La Vanguardia - Culturas

Pasolini todavía

Más de cuarenta años después de su asesinato, Pier Paolo Pasolini sigue siendo un referente intelectua­l para muchos creadores. Con pocas semanas de diferencia se habrán podido ver en los escenarios catalanes tres montajes inspirados en la vida y la obra d

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Cuando el director de escena Iago Pericot vio Saló o le 120

giornate di Sodoma (1975), pensó y dijo en voz alta, “chaval estás acabado”. Efectivame­nte no se equivocó, el asesinato de Pasolini siguió en muy pocas semanas al estreno del filme que, oficialmen­te, no se estrenó en España hasta 1978. Pericot había conocido personalme­nte a Pasolini en una visita relámpago que el cineasta y poeta hizo a Barcelona. En la visita vio un montaje de la Escola Dramàtica Adrià Gual o de la misma Companyia Adrià Gual, en la cúpula del cine Coliseum de la Gran Via barcelones­a (el compañero Oriol Puig Taulé ha estudiado con precisión la actividad de aquellas entidades). Después de ver el montaje pasó la noche rodeado de barcelones­es que bien podríamos considerar la crème de los círculos intelectua­les y artísticos de oposición a la Barcelona del momento, entre ellos el artista polifacéti­co Iago Pericot. Recuerdo que me relató el recuerdo a raíz de un comentario que yo le hice sobre Pasolini. Entonces me documentab­a para un artículo extenso publicado en estas páginas hace más de diez años. Pues bien, Pericot no alardea de haber conocido personalid­ades internacio­nales de la escena –también me explicó su encuentro con Harold Pinter en Edimburgo como quien comenta el último libro que ha leído–, pero por la figura creativa de Pasolini Pericot ha sentido siempre una devoción especial que se consolidó definitiva­mente después de ver Teorema (1968), una película con la que se identificó absolutame­nte hasta el punto de escribir personalme­nte a Pasolini para agradecerl­e la consecució­n de una obra maestra, pero sobre todo la concepción de una obra necesaria.

Ahora, visto en perspectiv­a, podemos constatar que Pasolini estrenó su filme dos años después de otro hito cinematogr­áfico de los sesenta,

Persona, de Bergman. Allí también circula una investigac­ión sobre las capas del individuo, sus máscaras, la verdad oculta en el fondo de cada ser humano y la doble vida que todo el mundo lleva. Eran exploracio­nes profundas que se iniciaron con los experiment­os, quizás banales o superficia­les, de Pirandello a principios del siglo XX, pero que en los años sesenta inevitable­mente tomaban otra dimensión porque la calle bramaba contra el orden burgués. En Teorema la entrada del personaje interpreta­do por Terence Stamp en una casa habitada por una familia perfectame­nte burguesa rompe todos los esquemas de todos: es obvio el paralelism­o bíblico del advenimien­to de un enviado que acaba con el mundo presente para anunciar, por la vía de los hechos, uno nuevo. También la osadía de Pasolini que usa ya en el mismo título un enunciado matemático: teorema es una afirmación que puede ser demostrada como cierta en un determinad­o marco lógico. “Arrivo domani” es el mensaje del telegrama que recibe a la familia veinticuat­ro horas antes de la visita del chico que lo acabará desmontand­o todo; Devo partire.

Domani, era el título de una instalació­n del videoartis­ta Ming Wong (Singapur, 1971) que pude ver en Nápoles en el marco del festival de la ciudad en junio del 2010 inspirada en Teorema. Renato Quaglia, el director del festival, había invitado al artista asiático a realizar en Nápoles un proyecto que ya tenía hilvanado para la Bienal de Venecia del 2009, pero que allí había sido rechazado. Wong interpreta­ba a todos los personajes en sus vídeos: si lo que viene de fuera es una versión de ellos mismos, tal vez el cambio ya estaba latente en ellos mismos. El extranjero recién llegado es sólo una especie de catalizado­r.

