Filosofia del verano
Joan-Carles Mèlich analiza el tiempo en que se suspende el deber e irrumpe el deseo
Esperando a Godot es una de las piezas dramáticas más importantes del siglo XX. Su poder de seducción se encuentra en la magnífica descripción que su autor, Samuel Beckett, realiza de la condición humana. Beckett no es sólo un escritor, también es un gran pensador. Su literatura es una
filosofía literaria .En Esperando a Godot, se expresa con maestría la condición deseante de los humanos. Y sobre esta cuestión vamos a reflexionar en lo que sigue. No se tratará de pensar en el verano, sino de pensar el verano. ¿Cómo hacerlo? La respuesta es desde el tiempo, porque el verano es un modo de ser del tiempo humano, un trozo de tiempo, una organización del tiempo con la que cada año nos encontramos. El verano es un tiempo de espera, porque es en este tiempo que esa condición deseante se palpa de forma más intensa. El verano es el tiempo que antropológicamente está dedicado a cumplir una espera, a culminar una espera.
1. El verano y el deseo
Si hay humanidad –y por supuesto también inhumanidad– hay también tiempo y espacio. Los seres humanos somos cuerpos en contextos, en situaciones, en relaciones, en narraciones. La espacio-temporalidad es estructural a la vida humana. Esto significa que
existir es habérselas con un espacio y con un tiempo concretos, históricos, biográficos; existir consiste en organizar y desorganizar ese tiempo y ese espacio, es dividirlo y clasificarlo. De estas clasificaciones resulta, a veces, lo mejor, aunque, en ocasiones, pueda surgir todo lo contrario, porque, para decirlo con Jorge Luis Borges, cualquier instante puede ser el cráter del infierno o el agua del paraíso. En cualquier caso lo importante aquí es darse cuenta de que nadie crea estas clasificaciones a voluntad. Son heredadas. Heredamos una organización del mundo, una organización del espacio y del tiempo. Es la
herencia gramatical (compuesta por signos, símbolos, gestos y normas) que todo ser humano recibe al venir al mundo. Un ser finito, precisamente porque es finito, no podría sobrevivir en un mundo sin marcos, sin clasificaciones. Ningún ser finito podría habitar un mundo que no esté estructurado gramaticalmente.
En esta línea puede decirse que un mundo humano necesita, para poder ser habitado saludablemente, ser cortado. Algo así significa que lo habitual, lo cotidiano, tiene que ser, en determinados momentos, transformado en algo distinto, en algo otro, esto es, en algo no ha-
Esperamos el verano porque sabemos que es el momento en el que se ‘suspende’ el deber y va a irrumpir el deseo
Parece un tiempo libre, de creación, pero para muchos es también un tiempo organizado, problemático, incierto
bitual. Es verdad que el ser humano no puede vivir sin rutinas, sin hábitos, sin costumbre. En una palabra: sin repetición, pero, al mismo tiempo, tampoco puede habitar su mundo sin la ruptura de sus rutinas. Sólo con la rutina el tiempo se vuelve opresivo, y la vida puede llegar a ser asfixiante. Por eso, si no hay transformación del tiempo y del espacio, si el tiempo y el espacio son siempre idénticos, si no hay cambio, la existencia se vuelve insoportable porque irrumpe una de las amenazas más importantes de la existencia: el aburrimiento. Es cierto que el corte, el cambio, la transformación, no nos asegura superar el aburrimiento, pero lo que sabemos con certeza es que sin esas transformaciones el riesgo de aburrirnos es altísimo. Más adelante volveremos sobre esta cuestión.
Una de los modos que los humanos tenemos (al menos en el mundo occidental) de organización, o planificación, del tiempo es el de trabajo/ocio, o mejor todavía, la diferencia entre un tiempo de obligación y un tiempo abierto. La mayor parte de la vida (que marca el calendario) la pasamos viviendo en un tiempo de obligaciones, que corresponde no solamente al trabajo, sino también a las atenciones sociales. En este tiempo debemos trabajar, pero también tenemos otras obligaciones, no menos importantes, como por ejemplo atender a otros. Esta atención es de orden social y moral. Tenemos que asistir a comidas familiares, comuniones, cumpleaños, bodas, entierros, etcétera.
Ahora bien, existe otro tiempo, otra espacio-temporalidad, que
compensa la obligación. Se suele llamar tiempo libre, pero la libertad es algo filosóficamente demasiado complejo e importante como para usarla en este contexto. Por eso en lugar de tiempo libre, prefiero referirme a este momento del tiempo-espacio humano como un tiempo abierto, es decir, como un tiempo no estructurado por el deber, sino solamente por el deseo. El verano se inscribe en esta segunda estructura espacio-temporal. ¿Por qué esperamos el verano? Sencillamente porque sabemos que será aquel momento del año en el que –supuestamente– vamos a suspender el deber y va a irrumpir el deseo. Uno podrá ocupar el tiempo estival en lo que desea y no en lo que debe. Es verdad que muchas veces el deber es tan poderoso que coloniza el deseo, pero en tal caso el verano deja de ser verano.
2. El verano, tiempo abierto
El verano es un tiempo abierto, aunque no absolutamente abierto, porque en los seres humanos no hay nada absoluto. Como advirtió Nietzsche, no hay hechos sino sólo interpretaciones. Esto no significa una especie de sálvese quien pueda, como muchas veces se piensa, sino que todo, en un universo humano, es en perspectiva, en situación, en relación. Hay prejuicios sociales, culturales, epocales, que limitan, a veces de manera opresiva, la apertura de este tiempo estival.
Es verdad que vivimos en un tiempo calificado de incierto –o de líquido, como lo calificó con acierto Zygmunt Bauman–, pero a menudo esta incertidumbre no se soporta, y aparecen nuevos imperativos, nuevos deberes sociales que no son percibidos como tales y que funcionan al modo de cierre de las aperturas propias de la condición humana. Pero veamos algún ejemplo. Concretamente vamos a considerar tres aspectos que surgen en verano y que asedian la vida cotidiana. No significa esto, claro está, que todo ser humano lo viva, ni mucho menos que lo viva en toda cultura, pero sí al menos en el mundo occidental a principios del si-