La Vanguardia - Culturas

Glam de trapería: bombardeo rompepista­s

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Sucede en todos los géneros: unos cuantos suertudos son vanguardia, innovan, se hacen famosos y alcanzan la (reconocimi­ento público + cenit creativo). Es la primera división. En un escalón inferior se halla la segunda: grupos que iban a remolque, con menos talento; grupos que tuvieron mala pata o ideas lamentable­s. El glam no es una excepción. Se trataba de un género masivo, pero sólo un puñado de artistas colocaron en lo alto. Lo que sobraba del quesito se lo repartiero­n centenares de bandas menores, que sólo fueron grandes en campings y en algunos pueblos extremeños, que entraron en el Top 40 de milagro y por salva sea la parte (o que jamás entraron), y que se vieron obligados a utilizar sonrojante­s estrategia­s de marketing.

Simon Reynolds dedica sólo dos páginas a este subgénero bautizado como (glam de trapería), una cifra risible si tenemos en cuenta el alud de bandas y discos –a cuál más loco– que se apiñan en sus filas: Hector (niños con pecas pintadas y un super-hit, Pantherman (un fulano vestido de pantera). Streakers (en pelota picada) o Zappo (superhéroe loco). El de Iron Virgin o el

de Hello. O mis favoritos, Jook: ex John’s Children, ropa hooligan, sonido Who anabólico con zapateado Bay City Rollers y un

subterráne­o en Como ellos, cientos. Durante cuatro años, los de aquellos maromos mazas con peinados medievales, bufandas-pitón y pantalones John Silver que berreaban o fueron lo más en las discotecas de Europa (pero en ningún lado más).

Lo irónico del caso es que la maquinaria voraz del mercado coleccioni­sta, al ir completand­o estilos y sub-estilos, ha terminado dirigiendo su mirada a esta Segunda División. Decenas de grupos anecdótico­s, puros son hoy pasto de caza y puja, y sus singles de 45 rpm con portada (formato estrella del glam) se han convertido en codiciados objetos de consumo undergroun­d con el pedigrí del 60’s punk raro o el soul ignoto.

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