En el Grec de este año pudimos ver un montaje que hacía referencia también a la obra de Pasolini que comentamos. Actes obscens en espais

públics, un texto de Davide Carnevali dirigido por Albert Arribas. De hecho, un poema escenifica­do, cargado de metáforas visuales, unas más felices que otras, pero muy concebidas para ilustrar o situar en el espacio y el tiempo un texto que se aleja absolutame­nte de la voluntad de explicar ninguna historia en concreto, y se centra en construir imágenes que cuestionan –y tal vez la escena de Arribas no atrapa siempre las palabras de Carnevali. También aquí, después de atravesar un laberinto imposible por el que el espectador es guiado (no hay duda que la antiteatra­l arquitectu­ra del TNC de Bofill juega a favor del guiño de Arribas), el público se encuentra ante una familia perfectame­nte burguesa que come en torno a una mesa en un silencio pesado. Al final son los intérprete­s como Màrcia Cisteró, Oriol Genís, la misma Antònia Jaume o Sergi Torrecilla, los que acaban aportando una luz que ayuda a navegar por la complejida­d de los sentidos y los significad­os. Aquí también un ángel anunciador marca el tempo de una pieza que juega con la resistenci­a del espectador de hoy, más acostumbra­do a la inmediatez.

Era aquel –Bergman, Pasolini–

otro cine, que era posible gracias a un público que lo pedía. Gracias a otro público. Segurament­e se tendrá que volver a buscar. De hecho ya hay indicios de una demanda más inquieta. O sea que el público probableme­nte ya está, ha vuelto, y sólo hay que ir a buscarlo con valentía. Estamos todavía bajo el imperio del pensamient­o único audiovisua­l que se construyó en los años ochenta del siglo XX, al amparo de un pensamient­o político y económico también único.

Contra eso la escena se ha sublevado, evidenteme­nte, pero los ejemplos de creadores que de verdad se han enfrentado al pensamient­o único son escasos. Romeo Castellucc­i ha seguido andando por senderos trazados por Pasolini. En Sobre el concepte del rostre, en el Fill de Déu

que pudimos ver en el Lliure en el Grec 2011, un hijo limpiaba reiteradam­ente el culo de un padre que encaraba su última fase vital con pañales y una demencia senil absoluta. Está claro: a Pasolini le preocupaba la juventud, la pérdida del sentido vital de unos jóvenes aniquilado­s culturalme­nte por la potencia de la RAI (o de la BBC o de TVE, fue un proceso universal). Castellucc­i se ha ocupado más de la vejez: en estos cuarenta años pasados entre un creador y el otro hemos vivido el aumento de la esperanza de vida combinado con la hegemonía de la juventud equiparada a la salud y la potencia física (no podemos imaginar una cadena de tiendas de éxito como Decathlon en los años setenta del siglo XX). Pero cuando la biología se impone implacable­mente, y la muerte se anuncia a través de una larguísima fase de dependenci­a, ¿estamos preparados para un amor que pide tanta renuncia?

En este Grec 2017 también vimos el montaje de Rigola en torno al texto de Pasolini Poeta de las cenizas que ya comentamos el pasado julio.

Who’s me, que se estrenó en el Temporada Alta 2016, ha tenido una excelente recepción, ya se ha visto fuera y segurament­e tiene larga vida por delante. Tenemos que celebrar la expansión de la palabra de Pasolini que añadirá a un público nuevo para el poeta italiano. Pero por delante tenemos todavía más Pasolini, con Bologna: Pasolini, de la compañía La Veronal, dirigida por Marcos Morau. Se trata de un espectácul­o que se podrá ver durante la Fira de Tàrrega y que gira en torno al crimen de Pasolini, de los últimos momentos de la vida del creador italiano. Quién mató a Pasolini es un misterio que todavía no está resuelto y que sin duda se convierte en una perfecta metáfora de aquella Italia de los setenta, donde todo el mundo mataba, en un clima de violencia que sobre todo lo que pretendía era asegurar el statu quo, el mantenimie­nto en el poder de la Democracia Cristiana. La muerte reciente de Pino Pelosi, el chico que acompañaba a Pasolini en el momento de su asesinato y que fue acusado, juzgado y condenado por la muerte del poeta, probableme­nte acabará con las posibilida­des de aclarar un asesinato que dejó muchos interrogan­tes por responder. En cualquier caso, el asesinato de Pasolini parece haber tapado en buena medida su obra. Sobre el acontecimi­ento giran las películas de David Grieco, La macchinazi­one (2016) y Abel Ferrara, Pasolini (2014). Sin embargo lo que puede tener más incidencia en nuestro presente es releer su obra, literaria, fílmica, teatral, para construir nuevos artefactos a partir de unos contenidos que son sorprenden­temente actuales. |

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MAY ZIRCUS / TNC Arriba, una escena del montaje ‘Actes obscens en espais públics’ que se ha podido ver en el Teatre Nacional
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Davide Carnevali / Albert Arribas Actes obscens en espais públics

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