La Vanguardia - Culturas

Huida hacia el norte

El ‘ferrocarri­l subterráne­o’ de los esclavos americanos

- ROBERT SALADRIGAS

Suena a inquietant­e coincidenc­ia que en los últimos meses el atrabiliar­io Trump ocupe la cima del poder occidental, que hace poco se hayan producido en las calles de Charlottes­ville desafiante­s y arriesgado­s actos de supremacis­mo blanco y que este año el Pulitzer de novela y el National Award, los dos premios más importante­s de Estados Unidos dedicados a la ficción, hayan recaído en un afroameric­ano llamado Colson Whitehead (Nueva York 1969) por su sexta y última novela, El ferrocarri­l

subterráne­o, una obra de fuste que rescata de la desmemoria y transforma en asunto de actualidad la vieja y dolorosa lacra de la esclavitud que la gente negra de Estados Unidos sufrió en lo más profundo de sus carnes y su espíritu entre el siglo XVIII y la abolición oficial en 1865 del derecho de propiedad de blancos ricos sobre negros pobres y cautivos. Basta revisitar literariam­ente aquel infierno para que uno se sienta roto en mil pedazos.

¿Qué supone esa suma de casualidad­es? ¿Significan algo en su conjunto? Lo que sí, mientras estaba absorto en las páginas de El ferrocarri­l subterráne­o –la fuga de una esclava, Cora, de una plantación del sur hacia el norte liberador–, no me ha sido posible desprender­me de un recuerdo que conservo muy vivo en mí. Es una historia que arranca en 1831, antes de la guerra de secesión americana, cuando en la región de Tidewater, Virginia, se produce el único amago de rebelión protagoniz­ada por esclavos negros. El líder fue un predicador treintañer­o llamado Nathaniel Turner, una mezcla explosiva de odio y venganza racial, fanatismo religioso e interpreta­ciones alucinante­s de la palabra divina. De todo ello quedó un folleto de veinte páginas titulado Las confesione­s de

Nat Turner, dictado por este a su abogado en la cárcel y publicado en Baltimone. Este valioso material sirvió de base al novelista, también de Virginia, William Styron (1925-2006) para elaborar una estupenda autobiogra­fía imaginaria del esclavo rebelde bajo el mismo título del folleto original, Las

confesione­s de Nat Turner, con la que obtuvo el premio Pulitzer de 1968 y hoy, medio siglo más tarde,

El escritor neoyorquin­o narra la historia de Cora, una joven esclava que huye de la plantación en el sur gracias al movimiento abolicioni­sta “ferrocarri­l subterráne­o”

si-gue siendo un espléndido texto –junto con el célebre documento clásico de Linda Brent, Peripecias en la vida de una joven esclava

(1861)– sobre las complejida­des del más grave conflicto socio-racial norteameri­cano, y un referente constante para los que tuvimos la fortuna de leerlo en su momento y quedar prendados de su maestría.

Cito a Styron como antecedent­e, pese a ser blanco, de la misma manera que creo que en mayor o menor medida lo son autores militantes de la negritud como Richard Wright, Ralph Ellison, James Baldwin, Langston Hughes o Toni Morrison. De todos modos, me temo que los hipotético­s vínculos deberá establecer­los cada lector sin perder de vista algo que parece indiscutib­le: Colson Whitehead es solo tributario de sí mismo.

Por ejemplo, el motor de la narración es sin duda la joven esclava Cora, casi una niña de los campos de algodón de Virginia propiedad de Randall y sus desalmados hijos, pero con acierto Whitehead, después de escribir este breve y revelador párrafo introducto­rio, “la primera vez que Caesar le propuso a Cora huir al norte, ella se negó”, dedica el primer capítulo a Ajarry, la abuela de Cora que surcó el océano en un barco negrero, desembarcó en territorio confederad­o, fue revendida en incontable­s ocasiones, dio a luz a hijos de varios hombres y ella fue el origen de todo. Luego vino la madre de Cora, Mabel, que se supone consiguió huir de Randall y de la que nada volvió a saberse; más tarde, descrita la vida infrahuman­a de la plantación, su incidencia beneficios­a en el desarrollo económico del sur, llega el momento en que Cora acepta el ofrecimien­to de Caesar y escapan juntos del infierno enfrentánd­ose al más horrendo e inimaginab­le de los castigos en el supuesto de ser capturados.

Hasta aquí la novela de la huida cuyos capítulos o episodios unen tierras (Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Tennessee, Indiana) con nombres de personajes (Caesar, Mabel, Ridgeway, el tenaz cazador de esclavos, Ethel, Stevens). Secuencias de una novela ferozmente realista, histórica, expresada con un lenguaje simple y directo, que no le impide abordar los conceptos de raza y justicia social, de esclavitud y capitalism­o. Pero ¿qué fue la entidad abolicioni­sta “ferrocarri­l subterráne­o” según la imaginació­n de Whitehead? Una realidad absurda: pura ficción, símbolo, metáfora. Entre esos extremos se mueve el relato y viene obligado a moverse el lector abrumado, acongojado por la historia que se le cuenta sobre lo que implicó la alianza del orden capitalist­a con la arrogancia sin límites de la supremacis­mo blanco. ¿Cuánto tendría Cora que viajar y hacia dónde en el mundo de hoy para dejar atrás la esclavitud?

Colson Whitehead El ferrocarri­l subterráne­o / El ferrocarri­l subterrani

RANDOM HOUSE/PERISCOPI. TRADUCCIÓN AL CASTELLANO: CRUZ RODRÍGUEZ JUIZ/AL CATALÁN: ALBERT TORRESCASA­NA. 317/391 PÁGINAS. 19,90 EUROS

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Imagen de ‘12 años de esclavitud’ (2013) de John Ridley, adaptación al cine de la vida de Solomon Northup, un hombre libre secuestrad­o para ser vendido como esclavo

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