‘Roda el món i torna al Born’
Los grandes viajes de Oleguer Junyent
Oleguer Junyent invirtió once meses en dar la vuelta al mundo. A otro mundo. Sólo hay que mirar sus fotografías y leer sus narraciones. Un mundo, el de 1908, que físicamente tenía las mismas dimensiones que este, pero que era sin embargo más largo, más amplio, todo quedaba mucho más lejos. En todos los sentidos: eran muy pocos lo que se podían permitir semejante privilegio. Sus aventuras, las de estos viajeros en entornos aún semimíticos o desconocidos, eran recibidas con regocijo por un público hambriento de novedades. “Roda’l mon y torna al born. Viatge de Olaguer Junyent. Acaba de sortir, llibre nou”. Así anunciaba la Il·lustració Catalana la publicación en 1910 del volumen que recogía el periplo del escenógrafo catalán por “els països més pintorescos de la terra”, según glosó admirativamente L’Esquella de la Torratxa.
Escenógrafo, coleccionista, ilustrador, fotógrafo y sobre todo persona llena de curiosidad por cuanto le rodeaba, Oleguer Junyent (Barcelona, 1876-1956) había heredado el espíritu inquieto de su familia, empezando por su abuelo, Sebastià Junyent i Comes, l’espardenyer del Born, quien a mediados del siglo XIX había asentado las bases del carnaval barcelonés. El Born, el origen y la meta que nunca perdió de vista y que como un bucle del destino acoge ahora sus fotografías, en el Arxiu Fotogràfic de Barcelona. Allí se exponen las imágenes de un viaje extraordinario. Egipto, la India, China, Australia, Japón, Corea, Canadá y Estados Unidos. También París y Marsella a la ida, y Londres a la vuelta, pero esos prácticamente no cuentan, Junyent únicamente se refirió a estas etapas de pasada: “De Barcelona a Marsella, nuestro puerto de embarque, no tengo nada que decir, porque me parecería que hablo de caminos familiares para todo buen barcelonés” (las citas están extraídas de su libro Roda el món i torna al
Born, La Magrana, 1981, en catalán en el original). No viajaba solo, sino en compañía de un amigo, Marià Recolons, quien se mantiene en segundo plano. Es al llegar a El Cairo cuando siente que empieza realmente la ruta, aunque al desembarcar encuentran gran cantidad de viajeros, hecho que le hace exclamar: “Nosotros vamos a un más allá donde no todo el mundo puede ir”, antes de iniciar el camino Nilo abajo.
Las fotografías de las ruinas de Karnak o Lukor, pobladas de damas con vestidos blancos y caballeros perfectamente ataviados se corresponden con sus descripciones de la vida en los hoteles o en los barcos: “Las bombillas marcan puntos de luz en medio de las mesas y recortan las siluetas de los huéspedes, el blanco de las franelas y los piqués, el negro de los esmóquines y la rubicundez de señores y damas hacen un con-
junto bastante elegante de gente escogida”. Una sensación que contrasta con la visita a las Pirámides, convertidas ya entonces en atracción turística, pues le impresiona “la cantidad de cosas que hay que pagar, además del hospedaje, el tren, los intérpretes, la comida, el té, las bebidas (...) tanto para subir, casi igual para bajar, además de para entrar en el interior de la gran pirámide y, como fin de fiesta, el aviso confidencial de que si se da algo de más podríamos ver lo que nadie ve”. Algunas cosas no cambian.
La estancia en la India le permitió conocer Bombay –de donde des-