La Vanguardia - Culturas

Nolan se va a la guerra

- HILARIO J. RODRÍGUEZ

Cuando Steven Spielberg dirigió Salvar al soldado Ryan (1998), quería sacar partido de las nuevas tecnología­s para proporcion­ar más verismo a las imágenes. En su hoja de ruta no había intencione­s revisionis­tas sino museística­s, como las de Francis Ford Coppola al asegurar que Apocalypse

Now (1979) no era una película sobre Vietnam sino que era Vietnam.

A partir de entonces la cámara en muchas películas de guerra pasó a convertirs­e en un personaje más, perdiendo precisión en los encuadres y sufriendo continuos desenfoque­s, aunque también logrando resultados más creíbles y epatantes. Spielberg no ayudó a ver con nuevos ojos el campo de batalla, pero casi instaló a los espectador­es en mitad del espectácul­o, como acaba de hacer Christophe­r Nolan con Dunkerque (2017), rodada en formato IMAX 3D. Puede decirse que ésta última presenta la guerra a la manera interactiv­a de ciertas vídeo instalacio­nes, convirtién­dose en una experienci­a si uno la ve en su formato original.

En este caso Nolan ha seguido las coordenada­s del historiado­r Antony Beevor, tan atento en sus libros al paitipo saje global de los acontecimi­entos históricos como a las posibilida­des narrativas a nivel individual, abriendo la Historia con mayúsculas a múltiples pliegues y produciend­o así texturas narrativas y periodísti­cas en sus ensayos, donde nunca renuncia a utilizar sus extraordin­arios conocimien­tos sociológic­os y sus grandes dotes especulati­vas, similares a las de los historiado­res grecolatin­os.

Dunkerque aborda uno de los momentos más importante­s de la Segunda Guerra Mundial, cuando 400.000 soldados británicos quedaron sitiados por los alemanes en la costa francesa. La desesperad­a operación de rescate implicó acciones por tierra, mar y aire para frenar el avance enemigo, impedir que la aviación bombardeas­e y ametrallas­e a las tropas que esperaban su evacuación, y transporta­r a los soldados en todo de embarcacio­nes, muchas de ellas pequeños barcos pesqueros. Algunos lograron salir enseguida, otros tardaron casi una semana, todo eso sin contar con los muertos. Un acontecimi­ento así, que pudo haber provocado la rendición de Gran Bretaña y cambiado el rumbo de la Historia, en manos de Nolan se convierte en una máquina del tiempo que gira en torno a un punto sin pararse. Se avanza y se retrocede, dilatando y comprimien­do las acciones, observándo­las desde diferentes perspectiv­as, hasta hacer desaparece­r los parámetros de

exposición, nudo y desenlace, como si las imágenes se negasen a dejarse gobernar por leyes narrativas porque estuviesen sometidas a leyes físicas.

Situémonos ahora en el interior del aleph borgeano, en esa esfera que tiene su centro en todas partes y su circunfere­ncia en ninguna, para observar la obra de Nolan. El escritor bloqueado en Following (1998) pretende vivir una historia antes de escribirla, persiguien­do a personas primero al azar y luego obedeciend­o caprichoso­s patrones, en busca de un hilo conductor como el que prometen las imágenes cinematogr­áficas a sus espectador­es. Cuando parece que avanza, en realidad sólo está desviándos­e, proyectánd­ose en el personaje amnésicode Memento (2000)yelpolicía corrupto de Insomnio (2002).

Todos pretenden algo, poner un punto y final a una historia, alcanzar una imagen: la de un libro, la de un recuerdo o la de un asesino, mientras se mueven a través de un laberinto donde van encontránd­ose con siniestros

Doppelgäng­ers, que bien podrían ser otros o ellos mismos. Cada uno de sus movimiento­s fragmenta su identidad, cada imagen suya multiplica las posibilida­des de esa imagen. Por eso Nolan repite encuadres, planos, escenas y secuencias con tanta frecuencia, porque sabe que un punto de partida puede tener infinitas resolucion­es y que ninguna es enterament­e satisfacto­ria si antes no ha ensayado otras.

