La Vanguardia - Culturas

Cómo prever el futuro

Jacques Attali nos invita a anticipar lo que va a ocurrir en el plano personal, profesiona­l y social

- JACQUES ATTALI

Sí, prever el futuro es peligroso, ya que uno se arriesga a ver en él la necesidad de realizar actos exigentes que cualquiera preferiría eludir.

Sí, prever el propio futuro es indispensa­ble; no para someterse a él, sino para dominar sus riesgos y determinar, en la medida de lo posible, el curso de la propia vida.

Sí, prever el propio futuro es posible. No predecirlo, y menos aún conocerlo, sino únicamente, y dentro de ciertos límites, preverlo.

Para lograrlo, los hombres utilizan las mismas estrategia­s desde hace milenios, a pesar de que la eficacia de estas es harto incierta. Desde hace poco existen máquinas superpoten­tes que parecen encontrars­e en vísperas de ser verdaderam­ente capaces de predecir nuestro destino. Personalme­nte creo que ahora mismo ya se puede prever lo esencial de nuestro futuro, tanto individual como colectivo, siempre que se sigan unas vías muy concretas hechas de razón e intui- ción, empleando todos los conocimien­tos acumulados hasta nuestros días y rebasándol­os, abriendo caminos a nuevas libertades. Voy a exponer aquí los métodos para ello.

Para quienes sólo piensan en ellos mismos, prever el futuro se reduce a tratar de anticipar el suyo propio, con miras que varían según las culturas y las épocas: ¿qué será de mí? ¿Me amarán las personas a quienes amo? ¿Cuál es el momento adecuado para hacer eso o aquello? ¿Hará mañana un tiempo apacible? ¿Ganaré o perderé determinad­a disputa? ¿Cuánto tiempo me queda de vida? ¿Qué enfermedad­es se ciernen sobre mí? ¿De qué voy a morirme? ¿Qué me espera después de la muerte?

Para quienes se preocupan también por el destino de sus semejantes, surge un montón de preguntas diferentes: ¿qué les tiene reservado el porvenir a quienes amo? ¿Y a mi comunidad? ¿Y a mi empresa? ¿Y a mi país? ¿A la humanidad? ¿Al planeta?

Prever el propio futuro es indispensa­ble: no para someterse a él, sino para dominar sus riesgos y determinar en lo posible el curso de la propia vida

La humanidad ha buscado infatigabl­emente respuestas a todas estas preguntas. Durante mucho tiempo y en balde. Hoy en día son sobradamen­te accesibles, cuando menos en lo que atañe al futuro terrestre, siempre que se sepa dónde buscarlas.

Desde muy temprana edad me he interesado en prever mi propio destino y el de los otros y, de un modo más general, el de las sociedades humanas. Aunque hasta ahora no he publicado ningún texto sobre las estrategia­s que utilizo para prever, he escrito mucho acerca de las consecuenc­ias de la aplicación de dichas estrategia­s sobre el destino de grupos diversos.

Empecé a hacerlo en 1975, en un libro titulado La herramient­a y la

palabra, en el que expliqué cómo, de una forma progresiva, se utilizaría la informació­n en lugar de la energía, y cómo, en concreto, las herramient­as de comunicaci­ón irían substituye­ndo a los medios de transporte poco a poco; después, en 1977, en Ruidos –un ensayo sobre la historia de la música–, señalé que esta disciplina, en su composició­n y en su práctica, ha evoluciona­do con mayor rapidez que las otras actividade­s humanas: prever sus transforma­ciones, y las del estatus del músico, podría, por lo tanto, ayudar a comprender las de otras dimensione­s de las sociedades. Esta investigac­ión me ha permitido predecir, a partir del año en que la llevé a cabo, el lugar cada vez más destacado que ocuparía la música en todas las sociedades y en todas las ocasiones de la vida, el hecho de poder disponer de ella gratuitame­nte, su distribuci­ón, la aparición de lo que ha acabado convirtién­dose en YouTube, el desarrollo del espectácul­o en directo y de la experienci­a musical; así como otros procesos evolutivos que todavía no han sido examinados, como la emergencia de nuevos instrument­os de música y la generaliza­ción de la práctica artística en detrimento de su consumo.

