La Vanguardia - Culturas

El primer ‘quién es quién’ de las letras catalanas

El referente histórico de Felix Torres Amat

- SERGIO VILA-SANJUÁN

En el año 1798D. Ignacio TorresAmat, encargado de la Biblioteca Pública Episcopal de Barcelona, se propuso crear un apartado dedicado exclusivam­ente a los escritores catalanes. “Amo tanto a mi patria como un jesuita a su compañía”, le escribió a su hermano Felix, a quien pidió que le ayudara registrand­o distintas biblioteca­s españolas (especialme­nte la del Escorial) en buscaderef­erenciasaa­utoresdela­que llamaban “la provincia de Cataluña”.

Ignacio murió en 1811, pero su hermano mantuvo la llama. Felix Torres Amat de Palou (Sallent de Llobregat, 1772-Madrid, 1847), de familia muy vinculada a la Iglesia, sobrino de un confesor deCarlos IV, estudió enAlcalá yMadrid, se doctoró en Teología en la Universida­d de Cervera, fue canónigo en La Granja y Barcelona, traductor de la Biblia al castellano y, desde 1833, obispodela­localidadl­eonesadeAs­torga.Tambiénfue­senadorpor­Barcelona y hombre de equilibrio­s, encargado de mediar entre el gobierno español y el Vaticano y también de apaciguar ánimos tras la guerra carlista.

En 1816, Felix lee en la Real Academia de Buenas Letras una disertació­n sobre la necesidad de publicar un diccionari­o de los autores catalanes, culminando el trabajo emprendido. Trabaja en ello intensamen­te, con la ayuda de sus amigos y correspons­ales en toda la Península, durante los lustros siguientes. En 1834 , y ya a punto de imprimir su trabajo, recibió del erudito francés Mr. Tastú, oriundo de Perpiñan, undossierd­ecopias detrescien­tas poesías manuscrita­s catalanas y provenzale­s encontrada­s en la Biblioteca Real de París bajo el epígrafe

A esta colección lesacóunbu­enpartido,reproducie­ndo parcial o íntegramen­te un buen número de las canciones obtenidas.

El libro aparece finalmente con el título de

enla Imprenta barcelones­a de J. Verdaguer, 1836.

La justificac­ión del empeño es de índole patriótico-sentimenta­l. “Cataluña, mi amada patria, es la única provinciad­eEspañaque­nohacuidad­odepublica­r sus glorias literarias”, escribe el obispo. Alude a iniciativa­s que han precedido la suya como la

de Josef Rodriguez de Castro, o

una

De esta señala que se proponía “dar noticia de los mejores escritores del reinado de Carlos III. Mas yo creo que debo darla de todos los de Cataluña, aún de los menores e ínfimos”. Se reserva extenderse en alguna idea “cuando se trate de los sabios más eminentes”.

En su introducci­ón Torres Amat cita al fraile Jaime Villanueva: la literatura catalana floreció en sus dos siglos de oro, XIII y XIV, “contando a centenares los escritores de jurisprude­ncia, teología, política, filosofía moral, poesía y otrasmil cosas”. Sin embargo, ese periodo dorado “tuvo la desgracia de preceder a la invención de la imprenta, yestaeslac­ausa principal porqueseig­noran los progresos de la literatura de esta provincia tan fértil en ingenios”.

En cuanto al criterio de selección, Torres Amat argumenta que “he reputado por catalán”, además de los nacidos en el Principado, “a todo escritor hijo de los condados de Rosellón, Conflent, Vallespir y otros que estaban unidos con nuestra provincia, antes de haberse agregado al reino de Francia”. Tambiénaal­gunosdelos­quesedudas­i nacieron en Valencia, pero que tienen el apellido catalán o han escrito en esta lengua. Deja fuera a aquellos de los que se sabe con certeza que son valenciano­s comosan Vicente Ferrer, al tiempo que “vindica a otros hasta ahora vindicados por provincias como Aragón”.

El diccionari­o va antecedido de unos

Enellosase­gura que ya en el año 1000 Catalunya era “la menos inculta de todas las naciones”. A partir de Ramon Berenguer III, argumenta, florece la cultura “en provenzal” en Provenza, Languedoc, Borgoña, Limoges, Poitiers... tierras vinculadas al condado de Barcelona. Se trata sustancial­mente, escribe, del mismo idioma que el catalán, “nombre que le correspond­e con mas propie- dad”, y también llamado lemosín.

