La Vanguardia - Culturas

Pau Riba, primer hippy catalan

Cincuenta años de ‘Taxista’, un álbum que marcó época

- Para Julià Guillamon, abrazando un castaño JORDI AMAT

Era una nueva tradición sensata. Aquella fiesta literaria, en Cantonigrò­s, concentrab­a el meollo del catalanism­o. Domingo 7 de agosto de 1966. Había más de mil personas, llegadas en coche o en autocar. El discurso destacado era del crítico Joan Triadú –pope del encuentro– que, como siempre, hacía balance de situación. Habló de la campaña “Català a l’escola”, del auge del ensayo, y subrayó la resonancia internacio­nal que había tenido Raimon en París. Después se entregaban los premios. El Salvat-Papasseit de poesía se lo llevó el estudiante Francesc Parcerisas y Carles Miralles fue merecedor del accésit. El Vida Nova de cuentos lo ganó Antònia Vicens y Carta a la vida fue uno de los dos accésits. Aquel día su autor cumplía 18 años. Se llamaba Pau Riba Romeva.

Nadie más que Pau Riba podía sentirse y ser percibido como el heredero prototípic­o de una cierta aristocrac­ia del catalanism­o. Era un pura sangre. Por parte de madre, nieto de un fundador de Unió Democràtic­a; por parte de padre, del poeta muerto y venerado y de Clementina Arderiu. Más. Su dominio de un catalán elegante y vivísimo era absoluto. Más. Había estudiado en la escuela Isabel de Villena: un pequeño microcosmo­s, que entroncaba con el espíritu del Institut Escola, donde se respiraba libertad y se reencontra­ban hijos de una burguesía ilustrada conciencia­da.

Este núcleo, ampliado, se citaba en contadas convocator­ias como las de Cantonigrò­s. En Serra d’Or se publicó una fotografía de Riba de aquel día. No es un hippy de manual. Pinta más bien como beatnik jovial. Sonríe pícaro o tímido y va vestido con una chaqueta que le haría sufrir un calor considerab­le. Gafas de enormes esferas y el pelo quizás un poco largo sin exagerar. Al día siguiente, en casa de los padres, en la calle Modolell de Barcelona, escribe una prosa lírica –de un tono beat adolescent­e– recreando el ambiente de la Festa. Se autorretra­ta como uno raro. “La gente llegaba, se cansaba, se sentaba, hablaba, miraba y tocaba. A mí también me tocaban; quiero decir golpes, empujones, miradas veladas y furtivas, cínicas, directas, de indignació­n, de burla, de indiferenc­ia, de aprobación, de todo tipo y sólo porque una de mis dos tías me había obligado a lavarme la cabeza y el viento había tomado mi pelo por juguete”. Es la misma sensación que, aquel 1966 y con más intenciona­lidad ideológica y menos potencia literaria, Els 3 Tambors

–otro grupo fundaciona­l del rock en catalán– cantaban en Cançó del noi dels cabells llargs. Para Riba la sensación de ser mirado con cinismo y como un extraño será el motor primero. Se ha puesto en marcha.

Beat

Cuando empieza el curso 66/67 se matricula en la Escola Massana, hace pinitos como diseñador y no deja de cantar y escribir canciones. Todo se encauza. Si se presenta a un premio de poesía, lo gana. Si se presenta a otro de canción, también. En 1967 ya canta Taxista .Es una inversión naif de los valores tradiciona­les. Al conductor de un taxi –una realidad urbana cotidiana–, el cantante le pide que lo lleve al cielo no para buscar el reposo eterno sino para trabajar; si allí no lo encuentra, pedirá que lo lleve al infierno. Es un trastorno con el que juega también en Som els morts de

l’any 40, otra de las primeras canciones. Un grupo de jóvenes, más o menos gamberros y que están en el cielo, deciden huir porque la plenitud celestial les resulta un aburrimien­to total.

Si una de las funciones sociales de la cultura es afirmar una moral que vertebre el grupo al cual se dirige, Pau Riba, en relación con los suyos, había empezado a elaborar una propuesta contracult­ural. Aún no es dura. No mina su mundo, que contempla con ironía, ni profana la casa del padre. Ya llegará. Pronto.

A Riba, de inmediato, se lo admira igual que fascina una estrella rara. Lo hace el catalanism­o progresist­a y lo hace la gauche divine .Su luz heterodoxa lo hace destacar dentro de la agrupación que es el Grup de Folk, medio católico y medio progre, que se crea por entonces. La mayoría de sus integrante­s también tenían apellidos lustrosos –Fàbregues, Boix o Casajoana, por ejemplo– y allí Riba, con Jordi Pujol Cortés, impulsó una actualizac­ión de la canción tradiciona­l que era una apuesta modernizad­ora por la pureza perdida. Riba brilla en el Grup de Folk a la vez que estrena una carrera en solitario

Heredero de cierta aristocrac­ia del catalanism­o, Riba es un pura sangre, nieto del poeta más venerado

Admirado por progres y la ‘gauche divine’, su luz heterodoxa lo hace destacar dentro del Grup de Folk ‘Taxista’ está cargado de potencia simbólica, sintoniza con el pacifismo y preludia la senda psicodélic­a

Con apenas veinte años está en pleno desclasami­ento, y con afán de destrucció­n de la moral que le rodea

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 ??  ?? Para los hippies de 1967 fue el verano de las flores. Pau Riba distribuye su primer disco, ‘Taxista’. La imagen, diseñada por él mismo, rebosaba palpitacio­nes del momento
Para los hippies de 1967 fue el verano de las flores. Pau Riba distribuye su primer disco, ‘Taxista’. La imagen, diseñada por él mismo, rebosaba palpitacio­nes del momento
 ??  ?? Universo ‘Dioptria’. Con Mercè Pastor como alma gemela, yendo más allá de la moral de su sociedad, Pau Riba compone la catedral del rock catalán
Universo ‘Dioptria’. Con Mercè Pastor como alma gemela, yendo más allá de la moral de su sociedad, Pau Riba compone la catedral del rock catalán
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