La Vanguardia - Culturas

Xavier Prat, pintor de la Barcelona de los 80

Pintor de la nueva figuración de los años 70 y 80, recreó escenas y paisajes barcelones­es en obras de aire onírico, repletas de elementos simbólicos. La Fundació Vila Casas rescata su figura y su obra a los diez años de su muerte

- SERGIO VILA-SANJUÁN

Cuando le conocí solía vestir un poncho como el de Tintín en El

Templo del Sol, lo que en la muy progre Universita­t Autònoma de los años 70 representa­ba sin duda un toque de distinción. Quizás por ello desde el principio le vi como alguien diferente, capaz de poner una nota de color, aunque fuera algo estridente, y de fantasía en todo lo que se cruzaba en su camino. Hablaba catalán o castellano con un suave seseo. Intervenía bastante en clase con observacio­nes originales que revelaban su cultura tan amplia como heterodoxa, y los profesores de la época, gente sesuda y muy politizada, le observaban con desconcier­to.

Xavier Prat Riquelme era un personaje intenso, que cultivaba a fondo sus raíces peruanas escuchando valsecitos (“Si me alejo de ti / es porque he comprendid­o / que soy la nube gris / que nubla tu camino”) rodeándose de objetos y tejidos del país, leyendo a César Vallejo y cocinando especialid­ades como el cebiche o la causa limeña.

Había nacido y crecido en Lima, pero tras la muerte de su padre la familia volvió a Catalunya, de donde procedía. Xavier refrescaba regularmen­te toda la mitología y la nostalgia peruana con sus amigos de aquel país, como el gran traductor de Elias Canetti, Juan José del Solar, y junto a su madre, Joana, quien también guardaba abundante memorabili­a en el piso familiar.

Pero Xavi era un hijo de su tiempo, de la agitación de los años setenta y de los movidos tiempos de la transición: se declaraba anarquista, no se perdía una manifestac­ión y por el apartament­o de la calle Creu Coberta que compartía con su hermano Jordi pasaban las figuras del momento, las de las Jornadas Libertaria­s del año 77 o del mundo ramblero entonces en plena efervescen­cia. Durante algún tiempo en aquella casa abierta se conservó con reverencia un mantón de Ocaña, rey de la noche de la época, que nadie sabía muy bien como había ido a parar allí.

Relacionar­se con Prat era como vivir en una página del Nadja de André Breton. Conocía los sitios más raros de la ciudad, convertía en legendario­s los lugares anodinos y, con él, una simple vuelta a la manzana podía deparar encuentros con los personajes más pintoresco­s. Te llevaba al bar Marsella de la calle Hospital a beber “el ajenjo de los poetas malditos” y a una taberna ignota de la plaza Sant Agustí Vell donde servían las mejores cañaíllas de la ciudad.

Durante un par de años frecuentam­os el taller de escritura impulsado por José Donoso en Sitges, donde autores noveles nos congregába­mos en torno al novelista chileno para leer y debatir nuestros intentos literarios. Allí Xavier topó con un personaje más imprevisib­le aún, el poeta peruano Américo Yabar, y sumando la imaginació­n de ambos cualquier noche podía acabar en una sesión de chamanismo a la luz de la luna o un recital con los poetas encaramado­s a la mesa de cualquier restaurant­e chino.

Escribía versos que reunió en varios volúmenes pero que nunca editó, y produjo una extensa y variada obra plástica: dibujos, acuarelas y óleos con iniciales planteamie­ntos surrealist­as, figuras extrañamen­te anónimas y monocromas en ambientes marítimos, escenas de amor y erotismo en paisajes urbanos tocados por la irrealidad, con leyendas como “y en otras ciudades también amanece... esos recuerdos que de ti me quedan”.

La suya era una figuración erudita e irónica, a ratos con tintes de la pintura metafísica italiana, a ratos con referencia a la Mujer bajando una escalera de Marcel Duchamp o a Las Tres Gracias de Rubens, en reelaborac­iones seriales. Las mostraba en lugares no profesiona­lizados como la abigarrada tienda Argot de la calle Hospital. Su exposición mas importante tuvo lugar en 1982, organizada por Josep Miquel García en un espacio de la Diputación Provincial de Lleida, a donde acudimos sus amigos a acompañarl­e.

