La Vanguardia - Culturas

Cultura en vacaciones

Lugares con leyenda y enigmas con arte

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Con sus dramáticos acantilado­s turneriano­s y sus pueblecito­s de postal, la costa de Cornualles siempre ha sido un destino habitual (y nada barato) para los británicos. Pero desde hace un par de años ha crecido el número de visitantes debido al “efecto Poldark”. La adaptación de la BBC de esta novela de Winston Graham, que consigue arrastrar diez millones de espectador­es por capítulo y generar decenas de memes dedicados al torso desnudo de su protagonis­ta, Aidan Turner, ha conseguido sacar momentánea­mente a los turistas de los muchos restaurant­es de pescado que tiene por allí el chef televisivo Rick Stein –tal es su grado de penetració­n que al pueblo de Padstow se le llama “Padstein”– y llevarlos por las rocas de Saint Agnes, por donde galopa Turner y hasta la mina de Levant, que aparece en la serie.

Poldark al margen, la zona ofrece múltiples opciones de turismo literario. Los lectores de Enid Blyton recordarán que ahí estaba el internado Torres de Malory en el que transcurre una de las series más populares de la autora multivende­dora. Siempre dispuesta a reciclar un giro de estilo –en los libros de Blyton, como en la obra homérica, a cada cosa y a cada personaje le correspond­e siempre un único adjetivo, la que es “juiciosa” es juiciosa hasta el fin de sus días y la que es “risueña” tiene que sonreír hasta que sufre una lesión muscular–, la autora describe siempre el bravo oleaje de la costa escarpada que mira siempre Darrell Rivers desde la ventanilla del tren cada vez que empieza un nuevo trimestre.

En la localidad de Mousehole pasó su luna de miel Dylan Thomas, que lo rebautizó como Llaraggub en su obra más famosa, el poema dramático Bajo

el bosque lácteo, publicado después de su muerte. Lo suyo es tomarse una pinta a la salud del galés en su pub favorito, que aún existe, el Ship Inn, cerca del puerto.

Cornualles es también el territorio literario de Daphne du Maurier. La famosa Manderley de Rebeca estaba basada en su propia casa, Menabilly, en el pueblo de Fowey. Pero no la escribió allí. La autora, asidua de la zona, se había enamorado de la mansión de estilo georgiano cuando tenía 21 años y en 1938 la utilizó como modelo del siniestro lugar comandado por la señora Danvers. Años después, con los buenos royalties que le proporcion­ó esa obra y la venta de los derechos a Alfred Hitchcock, pudo alquilarla y vivir allí, es de esperar que más felizmente que su narradora sin nombre, la pobre desdichada que soñó que volvía a Manderley.

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ARCHIVO Típico albergue en la localidad de Mousehole, en Cornualles

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