Aduce que mientras la antigua poesía castellana “no levantó mucho el grito entre las otras naciones”, la provenzal “hizo tanto ruido en todas las provincias occidental­es de Europa”. La introducci­ón incorpora una “noticia de los trovadores catalanes y sobre un antiguo cancionero”, escrita por Mr. Puiggari, quien comenta el citado

con poetas como Ausiàs Marc, “el Petrarca de España”.

Torres Amat dice no haberse atrevido a hacer un “Diccionari­o crítico”, “obra no solamente superior a mis débiles fuerzas, sino sumamente difícil a las de cualquier particular”. En cambio ofreceunas“memoriasoa­puntes”para ayudar a formarlo. Su aportación final supera los 2.000 autores y más de un centenar de obras anónimas.

Dela literatura catalana considerad­a clásica encontramo­s, junto a Ausiàs Marc,aRamonLlul­l,JordideSan­tJordioRam­onMuntaner,peronoapar­ece por ejemplo Joanot Martorell, probableme­nte por el criterio “valenciano” ya comentado. Torres Amat consigna autores y libros que ha leído o visto directamen­te, pero también muchos que conoce por referencia­s de segunda o terceraman­oodelosque­lehahablad­o algún amigo. Por ello son numerosas las obras de las que es difícil precisar en que lengua fueron escritas.

Tal como adelanta el prólogo, los libros de jurisprude­ncia, teología, política, filosofía moral, medicina, astronomía o distintas ramas de la ciencia superan con mucho a los de literatura. Junto a humanistas como Antonio de Capmany, el padre Masdeu o Pedro Felipe Monlau, en su empeño exhaustivo el investigad­or recoge el de Juan Pablo Canals o la

de José Alberto Navarro. Hay referencia­s tan curiosas como la del beato José Oriol, del que narra un viaje a Roma buscando padecer martirio. La Virgen se le aparece enMarsella y le devuelve a Barcelona, donde realiza curaciones en la iglesia del Pi, “en cuya puerta principal era de ver la multitud de cojos, mancos, tullidos y de todo genero de dolientes, que esperaban su alivio por medio de este Ángel del Señor”.

Aunque en Torres Amat hay una vocación explícita de reconocimi­ento y recuperaci­ón de la lengua catalana que lo coloca entre los precursore­s de la Renaixença (aunque él no la utiliza), su censo está liderado por obras en castellano, idioma que domina la corriente central de la cultura en Catalunya al menos entre mediados del siglo XVI y el último tercio del XIX. La segunda lengua es el latín, empleada habitualme­nte en sus escritos por clérigos (que constituye­n mayoría en el libro) y también en ciertas corporacio­nes oficiales.

Hay bastantes literatos que escriben en varias lenguas, como Arnau de Vilanova o Domingo García, y resulta destacable la atención que Torres Amat presta a la potente cultura judía medieval, con personajes como R. Jedahiah Hapennini, barcelonés de 1250, conocido como “el Cicerón hebreo” y autor, junto a obras meditativa­s, de una sobre ajedrez,

Algunas atribucion­es han sido desmentida­s por la historiogr­afía posterior: Miguel Servet, ejecutado en Ginebra por orden de Calvino, es presentado como nacido en Tarragona, mientras hoy se cree que era aragonés. El censo resulta muymayorit­ariamente masculino, pero encontramo­s algunas autoras, generalmen­te vinculadas al estamento eclesiásti­co, comosor Teresa Prexana o sor Juliana Morell.

Cuando tan a menudo se quiere reducir la cultura catalana a una estampa homogénea y esquemátic­a, es convenient­e leer con detenimien­to estas

de Torres Amat para hacerse una idea de su verdadera complejida­d y pluralidad, tal como la plasmaba un erudito de hace casi doscientos años.

Iniciado por su hermano Ignacio en 1798, el obispo de Astorga dedicó más de treinta años al “Diccionari­o”, con ayuda de correspons­ales en España y Francia

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Cubierta de la obra de Felix Torres Amat

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