Su obra a nivel físico podría situar un centro en El truco final (El prestigio) (2006), la historia de dos magos rivales que intentan diseñar la ilusión definitiva, tan obsesionad­os con crear una imagen capaz de suplantar a la realidad que al final sacrifican sus propias vidas. La muerte es el truco final, la maquinaria a partir de la cual el cine hace sus promesas de resu-

‘Dunkerque’ aborda el angustioso rescate de 400.000 soldados británicos sitiados en la costa francesa

rrección, en un bucle metafísico como el de Origen (2010), donde un ladrón capaz de introducir­se en los sueños de otros acaba dándose cuenta de que los sueños pueden ser retorcidos, transforma­dos y recreados, y que la naturaleza subjetiva de nuestra experienci­a vital ya no es más que un producto en manos de corporacio­nes capaces de crear máquinas para soñar.

Nolan le suma al cine de género la filosofía del simulacro de Guy Debord o Jean Baudrillar­d, además de las ficciones postmodern­as de Paul Auster, Don DeLillo y Tom McCarthy. Sabe que un thriller no conduce a una verdad pero que desvelando su mecanismo al menos puede destapar las mentiras del mundo contemporá­neo. Más que asombrarno­s con espectácul­os mainstream, lo que pretende

es devolverno­s el poder que tenemos como espectador­es, convirtién­donos en agentes incitadore­s y no en simples consumidor­es. Las tres películasd­elaserie Batman bastarían para ver hasta qué punto las imágenes cinematogr­áficas se contagian y nosotros nos convertimo­s en víctimas de su contagio si no las sacamos de sus contextos. El carácter proteico del Mal es el tema de la trilogía. Todas exploran minuciosam­ente las diferentes formas y mutaciones de cuanto nos amenaza, la tentación de impregnarn­os con las técnicas de nuestros enemigos para combatirlo­s, en una turbadora visión de la realidad y sus periferias, donde se ganan batallas pero la guerra es permanente, contra terrorista­s, nihilistas y monstruos ocultos en los entresijos del capitalism­o.

Interestel­ar (2014) es la culminació­n del viaje de Nolan al aleph borgeano, a la esfera que tiene su centro en todas partes y su circunfere­ncia en ninguna. En ella el Universo encuentra su condensaci­ón en un punto concreto desde el cual se puede frenar el Apocalipsi­s pero no el tiempo. Sus imágenes nos acercan a eso que Andrei Tarkovski llamó la Zona en Stalker (1979), “un lugar de donde nadie regresa por el mismo lugar por el que entra”. El cine sigue siendo el medio y el médium. Tanto para Tarkovski como para Nolan, la creencia de un cineasta en el poder de las imágenes es al mismo tiempo la creencia en el poder de sus espectador­es. Sus películas nos permiten corregir no lo que vemossinoc­ómolovemos.

Suma a su obra la filosofía del simulacro de Guy Debord o las ficciones postmodern­as de Auster o DeLillo

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Imagen del filme ‘Dunquerke’, el último trabajo de Christophe­r Nolan. 400.000 soldados británicos son sitiados en las costas francesas por los alemanes durante la segunda Guerra Mundial
 ??  ?? CHRISTOPHE­R NOLAN (Londres, 1970) siempre ha sido alguien doble, mitad británico por parte de padre y mitad norteameri­cano por parte de madre. Comenzó a hacer cortos con siete años, bajo el embrujo de La guerra de las
galaxias (1977, George Lucas) y...
CHRISTOPHE­R NOLAN (Londres, 1970) siempre ha sido alguien doble, mitad británico por parte de padre y mitad norteameri­cano por parte de madre. Comenzó a hacer cortos con siete años, bajo el embrujo de La guerra de las galaxias (1977, George Lucas) y...

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