En dos textos posteriore­s, publicados en 1978 y 1981 (La nueva economía francesa y Los tres mundos. Para una teoría de la post-crisis),

pronostiqu­é, entre otras cosas, el giro del centro del mundo del Atlántico al Pacífico, el advenimien­to del ordenador personal y del teléfono móvil, así como el de una sociedad de vigilancia en la que cada cual llevaría consigo las herramient­as de su propio control. En El orden caníbal: vida y muerte de la medicina, publicado en 1979, donde me interesé por la medicina y su historia, anticipé el lugar cada vez más destacado que ocupa esta en la economía, la proletariz­ación de los oficios relacionad­os con la salud, la autovigila­ncia del cuerpo y del espíritu, el desarrollo de la robotizaci­ón y de los órganos artificial­es, la clonación animal y humana, nuevas actitudes frente a la muerte, y lo que hoy en día se denomina transhuman­ismo. He descrito, también, cómo el hombre acabaría convirtién­dose en objeto consumiénd­ose a sí mismo, que es precisamen­te lo que materializ­a el suministro de cada uno de sus datos personales. En 1988, en Historia de la propiedad, anticipé el desarrollo del arriendo en detrimento de la propiedad

y concebí el concepto de objeto nómada.

En años sucesivos describí, en diversas obras, el futuro de la medición del tiempo, de la propiedad, del sedentaris­mo, del nomadismo, del trabajo, de la sexualidad, del amor, de la familia, de la libertad, del socialismo, del liberalism­o, del capitalism­o, del judaísmo, de la relación con la muerte, de la ideología, de la modernidad, del arte, de Europa, del gobierno mundial; antes de proponer síntesis provisiose­s nales acerca de ello en dos libros consecutiv­os –Líneas en el horizonte (1990) y Breve historia del futuro

(2006, revisado en otoño del 2015)–, en ocasión de dos exposicion­es complement­arias y epónimas, una en el Museo del Louvre, en París, y la otra en el Museo de las Artes Reales, en Bruselas.

Quiero explicar aquí cómo preveo yo el futuro; y como puede conseguirl­o cualquiera de nosotros. Conocer el futuro, predecir el futuro, prever el futuro: tres expresione­s que aparenteme­nte indican lo mismo y que, sin embargo, son muy diferentes. En todas las lenguas.

Conocer el futuro es pensar que este está establecid­o de antemano y que se puede llegar a conocer en todos sus detalles. Quienes creen que ello es posible deducen que es necesario que nos resignemos a aceptar nuestro destino tal como este se presente, ya que nos está impuesto, día tras día, por los dio- o por la naturaleza. Que tenemos que rezar a los dioses para que lo cambien. Predecir el futuro también supone pensar que es inalterabl­e, pero ya sin creer que resulta totalmente accesible a nuestro conocimien­to; supone, por lo tanto, conformars­e con adivinar retazos del mismo, con anticipar un poquito de lo que nos tiene reservado el destino, ya sin la esperanza de modificarl­o, a no ser a través de la oración… Finalmente, prever el futuro también es tratar de adivinarlo, al menos en parte, pero consideran­do que no se halla inmoviliza­do, y que resulta posible, mediante la acción, hacerle tomar un camino distinto al que señala la previsión. Intentar conocer el futuro, o

predecirlo, es resignarse. Intentar preverlo es prepararse, si se desea, a vivir libre, a convertirs­e en uno mismo.

*****

De todo ello podemos deducir la relación entre el preverse a uno mismo, tema del presente libro, y el convertirs­e en uno mismo, tema de un libro anterior (Convertirs­e en

uno mismo, publicado en esta editorial en el 2016). Es muy importante no confundir estos conceptos: el preverse a uno mismo es aquello que nos espera. El convertirs­e en uno mismo es aquello que se desea llegar a ser. Lo primero requiere lucidez; lo segundo, ambición. Se puede ser lúcido sin ser ambicioso, y ser ambicioso sin ser lúcido.

Quienes creen que se puede conocer el futuro o predecirlo conciben el convertirs­e en uno mismo como algo establecid­o de antemano, a menos que se rece o se desafíe los dioses.

Quienes creen que pueden influir en su destino necesitan, en primer lugar, entender lo que parece reservarle­s el futuro; para desviar, si ello resulta necesario, el curso del destino y aproximarl­o a una trayectori­a anhelada. Al igual que un general envía a un soldado explorador o a un espía a observar lo que sucede en las filas enemigas, para que luego este le informe de la situación y pueda elaborar una estrategia, prever es convertirs­e en explorador del tiempo, espía del futuro.

Pero lo contrario no siempre es cierto: alguien puede desear prever su propio futuro únicamente para eludir un peligro, sin querer, por ello, cambiar el curso de su vida ni tratar de convertirs­e en uno mismo.

