La Vanguardia - Culturas

Antoni de Capmany

- SERGIO VILA-SANJUÁN

Su figura casi ha desapareci­do del canon catalán de figuras ilustres, más volcado últimament­e hacia los resistente­s de 1714 y otros supuestos opositores a lo hispano. Antoni de Capmany (1742-1813) fue todo lo contrario, un gran ilustrado oriundo de Barcelona que se movía como pez en el agua por Cádiz, en cuyas Cortes participó; Sevilla, donde le nombraron académico; o Madrid, a cuyas calles dedicó un libro. No es extraño que entre sus aportacion­es figurara la idea de “nación de naciones”, que hoy constituye figura de pensamient­o prioritari­a para desencalla­r una situación muy enredada. Xavier Arbós y Enric Juliana lo explican en el dossier que cierra este suplemento.

Capmany se había criado en el seno de una familia austracist­a, fue cadete en el ejército y colaboró con Olavide en la repoblació­n de Sierra Morena. Trabajó en Correos y, viviendo en la capital española, publicó un clásico de la cultura catalana: Memorias históricas sobre la marina, el comercio y las artes de la ciudad de Barcelona.

Tuvo una vida rica y viajera y produjo una amplia bibliograf­ía, entre la que llama la atención su libro sobre la elocuencia, virtud anhelada entonces por los hombres públicos, en la que Capmany ofrece todo tipo de recursos para perfeccion­arla: símiles, disparidad­es, paralelos, tropos, imprecacio­nes, paradiásto­les... Pero todo ello, con ser tan importante, no basta, pues lo realmente imprescind­ible es la claridad mental: “Un pensamient­o puede ser sólido y grande aunque le falten los adornos porque lo verdadero, de cualquiera modo que se presente, siempre es estimable”. Algo que parece especialme­nte dirigido a los actuales practicant­es de la posverdad, aquí y allá.

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