¿Definitivamente afroamericano?
La estimulante e inteligente muestra inaugurada en la Tate Modern de Londres con el título El alma de una
nación (Soul of a nation) ofrece piezas de arte afroamericano realizadas entre 1963 y 1983 y plantea más preguntas de las que en realidad consigue responder. Sin embargo, supone un verdadero hito. En Estados Unidos los afroamericanos constituyen una minoría amplia y visiblemente diferenciada cuya importancia cultural sólo empezó a reconocerse de modo bastante reciente. Ahora la situación ha cambiado de modo drástico.
De todos modos, ya no es seguro que sean, como ocurría antaño, la minoría mayoritaria más fácilmente visible, distinguible de manera inmediata. Da la impresión de que la población afroamericana estado-unidense se ha visto superada en fecha reciente por los latinos, si bien estos están tan divididos que resulta difícil afirmarlo con certeza. Y, por otra parte, está el hecho de que muchos latinos que lo son de un modo indiscutible también tienen una porción de ascendencia africana. De ellos mismos que se identifiquen con la cultura latina o con la cultura afroamericana. Es un poco difícil que lo hagan con ambas. De manera particular, es un dilema para los inmigrantes procedentes de Cuba y sus descendientes, así como para buena parte de la población de Puerto Rico.
Al repasar el catálogo de El alma de una nación: el arte en la época del Black Power, resulta sorprendente la escasísima presencia de nombres de origen latino. Sí, están Virginia Jarami-
llo y quizá Roy DeCarava. La mayoría de los apellidos son ingleses: Kay Brown, Ed Clark, Bob Crawford, Jeff Donaldson. Si uno viera sólo la lista sin el contexto, nunca diría que los nombrados eran de ascendencia africana. Sólo de modo ocasional, un nombre adoptado (por ejemplo, Senga Nenguidi) proporciona una clave. Semejante hecho pone de relieve el modo en que la identidad africana se vio desgarrada por los mecanismos de la esclavitud. Quienes fueron trasladados desde África a América para ser vendidos como esclavos quedaron despojados de todo rastro de sus culturas originales. Lo único que les quedó, en el sentido más literal, fue su piel negra.
Un rasgo muy emotivo de la exposición es que representa una búsqueda y una recreación deliberada de esa identidad negra perdida. Constituye una desafiante afirmación de separación. Una afirmación hecha en el contexto de la cultura estadounidense contemporánea vista en su conjunto.
Además, percibimos otra paradoja, puesto que la cultura estadounidense se ha vuelto cada vez más regional, sobre todo desde el progresivo declive del movimiento pop art. Ahora resulta mucho más fácil definir el arte californiano, el Medio Oeste (en concreto, Chicago), Nuevo México, Nueva Orleans o Seattle, que señalar una obra de arte o un fenómeno artístico recientes y exclamar: “Sí, es típicamente estadounidense”.
Una curiosa consecuencia de esta época de fragmentación cultural es que dos elementos que solían parecer muy aislados e incluso especializados, han acabado por percibirse como típicas afirmaciones estadounidenses de identidad. Uno es el arte feminista, aunque se trata de una opinión arriesgada viendo la diferencia entre, por ejemplo, la obra de Judy Chicago, la matriarca artística del feminismo estadounidense, y la de una nueva generación de fotógrafas sin concesiones que trabajan en Irán: sin concesiones, pero al mismo tiempo muy conscientes del complejo papel desempeñado por las mujeres en la historia de la cultura iraní. Lo mismo es cierto en el caso del arte contemporáneo realizado hoy por mujeres en Japón; aunque, de modo extraño, hay pocas artistas destacadas trabajando en la China continental.
La otra afirmación acerca de una identidad indudablemente norteamericana, viable a través de todas las variaciones regionales del arte contemporáneo estadounidense es, sin duda, la expresión afroamericana. Cuando se visita la Bienal de Venecia, por ejemplo, es muy probable que uno encuentre un artista negro ocupando el pabellón estadounidense.
La nueva exposición de la Tate Modern ofrece obras de una serie de llamativos artistas figurativos no tan conocidos fuera de Estados Unidos como merecerían serlo. Entre ellos se encuentran Barkley L. Hendricks, con un autorretrato desnudo maravillosamente descarado que lleva por título Brillantemente dotado, y Norman Lewis y su América la bella, una abstracción en blanco y negro que tras un examen más atento resulta ser una representación panorámica de una procesión del Ku Klux Klan. Igualmente llamativas son las obras con imágenes corporales, imágenes realizadas presionando el cuerpo embadurnado sobre el lienzo. Un ejemplo famoso, presente en la muestra, es el Caso de injusticia de David Hammons, que representa a una fi-
El arte es aquí una búsqueda deliberada de la cultura e identidad africanas perdidas tras la brutal esclavitud
>