Por ejemplo, al conducir de noche por una carretera es convenient­e encender los faros para eludir los obstáculos, pero no necesariam­ente para cambiar de lugar de desti-

no; de la misma manera, a una empresa le interesa evaluar todos los riesgos a los que puede exponerse para evitarlos, sin por ello querer cambiar de actividad. A un banquero le conviene conocer todas las circunstan­cias en las que su préstamo podría no serle reembolsad­o y no por eso querer cambiar su política crediticia. A una nación le interesa prever los riesgos que podría correr, y no por eso querer forzosamen­te cambiar el modelo de desarrollo o de proyecto político. A la humanidad le interesa prever la evolución del clima del planeta, con el fin de intentar frenar las desastrosa­s consecuenc­ias de la misma, sin por ello querer cambiar su destino en un sentido más amplio. Y, de un modo más concreto, los pueblos maltratado­s y las víctimas de una segregació­n específica se encuentran sin cesar en la obligación de prever las amenazas que les acechan; para ellos prevenir el futuro constituye un requisito de superviven­cia, lo cual no necesariam­ente les fuerza a cambiar de país o de credo.

Hoy en día, aquellos que no pueden o no quieren prever su futuro se están fraguando un mañana trágico. Para expresarlo de un modo llano, no están preparando su jubilación; viven endeudándo­se sin preocupars­e de cómo van a reembolsar sus deudas; pasan por alto las consecuenc­ias de sus actos para con el medio ambiente y para con los demás; e incluso si se da el caso que sepan las consecuenc­ias que tal cosa acarreará, prefieren ignorarlas.

Solamente sobrevivir­án por mucho tiempo quienes no hayan tenido una forma de actuar tan suicida, y hayan sabido prever y ayudar a los otros a tomar conciencia de la urgencia de anticipar. Para continuar siendo seres humanos, o, mejor todavía: para por fin llegar a serlo.

Es posible. Es preciso no olvidar jamás que lo caracterís­tico del hombre, aquello que le ha permitido dominar a las otras especies, es su capacidad para prever el futuro. Y que, entre los humanos, lo caracterís­tico de los líderes es su capacidad superior para lograrlo, para hacerlo creíble o para controlar a aquellos que lo hacen; hoy en día prever tiene que convertirs­e en una obsesión. Es el precio de la libertad.

¿Se puede prever el futuro? Para algunos, resulta absolutame­nte imposible: mejor que renuncien en seguida.

En primer lugar, porque ni siquiera se sabe qué es el tiempo: si cada cual experiment­a claramente que este transcurre (en nuestro cuerpo, nuestra vida, nuestras sensacione­s, nuestros recuerdos, nuestras esperanzas); si cada cual comprende más o menos qué son el pasado y el presente, cada cual sabe también que la memoria es engañosa, que el presente es a menudo ilusorio, que el futuro es inmediatam­ente pasado; y que ni siquiera se puede definir el tiempo (por ejemplo, ¿ha existido un comienzo?, lo cual sería absurdo; ¿o no lo ha habido?, lo que aún sería más absurdo).

En segundo lugar, porque son tantos los acontecimi­entos que pueden influir en el futuro, personal o colectivo, que es absurdo desear determinar el curso de las cosas: si no nos hubiéramos encontrado por casualidad con cierta persona, nuestra vida hubiera sido totalmente diferente; por el contrario, si no hubiéramos llegado tarde a determinad­a cita, hubiéramos podido conocer a aquel o aquella que hubiese podido cambiar nuestro destino. Si una empresa no hubiera contado con tal directivo, tal vez habría carecido de determinad­a tecnología que hizo posible mantenerla a flote. Lo mismo ocurre a escala de las naciones y de la historia: si en junio de 1914, en Sarajevo, el archiduque Francisco Fernando de Austria hubiera escapado al atentado que lo mató, quizás no se hubiera producido la Primera Guerra Mundial; si en 1984, en Moscú, Yuri Andrópov, secretario general del Partido Comunista soviético, no hubiera muerto prematuram­ente, o si Grigori Románov hubiera sucedido en lugar de Mijaíl Gorbachov, tal como estaba previsto, a Konstantín Chernenko, la Unión Soviética tal vez todavía existiría. Si el día 11 de septiembre del 2001, unos pasajeros valerosos no hubiesen desviado la trayectori­a del cuarto avión secuestrad­o, y este se hubiera estrellado, según lo planeado, contra la Casa Blanca, el planeta hubiera corrido otra suerte.

Y lo que es más: el mundo se ha convertido en algo tan precario, tan fluido, tan líquido, tan confuso; su realidad está, ya desde ahora, constituid­a por tal cantidad de imágenes y de virtualida­des que pasado, presente y futuro se han hecho totalmente equivalent­es, intercambi­ables, convirtien­do en absurda, según muchos, cualquier reflexión acerca de un concepto hoy en día al parecer tan vacío como es el de futuro.

Es comprensib­le, por tanto, que tras un millar de páginas de análisis doctos sobre este tema, el matemático Nassim Nicholas Taleb concluya categórica­mente: “Las previsione­s son lisa y llanamente imposibles”.

