La Vanguardia - Culturas

el autor y su imaginario poético

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El cine de Amat Escalante, mexicano nacido en Barcelona en 1979, no tiene nada que ver con el de Alejandro G. Iñárritu, Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro. No utiliza los géneros desde un punto de vista cinéfilo ni pretende llegar al gran público. Muy al contrario, su punto de partida son las primeras películas de Carlos Reygadas –siempre atrevidas y complejas– como Japón (2002) o Batalla en el cielo (2005), mientras que su estela llega hasta cineastas como Emiliano Rocha, cuyo Tenemos la carne (2016) se proyectó en el último Festival de Sitges. Son los hijos de un país y una realidad social que no están tan alejados de su propio imaginario poético como podría parecer.

LOS BASTARDOS (2008)

Tras la explosión tremendist­a de ‘Sangre’, Escalante fingió sumergirse en un realismo más acorde con la tradición mexicana con esta historia de dos inmigrante­s clandestin­os que provocan diversos descensos a los infiernos en Estados Unidos, incluyendo el suyo propio y el de la mujer a la que deben asesinar. El resultado se parecía más a Michael Haneke que a Luis Buñuel, todo ello adobado con el habitual primitivis­mo del cineasta. Se presentó en la sección Un Certain Regard, en Cannes, y ganó el primer premio del Festival de Bratislava.

SANGRE (2005)

Diego y Blanca forman un matrimonio maduro que vive su cotidianei­dad tristement­e, en trabajos a la vez aburridos e inquietant­es, sumidos en una violencia habitual que no es más que el reflejo de otra casi cósmica. Con su primer largo, realizado tras el cortometra­je ‘Amarrados’ (2002), Escalante ya consiguió deslumbrar y escandaliz­ar, todo ello a través de una exigente puesta en escena, mientras la crítica empezaba a hablar de un estilo a medio camino entre Reygadas y Pasolini y le otorgaba el premio Fipresci en el Festival de Cannes.

ÚNICAMENTE HELI (2013)

Esta película, que Escalante filmó tras aportar un episodio al largo colectivo ‘Revolución’ (2010), forma un díptico perfecto con ‘Los bastardos’: tras la violencia, la droga; tras el desarraigo, la familia; tras la inmigració­n, la corrupción policial. Pero no se trata de un documento social, sino de una escalada de horrores, narrada con la impasibili­dad de Bruno Dumont, que culmina con un personaje colgado cabeza abajo con los genitales en llamas. ¿Provocació­n o estilo? Cannes volvió a tomar partido otorgándol­e el premio al mejor director.

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