marinos dio lugar a una floreciente industria de estampas, la mayoría acuarelas, en las que se mostraba la vida cotidiana de los nuevos países a través de sus tipos, representaciones tanto de las diferentes profe- como de las etiquetas raciales; proliferaron así los llamados libros de trajes, con caballeros y damas vestidos a la moda europea o local, vendedores, lavanderas, trabajadores del campo y las haciendas... En suma, una imaginería costumbrista paralela a la literatura surgida en el mismo periodo, que contribuiría en gran medida a la construcción de la identidad nacional y que llamaría tanto