¡Que reine el caos!
En este ensayo divulgativo Tim Harford defiende el poder del desorden, tanto en el entorno como en la actitud personal, para fomentar la creatividad y el trabajo intelectual, es decir, para el desarrollo de grandes mentes y la gestación de grandes invento
Para los no familiarizados con la figura de Tim Harford (Oxford, 1973), uno de los periodistas y ensayistas económicos más célebres del ámbito anglosajón por abordar su especialidad con la cercanía y la chispa que demandan los que sienten sudores fríos en presencia de los números, encontrarse con un libro titulado El poder del desorden probablemente lo llevará a imaginar que está frente a un juicio sumarísmo a Marie Kondo, una enmienda a la totalidad de las ideas expuestas en sus superventas globales sobre los atajos hacia la felicidad por medio de que el orden impere en el ho- gar. Y pese a que Harford considera que el desorden fue un factor clave para que Benjamin Franklin describiera la corriente del Golfo, inventara las lentes bifocales, el pararrayos y el catéter urinario flexible, y de paso fuera embajador, gobernador y uno de los artífices de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, la respuesta es un no rotundo.
El autor no refuta el método más eficaz de doblar calcetines o los beneficios de deshacernos de los manuales de los electrodomésticos que defendiera la gurú japonesa. Su último libro es, en cambio, un ensayo divulgativo que acude a la neurociencia, la psicología y las ciencias sociales para invitarnos a romper el conjunto de cuadrículas que suelen gobernar nuestras vidas, una celebración del caos (productivo), una fustigación razonada de lo planificado, lo ensayado, lo rutinario, lo mecanizado… Todo ello con el objetivo de multiplicar nuestra creatividad y encontrar soluciones a muchos de los retos de la vida cotidiana y profesional.
Para entendernos, el autor asocia una ciudad uniforme, un parque de diseño, el piloto automático, el GPS, una mesa de trabajo aséptica y las normativas burocráticas con el demonio. Por si no ha quedado claro, en caso de albergar un carácter violento, probablemente hubiese enviado cartas bomba al comité gestor del Servicio de Aduanas e Impuestos del Reino Unido por prohibir a sus empleados en el 2006 que adornaran sus escritorios con cualquier foto o recuerdo familiar, y al escuchar la palabra microbios piensa automáticamente en lo beneficiosos que resultan.
Podemos resumir las teorías de este ensayo en tres grandes bloques:
INDIVIDUOS. De cara a alcanzar logros creativos es altamente recomendable distraerse, fracasar de manera reiterada y aventurarse a lo desconocido. Tradicionalmente los mejores científicos han sido aquellos que han cambiado con frecuencia de objeto de estudio. Alexander Fleming, Louis Pasteur o Charles Darwin aplicaron el método de trabajo que Kierkegaard llamó “rotación de cultivos”. En cuanto a las dinámicas de grupo en la resolución de problemas, siempre resulta preferible atender nuevas perspectivas, apostar por la diversidad de puntos de vista. El problema es que nuestro cerebro tiende por inercia a privilegiar la cohesión sobre la apertura. Cerrarse en torno a un círculo de personas que se nos parecen
supone un ejercicio de sabotaje sobre nuestras mentes ya que está comprobado que pensamos mejor cuando tememos que nuestra opinión no será aceptada.
ENTORNOS. El ya difunto y legendario Edificio 20 del MIT se diseñó de forma apresurada, al tiempo que era feo, disfuncional y peligroso. ¿Resultado? De él salieron nueve premios Nobel y ahí nacieron los radares que en buena parte decidieron el curso de la Segunda Guerra Mundial, el primer reloj atómico comercial del mundo, uno de los prototipos del acelerador de partículas, el primer videojuego estilo Arcade, entre otros prodigios, al tiempo que en sus laboratorios Noam Chomsky y Amar Bose revolucionaron la lingüística y los altavoces, respectivamente. El milagro se obró gracias a la confluencia de un variado abanico de personas con un sistema de numeración de sus despachos tan confuso que los llevaba a perderse y a charlar en los pasillos, intercambiando información que saltaba de una disciplina a la otra.
Por otro lado, cuanto más margen tiene el individuo para reconfigurar y personalizar un espacio, ya sea profesional o lúdico, más crece su rendimiento y aprendizaje. Esto explica, por ejemplo, que el parque infantil ideal sea The Land en el norte de Gales, del que Harford comenta: “Literalmente, parece que alguien hubiera descargado un camión lleno de chatarra de plástico y metal, y que luego se hubiera fugado antes de que llamaran a la policía (...) el fuego es habitual aquí, como las sierras, los clavos y los columpios hechos con cuerdas que dan vueltas diabólicas”.
TECNOLOGÍA. La sofisticación tecnológica aparta al ser humano del control y la ejecución de toda una serie de tareas (pilotaje de una aeronave, gestión de una central nuclear…) que al estallar una crisis le deja sin recursos para tomar los mandos, por mera falta de práctica. Earl Wiener, una leyenda de la aeronáutica, acuñó esta famosa ley: “Los dispositivos digitales evitan errores pequeños pero preparan el terreno para grandes errores”. Harford lo ilustra con la detallada y espeluznante crónica del vuelo 447 de Air France que el 31 de mayo de 2009 salió de Río de Janeiro con destino a París, y que acabó estrellándose contra el océano Atlántico, perdiendo la vida sus 228 pasajeros y la tripulación.