La Vanguardia - Culturas

En aquellos sesenta

Novela Llega a librerías la obramás detestacad­a de Peter De Vries; DonWanderh­ope, alter ego del autor, cuenta su vida desde su infancia en Chicago, en el seno de una familia calvinista

- ROBERT SALADRIGAS

Malcolm Bradbury destacó que en los años sesenta la vida norteameri­cana fue sensible ala promesa hecha por el presidente Kennedy de alcanzar “una nueva frontera”. Bradbury señala, a propósito de la narrativa, que esta incorporó las tensiones entre lo privado y lo público que Norman Mailer hizo visible en dos obras, Los papeles presi

denciales (1963) pero, sobre todo, enUnsueño norteameri­cano (1965) en que el asesino Rojack, conocido de Kennedy, “libra una batalla paralela contra el cáncer y los falsos poderes ”. Esa dualidad de intereses por parte del ciudadano entre la historia personal y el compromiso colectivo marcará la mejor novela de la década (Roth, Bellow, Barth, Heller, Burroughs, Vonnegut, Pynchon, Gaddis) que se reinventa a sí misma.

Hasta hoy no he sabido quien fue Peter De Vries (Chicago, 1910Norwal­k, 1993), hijo de emigrantes holandeses que tras la segunda guerra participó en laOSS, germen de lo que sería la CIA, fue durante varios años redactor del The New

Yorker y en fecha tan temprana de la década kennediana como 1961 publicó su novela más destacada,

La sangre del cordero ( The blood of

the lamb) que acaba de traducirse. Decidí leerla llevado por la curiosidad. En principio me atrajo que el narrador Don Wanderhope contara en primera persona sus vivencias del clan familiar, un puñado calvinista­s radicales que apenas soportan las tesis evolucioni­stas del hermano mayor de Don. En cierto momento creí que la historia –quizá autobiográ­fica– iba a plantear la lucha entre la arraigada tradición religiosa del muchacho y su posible

Una obramarcad­a por la pérdida y la muerte escrita por un autor tierno, transgreso­r y corrosivo a la vez

atracción por las ideas progresist­as del partido comunista. Pero Don Wanderhope descubre muy pronto que antes que la batalla por la regeneraci­ón política y social del país ha de enfrentars­e en el ámbito privado a la enfermedad y lamuerte.

Don recoge basuras junto a su padre, así que contempla el mundo desde un vertedero; más tarde enferma de tisis, es internado en un sanatorio donde se enamora de una paciente y ella no se recupera

el mal. Luego trabaja en publicidad, construye una familia y su mujer se suicida. Pero lo más grave llega cuando su hija de once años enferma de leucemia. Aquí la novela alcanza el sentido que (deduzco) De Vries quiso que tuviera. Don Wanderhope prescinde de cualquier otra fantasía ideológica proyectada sobre la vida pública y se somete de lleno a los monstruoso­s efectos de la enfermedad apenas bajo control que destruye de una manera sistemátic­a, cruel hasta el vómito, a su niña que junto al resto del universo hospitalar­io –pacientes, médicos, enfermeras, familias– de repente se erigen en vértice del relato. Entonces sucede que De Vries, que no me parece un narrador extraordin­ario –por supuesto no de la envergadur­a de Mailer, Roth, Bellow, Hawkes o Heller, que tras el asesinato de Kennedy y la guerra de Vietnam alcanzaron sus más altas cotas como intérprete­s del espíritu y las tensiones de aquellos años sesenta– se incorpora por un instante a la nómina de los grandes cuando desde el fondo desudes espero y su rabia de calvinista humillado increpa ala divinidad arrojando una tarta ala imagen que la representa en el pórtico de la iglesia católica de Santa Ana, frente al hospital.

Creo que esta breve secuencia explica que La sangre del cordero sea una potencial novela de los umbrales de los sesenta del pasado siglo y que como tal conviene leerla hoy si nos atrae hacerlo o recuperar la huella de un autor secundario de la época, capaz de manifestar­se corrosivo, tierno, incluso ingenuo y transgreso­r en materia de fe. A decir verdad, una rareza interesant­e.

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TRUMAN MOORE / GETTY El escritor Peter De Vries

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