Lo que bien se inicia con danza bien acaba

El Festival de Peralada tiene algo de alquimista, algo de ese saber culinario de quien busca ser amable con el estómago y atrevido con el paladar, como ese raro chef que sabe combinar los ingredientes para que sean de provecho. Alimento del espíritu en este caso.

El símil culinario viene a cuento porque desde el aperitivo hasta el café final, el festival ampurdanés ha construido este año un menú apetecible y hasta ilusionante. Lejos de empachar o amargar, cada plato de la programación invita más bien a degustar el siguiente. Uno de los secretos de esta feliz alquimia es acaso el hecho de abrir y cerrar con danza, con danza de altos vuelos, como la de la compañía Béjart rindiendo homenaje a su fundador, o como la de ese viaje a la Habana que propone Carlos Acosta con su flamante troupe ahora que ha colgado definitivamente las zapatillas.

Como apetecible es que el colaborador de William Christie en Les Arts Flourissants, el tenor británico Paul Agnew, se presente con los jóvenes talentos de la Academia Barroca Europea para ofrecer de Purcell. O que de repente el Ballet de Biarritz cuente con la Sinfónica de Euskadi para la coreografía de Thierri Malandain sobre música de Chaikovski ¡en directo! Para llorar.

Pero no por mucho tiempo, porque al día siguiente el festival se saca de la manga ese otro as que es la de Juliette Binoche con Tharaud al piano honrando a la incomparable Barbara, una de esas que sitúa a Peralada entre las plazas más exquisitas del verano europeo.

Y ya en agosto, y tras gozar de voces como la de Pretty Yende, Ainhoa Arteta, Julia Lezhneva o Gregory Kunde, Peralada echará el resto y mostrará su producción operística del año, la que obliga siempre a quitarse el sombrero por no haber escatimado en calidad aún siendo una iniciativa privada: Emonela Jaho, Bryan Hymel, Carlos Álvarez... voces que se oyen en teatros de primera y que brindarán una

Al tanto porque la escenografía es de Alfons Flores, valor habitual de La Fura dels Baus.