Las dos culturas
Parece ser que la primera tertulia literaria que se celebró en Barcelona fue la animada por el poeta Joan Boscà, o Juan Boscán –con ambos nombres firmaba– en su casa de la calle Lledó. Se había instalado allí de vuelta de sus periplos italianos, y a partir de 1532 acogía a amigos con los que hablaba de literatura, de temas culturales y podemos suponer que también de política. Entre ellos el poeta Joan Ferrandis d´Heredia o el batlle
general de Catalunya Jeroni Agustí, pero también, cuando venían a la ciudad, autores castellanos como su amigo Garcilaso de la Vega. Desde hace quinientos años, pues, la relación entre creadores que escriben en ambas lenguas ha sido estrecha en Barcelona (y en menor medida en el resto de Catalunya) y constituye uno de los elementos que dan carácter a la cultura catalana.
Con importantes consecuencias: como documentó Ernest Lluch, la conexión entre idiomas, en el campo editorial, resultó habitualmente positiva; los periodos de prosperidad lo fueron en las dos direcciones (aunque con diferente volumen), y cuando, en el siglo XIX, arrancó la Renaixença, una iniciativa impulsada desde la élite literaria y luego asumida por la sociedad y la clase política, la potencia editorial barcelonesa en lengua castellana dio una sólida base para la edición en catalán, con la que los
revivals lingüísticos gallego y vasco no contaron. El franquismo, obviamente, connotó de forma siniestra la relación entre estado autoritario y cultura en catalán.
El Ayuntamiento barcelonés ha servido en distintas ocasiones como elemento equilibrador. El relanzamiento decimonónico de la literatura en catalán hubiera sido casi impensable sin los Jocs Florals de impulso municipal que coronaron a Verdaguer en 1877. En 1951, postguerra dura, la corporación incluye en los premios Ciudad de Barcelona el de Poesía Catalana, que gana Sebastià Sánchez Juan (y en años posteriores, Perucho, Valeri, Fages de Climent...). Mientras que en época pujolista, cuando desde la Generalitat tendía a considerarse la creación local en castellano como un incordio, el Ayuntamiento de Maragall fomentó ambas literaturas e impuso un proyecto cultural en el que casi todo el mundo pudo sentirsecómodo.
Reelaborar y actualizar un proyecto de estas características constituye el reto al que nos vemos abocados en el momento presente. Las dos culturas forman una sola.