A principios de los años ochenta, en los bares de noche y las salas de baile Barcelona disfrutaba de la libertad. Al son de las músicas se daban cita jóvenes escritores, periodista­s, pintores, diseñadore­s, músicos, cineastas… En bastantes de sus cuadros Xavier Prat recrea una sala de baile ideal, combinació­n de la popular La Paloma, con su estructura de dos plantas, y La Ceca del barrio de la Ribera, de breve e intensa vida, con sus estilizada­s columnas de hierro, elemento recu-

Nacido en Perú de familia catalana, refrescaba la mitología y la nostalgia de su país de origen

rrente en su pintura. La serie El

baile plasma un mundo de dinamismo, agitación y vitalidad, con sombras de inquietud simbolizad­as por los anónimos personajes monocromát­icos.

En aquellos años preolímpic­os en que la ciudad volvía a abrirse al mar, recreó los paseos junto al puerto, cuando vivía, primero en el Portal de la Pau y después en el edificio ochocentis­ta y masónico de los Porxos d’en Xifré, con su compañera Pitu y sus hijos pequeños. La zona que a sus pies se extendía hasta Montjuïc se transfigur­aba en un espacio mítico, de desasosieg­o existencia­l, anhelo y memoria.

A pesar de que fue la persona con más talento natural que conocí en mis años de juventud, nunca llegó a profesiona­lizar realmente sus aptitudes literarias y plásticas. Una extrema sensibilid­ad defensiva le hacía mostrarse siempre reticente a la hora de enseñarlas y de promociona­rse. Pero en los trabajos que realizaba para ganarse la vida también se las arreglaba para convertir fragmentos de la realidad mas prosaica en fantasía. Durante un tiempo realizaba globos artesanale­s y otras maravillas con papel y cartón en un comercio del barrio de Gràcia. Y luego colaboró en escenograf­ías para películas como Angustia de Bigas Luna, junto al decorador Felipe de Paco. A partir de 1992 prácticame­nte deja de pintar.

Hoy podemos verle como uno de los artistas más representa­tivos de aquellos años. Su elaborada técnica, referencia­s autobiográ­ficas, ironía y carga cultural lo inscriben en los parámetros de la postmodern­idad entonces emergente. Constituye un eslabón perdido del arte catalán de aquella época, el equivalent­e a los pintores de la movida madrileña como Martín Begué o El Hortelano, muy reconocido­s y canonizado­s en la capital española, con los que expuso en la galería Ovidio. En vida del pintor, la obra de Xavier Prat, tan rica en imágenes emblemátic­as, no fue acogida ni correctame­nte difundida entre nosotros, pero quizás, ojalá, le haya llegado su momento. Xavier Prat (1957-2007)

Es un eslabón perdido de la pintura catalana, el equivalent­e a los pintores de la movida madrileña de la época

 ??  ?? PASEO DEL MAR En distintas obras de esta serie Prat transfigur­a el paseo Colom, el Moll de la Fusta y otros escenarios marítimos en un paisaje simbólico con figuras intrigante­s Este texto es una adaptación del que figura en el catálogo de la exposición...
PASEO DEL MAR En distintas obras de esta serie Prat transfigur­a el paseo Colom, el Moll de la Fusta y otros escenarios marítimos en un paisaje simbólico con figuras intrigante­s Este texto es una adaptación del que figura en el catálogo de la exposición...
 ??  ?? AUTORRETRA­TO 1981 Delgado, inquieto, fumador, se plasma en un entorno de referencia­s culturales, enlazando con los postulados posmoderno­s de los años 80
AUTORRETRA­TO 1981 Delgado, inquieto, fumador, se plasma en un entorno de referencia­s culturales, enlazando con los postulados posmoderno­s de los años 80
 ??  ?? EL BAILE Una sala de baile ideal de la Barcelona de los primeros años 80, mezcla de La Paloma, con sus dos niveles, y La Ceca de la Ribera, con sus estilizada­s columnas de hierro
EL BAILE Una sala de baile ideal de la Barcelona de los primeros años 80, mezcla de La Paloma, con sus dos niveles, y La Ceca de la Ribera, con sus estilizada­s columnas de hierro

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