Como suele suceder en todo retrato de un mito, esta película evita las aproximaciones frontales o los planos demasiado explícitos, convirtiendo sus imágenes en máscaras que encubren al personaje principal. El Calypso aparece sólo como un barco viejo que n
Propongamos un juego a partir de
Jacques (L’Odyssée, Jerome Salle, 2016) y observemos qué le falta para ser Ciudadano Kane (Orson Welles, 1940) en cuanto a película biográfica. La diferencia más obvia es que el primero es un biopic real a partir de la figura de Jacques Cousteau y el segundo es un biopic apócrifo a partir de William Randolph Hearst; además, el primero es fruto de un intenso trabajo de investigación y el segundo es fruto de un intenso trabajo imaginativo. Esto nos lleva a la siguiente diferencia, entre el carácter biográfico de una y la carga autobiográfica de la otra, pues allí donde Salle propone cierto distanciamiento narrativo, Welles viola la distancia focal y a veces da la sensación de estar retratándose a sí mismo a través de su personaje principal (a quien él mismo interpreta).
Se me ocurre, no obstante, que el abismo que de verdad separa a las dos películas es una cuestión de estilo, como si un periodista se enfrentase con William Shakespeare ante el folio en blanco, en busca de la verdad y la poesía respectivamente.
A Jacques le interesan menos los logros de Cousteau (Lambert Wilson) que cómo y por qué los llevó a cabo. Pero eso suele suceder cuando de la posibilidad de un semidocumental sobre los secretos del mar pasamos a un melodrama familiar con zonas oscuras, cuando en lugar de sumergirnos en el océano para descubrir un universo que a casi todos nos resulta desconocido, obligamos a un buzo a emerger para observar sus costuras humanas y descifrar su misteriosa trayectoria hasta convertirse en un ecologista.
Es el signo de los tiempos, el nuevo paradigma visual: ahora nos interesan menos las imágenes que lo que podamos hacer con ellas, nuestra selfie ante la torre Eiffel donde nosotros somos los protagonistas, nuestro juicio y no nuestra inquie-
tud, nuestra presencia y no nuestra reverencia. Algo así es Jacques: una película a partir de Cousteau, no tanto sobre él. Que comience con la muerte de su hijo Philippe (Pierre Niney) mientras intenta amenizar en el estuario del río Tajo y acabe –durante los créditos finales– lanzando un mensaje para preservar el medio ambiente, nos lo dice todo sobre su deriva y su carácter líquido, pese a su falta de interés en explorar el interior marino, el ethos de sus personajes o tan siquiera el
pathos de algunas situaciones (como la tormenta que barre una elipsis antes de que el Calypso llegue con su tripulación a la Antártida).
A Cousteau sus detractores lo califican de temerario, prepotente, cruel a veces con los animales, putero, mal padre, peor marido, ambicioso, charlatán y materialista. Todo eso suena muy norteamericano y esta película es francesa, de modo que al menos nos libramos de esa ira incendiaria aunque algunas secuencias pasen de puntillas sobre ciertos rasgos cuestionables del personaje, sin apenas rozarlo.
En ocasiones da la sensación de que las imágenes tuviesen miedo de crear algún tipo de ambigüedad, por las posibles consecuencias, no vayan a ser malinterpretadas o criticadas por frívolas o inocentes o furiosas. En ese sentido, Jacques parece el anverso de los documentales y las series en las que intervino el Jacques Cousteau real, donde la impericia cinematográfica y la poesía entre ingenua y mesiánica de sus guiones se compensaban –como en los trabajos de Félix Rodríguez de la Fuente– gracias al entusiasmo temerario de las tomas y a la continua sensación de estar alcanzando algo nunca antes visto.
En este filme todo es bonito, perfecto, incluso no hay peligro cuando varios tiburones rodean a un grupo de submarinistas porque sabemos que no son reales, tan sólo efectos especiales generados por ordenador. Es cine, estamos a salvo; estamos en manos de Jérôme Salle y no en manos de Orson Welles o del verdadero Jacques Cousteau, con quienes habríamos estado en serio peligro porque con ellos la tecnología aún no estaría inventada, sino inventándose, porque con ellos la historia aún no estaría escrita y estaríamos en pleno proceso de escribirla,forzandosuslímites. |
Cousteau pasó de filmar las profundidades con fines megalómanos a científicos, divulgativos y conservacionistas