Catalán-castellano, diálogo discontinuo
En Barcelona y en Catalunya coexisten, al menos desde el siglo XV, dos lenguas de creación literaria. Los autores de ambos grupos, con fronteras muy imprecisas, han tenido épocas de mayor y demenor proximidad. ¿Cuál es la situación en el momento actual? D
El pasado 2 de diciembre de 2016, con motivo de la concesión del premio Cervantes a Eduardo Mendoza, el columnista de La Vanguardia Francesc-Marc Álvaro publicó un artículo de opinión, titulado Un
Mendoza desconocido, en el que rememoraba ciertas tertulias de escritores organizadas hace ahora “quince o veinte años” por Xavier Bru de Sala. En dichos encuentros se daban cita autores barceloneses que ejercían su labor tanto en lengua catalana como castellana (“para hacernos una idea de lo que fue, diré que asistían elementos tan diferentes como Félix de Azúa y Miquel de Palol”) y que entretenían las veladas debatiendo sobre todo tipo de asuntos y, por qué no decirlo, divirtiéndose de lo lindo. O al menos así lo recordaba el periodista en un artículo que, de repente, cambiaba bruscamente de tono para acoger una afirmación que acaso re quiera de un análisis más profundo :“Supongo que un encuentro de estas características sería inimaginable hoy”.
¿Tiene razón Francesc-Marc Álvaro cuando asegura que actualmente no podría darse un encuentro de carácter distendido en el que participaran escritores barceloneses que desarrollan su trabajo en cualquiera de las dos lenguas presentes en la ciudad? ¿Tanto ha degenerado la relación entre las dos tradiciones narrativas como para que sus representantes ni siquiera puedan sentarse a una misma mesa? ¿Acierta el periodista cuando, en ese mismo artículo, dice que ahora “hay personajes que parecen felices cultivando el insulto y la bilis contra los colegas”? Todos los autores, editores y agentes culturales consultados para este reportaje se muestran tajantes en su respuesta: no. Sin embargo, el tema tiene la suficiente enjundia como para que hoy, cuando la política parece ha- ber infectado todos los sectores de la sociedad, nos de tengamos a escrutar el modo en que se relaciona n los escritores que, compartiendo un mismo marco geográfico, desarrollan su trabajo en un ambiente lingüístico diferente.
Si se habla detenidamente con los autores que residen en esta ciu- dad, encontramos dos quejas recurrentes: los que escriben en castellano aseguran estar viviendo una situación de desamparo institucional inédita hasta el momento, es decir, consideran que la Generalitat no sólo no les presta atención, sino que los relega a un segundo plano; mientras que los que escriben en catalán lamentan que sus colegas de la otra lengua no los lean con lamisma fruición con la que lo hacen ellos, o sea, se sienten ninguneados por los escritores en castellano. Pero hay un apartado en el que los representantes de ambas tradiciones coinciden: los dos mundillos, el catalán y el castellano, no se mezclan, no interactúan, no intercambian opiniones. Por decirlo en pocas palabras: Barcelona está intelectualmente partida en dos y, pese a que todas las personas consultadas se muestran interesadas en revertir esta situación, nadie hace absolutamente nada para unir dos universos que, en realidad, comparten una misma pasión: la literatura.
Ha pasado más de medio siglo desde que Jordi Rubió i Balaguer dejara para la posteridad aquella frase según la cual “no es lo mismo la literatura catalana que la historia de la literatura en Catalunya”. La afirmación contiene una verdad tan evidente que sería tedioso tratar de demostrarla desplegando aquí la lista de escritores locales que han desempeñado su trabajo en uno u otro idioma, pero tampoco está demás dedicar unas líneas a la reciente evolución de dichas lenguas en nuestras letras.
Es evidente que la irrupción del franquismo abrió una brecha descomunal dentro del mundillo literario, dividiéndolo entre quienes nunca dejaron de defender el catalán como lengua de expresión escrita, aun cuando fuera desde el exilio, y quienes aceptaron el español como única vía para seguir pu--