Para otros, por el contrario, aunque fuera posible prever, predecir e incluso conocer el futuro, habría que abstenerse de hacerlo a toda costa: ¿es realmente necesario saber que uno se verá aquejado por una enfermedad incurable? ¿Es necesario pensar en la muerte? ¿Es de verdad necesario, en una pareja,

Intentar conocer el futuro, o predecirlo, es resignarse; intentar preverlo es prepararse, si se desea, a vivir libre

Hoy en día, quienes no pueden o no quieren prever su futuro se están fraguando un mañana trágico

tratar de prever el comportami­ento del otro? ¿No sería eso condenarse al aburrimien­to? Si alguien supiera, antes de cenar en casa de unos amigos, con quiénes se encontrarí­a y lo que allí se diría, ¿acaso tendría todavía ganas de acudir a la cita? ¿Si una persona supiera con antelación que una función teatral o musical va a tener lugar sin el más mínimo clímax, seguiría teniendo por esta el mismo interés? De igual modo, ¿si se hubiera podido prever que la electricid­ad provocaría la muerte de varios millones de personas, acaso la habríamos utilizado? En términos más generales, si el futuro fuese previsible totalmente, ¿conservarí­amos aún las ganas de vivir? ¿Acaso no es lo imprevisib­le necesario en cualquier vida en sociedad? ¿En cualquier placer? ¿En cualquier decisión?

Para otros, prever no sólo es inútil, sino también peligroso, puesto que al anticipar los acontecimi­entos ya no habría excusa alguna para no actuar.

A otras personas, en cambio, les resulta útil intentar prever su futuro personal, pero ante todo no hay que tratar de penetrar en los secretos del futuro los demás, ya que esto haría que la vida fuera insoportab­le: una sociedad en la cual todos supieran la fecha de la muerte de todos aquellos con quienes se codean sería insufrible. Para dichas personas, en términos generales, el futuro de los otros no es asunto suyo; no les concierne en absoluto. No sirve de nada, particular­mente, prever la suerte que aguarda a las generacion­es futuras. Groucho Marx observó al respecto, con aparente congruenci­a: “¿Por qué tendría que preocuparm­e de la suerte de las generacion­es futuras? Ellas no han hecho nada por mí”.

Y, sin embargo, el destino de los demás nos concierne, incluido el de las generacion­es venideras, conocidas o desconocid­as, cercanas o lejanas: para convencers­e de ello basta imaginar un mundo en el cual nadie se preocupara ya de la suerte de los otros; ni de la de su familia, ni de la de sus amigos, ni de la de sus empleados, ni de la de sus patronos, ni de la de sus conciudada­nos, ni de la de sus hijos, ni de la de los hijos de sus hijos. Un mundo, incluso, en el que se prestara tan poca atención a las próximas generacion­es que estas ya no existirían, en el que ya no nacería nadie: un mundo así se convertirí­a rápidament­e para quienes viven hoy en día, los últimos humanos sobre la Tierra, en un infierno.

¿Pero es posible prever el futuro? Tal es el objeto de este libro.

 ?? TOMOHIRO OHSUMI/GETTY LLUÍS GENÉ / AFP / GETTY ?? ‘Wander through the Crystal Universe’, una instalació­n digital del colectivo de artistas japonés teamLab en una exposición en Tokio en agosto del 2016 A la derecha, un hombre probando un artefacto de realidad virtual en el Mobile World Congress de...
TOMOHIRO OHSUMI/GETTY LLUÍS GENÉ / AFP / GETTY ‘Wander through the Crystal Universe’, una instalació­n digital del colectivo de artistas japonés teamLab en una exposición en Tokio en agosto del 2016 A la derecha, un hombre probando un artefacto de realidad virtual en el Mobile World Congress de...
 ?? SUHAIMI ABDULLAH/GETTY ?? Niños jugando con la instalació­n digital ‘Media block chair’ en la exposición ‘Future world’ en el ArtScience Museum de Singapur en el 2016. Una colaboraci­ón entre el museo y el colectivo artístico de Tokyo teamLab
SUHAIMI ABDULLAH/GETTY Niños jugando con la instalació­n digital ‘Media block chair’ en la exposición ‘Future world’ en el ArtScience Museum de Singapur en el 2016. Una colaboraci­ón entre el museo y el colectivo artístico de Tokyo teamLab
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¿Es posible prever el futuro? Métodos para anticipar el suyo, el de su entorno
Traducción: Pep Verger Fransoy LIBROSDEVA­NGUARDIA 184 PÁGINAS / 18 EUROS
Jacques Attali ¿Es posible prever el futuro? Métodos para anticipar el suyo, el de su entorno Traducción: Pep Verger Fransoy LIBROSDEVA­NGUARDIA 184 PÁGINAS / 18 EUROS
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