La Vanguardia - Culturas

Las caras de Murillo

- C. B. Eva Díaz Pérez El color de los ángeles PLANETA. 320 PÁGINAS. 20 EUROS

Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971) ha aprovechad­o el cuarto centenario del nacimiento de Murillo para evocarle en un relato. ¿Biografía novelada? No exactament­e. La autora presenta a su personaje pasados los sesenta, en la cima de su fama, maltrechod­e salud, y dándose un costalazo tan doloroso al ultimar desde un andamio Los despo

sorios de Santa Catalina que queda ya inhabilita­do para la pintura, y no tiene otro asueto que rememorar su vida pasada, los fantasmas de su existencia, sus éxitos y los secretos de su alma. Leemos así, en oleadas retrospect­ivas, los principale­s episodios de su carrera, y las influencia­s, las creencias y los humus que han ido acrisoland­o su poética.

Sevilla le ve nacer y ya no le suelta, yaunqueha dejado deserla capital económica del imperio, tiene tal cantidad de florecient­es palacios, conventos e iglesias que, tan pronto nuestro hombre despunta como artista, no da abasto de encargos, y amedida que destaca por sus inmaculada­s y sus pilluelos, su obrador se convierte en un foco lleno de aprendices, de donde salen obras para la ciudad pero también con destino a las iglesias del Nuevo Mundo. Eva Díaz perfila bien aMurillo como paterfamil­ias entrañable, con una numerosa prole y una esposa tierna que, cuando venga la peste que devaste a lamitad del censo, se quedará sin tres de sus retoños. Su consuelo será después frecuentar las iglesias del barrio donde estas criaturas han sido inmortaliz­adas como angelotes en los rompimient­os de gloria pintados por el marido.

Con un estilo muy jugoso y un celo meticuloso por el detalle histórico, Díaz Pérez nos da un Murillo librado del todo a su arte, afanándose siempre por copiar del natural, que busca sus efigies san-

Díaz Pérez describe varias facetas del artista, el paterfamil­ias y el pintor dedicado a imitar lo natural

tas en los rostros de la calle, y que nodudaento­ma rdeunarame­rala mirada arrobada que luego traspasará a la mismísima Virgen María. “Miraba a la tierra para pintar el cielo”, leemos, y en verdad que para atinar con la estremecid­a expresión de susmártire­s, le bastaba con acudir a los autos de fe y observar las caras contraídas de los herejes en el momento de arder.

Es muy de notar por cierto que Murillo, a pesar de haberse impuesto en su ciudad con una iconografí­a de religiosid­ad amable, a menudo estuvo inseguro sobre el valor de su arte. Eva Díaz se da buenamaña en reflejar tal aspecto, que aflora por lo menos en dos ocasiones: a raíz de una corta estancia en Madrid, conoce a Velázquez, ve sus Meninas y por comparació­n se siente achicado. Y cuando en la última madurez, comparte con Valdés Leal el encargo de decorar el hospital de la Caridad, se preguntará si su colega y rival, con sus calaveras y cadáveres corruptos, no habrá captado mejor las atroces realidades de su siglo.

Cuatrocien­tos años después sabemos que Murillo hizo bien en perseverar y ahondar en su estilo, adivinando el rococó.

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ANTONIO ACEDO Eva Díaz Pérez

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