Exposición estrella
De Chirico, retrospectiva en CaixaForum
Todo en la vida de Giorgio de Chirico (Volos, Grecia, 1888-Roma, 1978), todo lo importante, parece haber sucedido en torno a una plaza. Fue en la Piazza de Santa Croce, en Florencia, donde tuvo la experiencia personal que lo llevó a la pintura metafísica, a los Enigmas y a las series de las Plazas de Italia, espacios marmóreos suspendidos en el tiempo, poblados por columnas y estatuas despojadas de vida, al menos de vida humana. Y fue en otra plaza, en la de España en Roma, en un apartamento en el número 31, donde residió desde 1948 hasta el final de su vida. Hace unos me- ses en Madrid, en la exposición de la Fundación Mapfre Retorno a la
belleza sobre el arte italiano de entreguerras, el visitante identificaba inmediatamente los cuadros de De Chirico, su Mañana angustiosa (1919) o su Enigma de la partida (1914), entre el centenar largo de obras de la muestra. No hay confusión ante una pintura de la época metafísica del italiano, del que podrá verse una gran retrospectiva en Barcelona partir del próximo miércoles en CaixaForum.
Si la inspiración para las Plazas le llegó al artista en una de ellas, la introducción de elementos arquitectónicos y constructivos le venía en
los genes. Su padre era un ingeniero proveniente de una familia noble siciliana radicado en Grecia, donde trabajaba en la construcción del ferrocarril. Giorgio se formó con profesores particulares y más tarde en Atenas en el Politécnico, donde tomó clases de dibujo. En una entrevista en 1973, el artista ironizaba sobre el mito según el cual su pintura se inspiraba en la antigua Grecia porque había titulado un cuadro Caballos antiguos en la costa del mar Egeo, pero “una vez ha nacido una leyenda es difícil acabar con ella”.
Los simbolistas
Volos, la belleza de esta ciudad mediana 300 kilómetros al norte de Atenas, permaneció siempre en la memoria de De Chirico, quien en la misma entrevista reconoció que había visto ciudades rodeadas de montañas en otros lugares, “pero ninguna como aquella”. En todo caso, tanto como la influencia griega está la alemana, la que dio forma a la melancolía que desprende su metafísica. Tras la muerte del padre la familia se estableció en Venecia y Milán y de forma más definitiva en Munich, donde el joven Giorgio se embebió de las pinturas simbolistas de Max Klinger y sobre todo Arnold Böcklin, y leyó a Schopenhauer y a Nietzsche. Fue un descubrimiento, como contaría más tarde en sus Memorias: “Empecé a pintar óleos pequeños, en los que intentaba expresar los sentimientos misteriosos que había descubierto en los escritos de Nietzsche: la melancolía de las hermosas tardes de otoño en Italia”.
La influencia del filósofo alemán tal vez sea el punto de inflexión en la obra de De Chirico, quien le rindió numerosos homenajes tanto literarios como pictóricos, empezando por su célebre Autorretrato (et quid amabo nisi quod enigma est), en el que se plasmó a sí mismo en 1911 a la manera de una conocida fotografía de Nietzsche, de perfil y con una mano sosteniendo la mejilla, una de las tradicionales representaciones de la melancolía. En el ensayo Noi metafisici, De Chirico reconocía que “Schopenhauer y Nietzsche fueron los primeros en enseñarme el sin-sentido de la vida, y cómo ese sin-sentido podía convertirse en arte”. De carácter ya
Su pensamiento, influido por Nietzsche y Schopenhauer, se tradujo en hallazgos visuales únicos