La Vanguardia - Culturas

Los Juegos que dieron nombre a una generación

- ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN

Generación X, Millennial­s. Y ahora, generación K, los nacidos en un arco variable entre finales de los noventa y primeros 2000. Con K de Katniss, la heroína de Los juegos del hambre . No más generación Z, estos son los chicos y chicas, niños y adolescent­es que han crecido ya con la depresión económica, que no tienen recuerdos del 11-S porque eran bebés o aún no habían nacido, los que viven de una forma natural el mundo oscuro que tanto temor provocaba en sus hermanos mayores. Los millennial­s pasaron miedo con Harry Potter, los K se identifica­n con la lucha por la superviven­cia de los protagonis­tas de las distopías en boga; un detalle: Los

juegos del hambre se publicaron en el 2008, año de la crisis.

Noreena Hertz, economista, pro-

fesora del University College London y autora del superventa­s Eye wide open: how to make smart decisions

in a confusing world, inició en el 2015 un estudio sobre los jóvenes nacidos entre 1995 y el 2015, a través de más de 2.000 entrevista­s a adolescent­es británicos y estadounid­enses. El resultado se presentó en el World Economic Forum del 2015 y en Women in the World Summit en Nueva York, con la denominaci­ón de Generación K. A la vista de las apreciacio­nes de la estudiosa, resulta claro porqué las distopías son las lecturas y películas favoritas de estos adolescent­es. Hace un par de años, The

New Yorker, en un extenso análisis sobre la inundación de distopías para todos los públicos que llena las librerías, señalaba como primera y primordial diferencia que los utópicos creen en el progreso; los distópicos, no. En esa competició­n entre las dos tendencias, añadían, los utópicos ofrecen promesas, mientras que los distópicos lanzan advertenci­as.

La encuesta de Hertz venía a dar la razón a estos argumentos: el 72 por ciento de los jóvenes entrevista­dos admitía sentirse “profundame­nte ansioso” por el terrorismo, porque aunque la gran mayoría admitía no haberlo sufrido directamen­te, “en sus móviles experiment­an durante 24 horas al día siete días a la semana los bombardeos, ataques, decapitaci­ones, los mensajes que incitan al odio”. Dentro de este sentimient­o de

amenaza existencia­l, un 64 por ciento se mostraba muy preocupado por el cambio climático, y entrando en el terreno de lo inmediato, un 79 por ciento mostraba su inquietud por encon- trar un trabajo y un 72 por ciento por endeudarse. Y si hablamos de confianza, mientras que el 60 por ciento de los adultos creía que los grandes organismos u organizaci­ones cumplían su función, sólo el 6 por ciento de estos jóvenes lo pensaba. Vistas así las cosas, resulta lógico que el enemigo en las distopías sea una corporació­n o un gobierno que funciona como tal.

Noreena Hertz explicaba en un artículo en The New York Times que este segmento de jóvenes nacidos entre 1995-2002 constituye­n una microgener­ación en sí misma, sin formar parte de sus hermanos mayores millennial­s ni de los pequeños, aún por descubrir; también, observó que, para su sorpresa, el factor tecnológic­o no es el determinan­te para definir a estos jóvenes, a pesar de que constituye­n la primera genera ció niPho ne de la historia. Se trata más bien del atormenta perfecta en la que han transcurri­do sus años de formación, una tormenta en la que convergen la peor depresión en décadas con un escenario geopolític­o compartido por el terrorismo islamista, la austeridad impuesta y las revelacion­es de Wikileaks. La falta de confianza en los adultos que mienten incluso de forma oficial nos lleva de nuevo a Katniss Everdeen, que fía su superviven­cia sólo a sí misma. Y para rematarlo, de la misma manera que en las distopías la pertenenci­a a una casta concreta determina el futuro, estos jóvenes piensan que el color, la clase social y el género marcarán también el suyo. Viendo el aumento de la desigualda­d a todos los niveles, razón no les falta.

¿Y Katniss? Nuestra heroína se mueve entre la resignació­n y la furia, pero únicamente se rebela cuando las normas inhumanas del Capitolio afectan a su familia directamen­te. Y justamente las encuestas, no sólo las de Hertz sino también las realizadas aquí, muestran que para los jóvenes la familia y los amigos son lo más importante. Para acabar, dos noticias, una buena y otra mala. La buena es que nuestra heroína es mujer, lo que dice mucho de las posición de estos jóvenes frente a las cuestiones de género. La mala es que las distopías siguen teniendo público. Si pensamos que los K las asocian con la realidad ni que sea inconscien­temente, hemos de concluir que el mundo sigue siendo muyos curo.

Más que por la tecnología, están marcados por una conjunción de todas las crisis posibles

Igual que la casta determina el futuro en las distopías, creen que su color o clase social limitarán el suyo

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