Orgullo artístico gay
Exhaustiva exposición en la Tate Britain de Londres
La muestra dedicada al llamado arte queer (arte vinculado de un modo u otro con la idea de la homosexualidad) no es la primera de ese tipo que he visto en los últimos meses. A partir del 14 de junio y hasta el 10 de septiembre, bajo el título de La mirada del otro: escenarios para la diferencia, el Museo del Prado presenta un nuevo itinerario ex positivo en el que a través de una selección de obras, como Orestes y Pílades, dela Escuelade Praxiteles, o Aquiles entre las hijas de Licomedes, de Rubens, se quiere hacer visible “la consideración y la fortuna en el arte y en la sociedad de su tiempo de artistas, modelos y coleccionistas cuya memoria ha quedado mar cada por su identidad sexual ”.
La muestra de la Tate B rita in abarca el período que va desde 1861, año en que se abolió en el Reino Unido la pena de muerte por el delito de sodomía, hasta 1967, cuando empezaron a levantarse los castigos legales por actos homosexuales. Esos castigos sólo se aplicaron a los hombres, nunca hubo castigos legales británicos para el lesbianismo.
En una época de igualdad de género como la nuestra semejante disparidad para haber incomodado a los organizadores, como queda simbolizado en la cubierta y la contracubierta del catálogo de la exposición. La cubierta muestra un autorretrato severamente masculino de la artista lesbiana Gluck, cuya orientación sexual fue bien conocida a lo largo de una carrera que le proporcionó una posición respetablemente elevada pero desde luego no dominante entre los artistas británicos de su generación. La contra cubierta está ilustrada con una glamurosa fotografía del
modelo artístico y memorialista Quentin Crisp, una imagen absolutamente campen la que luce un gran anillo y unas largas y aletean tes pestañas. Si uno no sabe quiénes el modelo, jamás diría que la imagen representa aun hombre.
Por supuesto, la muestra incluye un retrato de Oscar Wilde, quien se convirtió en la más famosa víctima británica de la legislación antihomosexual; también incluye la puerta de la celda en la que estuvo encerrado, sacad a de la cárcel de R ea ding. Ahora bien, por lo general, la primera sección de la muestra aborda carreras y situaciones que estuvieron llenas de ambigüedades. Se incluyen dos de los artistas más famosos del momento, muy activos en la sociedad londinense: lord Leighton, presidente dela Royal Academy, y el estadounidense John Singer Sargent, el retratista de moda en la época edu ar diana. Ambos vivieron y murieron célibes, pero no parecen existir pruebas concluyentes sobre su orientación sexual. Lo mismo ocurre con Aubrey Beards ley, considerado como el decadente pro-
Los castigos legales sólo se aplicaban a los hombres, lo que parece haber incomodado a los organizadores
to típico. Se exhiben dos de las ilustraciones que hizo para Lisístrata, la atrevida co media de Aristófanes. Las imágenes muestran hombres con grandes erecciones, pero el texto al que hacen referencia no tiene como te mala homosexualidad.
La muestra también presta atención a la arraigada tradición teatral británica de los actos de travestismo, que en el período abarcado pretendían ser casi siempre cómicos. En cambio, nada se dice de que, desde una perspectiva más amplia, esa tradición se remonta al teatro de Shakespeare, donde eran jóvenes actores quienes interpretaban todos los papeles femeninos, como los de lady Macbeth. La exposición intenta serlo más inclusiva posible. Hay obras de escritores y artistas del grupo de Bloomsbury, que en bastantes casos hicieron gala de actitudes muy laxas con la categorización sexual. Hay retratos de bailarines y actores célebres, como una escultura del gran bailarín Nizhinski, que no era británico, aunque sí lo fue la escultora en cuestión, Una Troubridge. Tras haber estado casada con un almirante británico, Troubridge tuvo una prolongada relación casi matrimonial con Radclyffe Hall, la más célebre de todas las escritor as lesbianas.
Se sabe de otros artistas retratados que fueron homosexuales, pero nada lo indica en las imágenes expuestas. El gran actor sir John Gielgud, cuya homosexualidad era bien conocida pero que él no quiso asumir públicamente, sólo está representado por una naturaleza muerta muy convencional: La habitación de John Gielgud de una artista lesbiana nunca famosa llamada C la re Atwood (1866-1962).
El impulso por mantenerla perfecta igualdad de género sólo se relaja en la última sala, dedicada a dos pintores homosexuales que hoy constituyen dos de los nombres más famosos del arte británico: Francis Bacon y Da vi d Hockney. Uno lamenta que algunos temas relacionados con la homosexualidad masculina no se traten de un modo más extenso. Apenas se insinúa que, como vivían–lo quisiera no no–en un mundo oscuro y semidelincuencial, los varones homosexuales también estaban al margen de algunas ataduras del aún rígido sistemade clases británico. Una litografía de John Minton muestra a un soldado rodeado por los accesorios de su uniforme de gala: los adinerados homosexuales británicos deme diana edad sabían de la disponibilidad por dinero de esos soldados mal pagados de los regimientos de élite. Y hay un retrato de pequeño forma to de un policía, que se incluye porque fue el amante de un conocido escritor.