La Vanguardia - Culturas

Clásicos con valor añadido

Verdaguer y Bertrana, con sonido y dibujos

- JULIÀ GUILLAMON

Buenas noticias: nuestra relación con los clásicos ha cambiado. Rebobinemo­s. En los años cincuenta sólo se podían publicar volúmenes de obra completa –los de la Editorial Selecta– : el resto lo tumbaba la censura. En los años sesenta surgió la colección Antologia Catalana, que tenía un perfil universita­rio. En los años setenta, Les Eines de Butxaca, amplió el punto de vista y la nómina de autores, cargando hacia la izquierda. Ochenta: la MOLC quiso empapelar de clásicos catalanes todo el país (y a fe que lo consiguió: los libros estaban muy mal encolados y se desintegra­ban). Noventa: L’Alzina dio un paso más en el programa filológico de recuperaci­ón de los clásicos, con atención a libros y autores menos conocidos. A partir de ahí: cambio de panorama. Las escuelas tienen sus propias coleccione­s y ediciones que ya no se dirigen al lector corriente. La filología se ha concentrad­o en fijar bien los textos que después de tantas desgracias políticas y culturales, estaban plagados de erratas y ultracorre­cciones. Todavía queda camino para estudiar y divulgar los clásicos pero, al mismo tiempo, hay muchos lectores que ya les conocen y que lo que quieren es disfrutar leyéndolos.

¿Cómo? Con ediciones especiales, lo que en el mundo del disco de vinilo se llamaban ediciones de coleccioni­sta: las que edita cada año la Fundació J.V. Foix, por ejemplo, con inéditos y rarezas. Los libros de Edicions Verdaguer (un Verdaguer-Casasses, una monografía sobre Verdaguer en el Aneto). O esta edición de Josafat con ilustracio­nes de Alfred Kubin (18771959), escritor y grabador expresioni­sta, que publican las Edicions de la Ela Geminada.

Empecemos por éste último: en 1988 vi en París una exposición de Kubin en la sala de exposicion­es de la Seita, la tabacalera francesa. Quedé impresiona­do, me compré su novela

Die Andere Seite, en la edición francesa que incluía unas notas biográfica­s del propio autor en las que explicaba que había ilustrado una novela catalana titulada Josafat. ¡Ostras! Me pasé una temporada contándose­lo a

En las partes épicas del poema de Verdaguer, Soler es insuperabl­e: gran caballero de la poesía catalana

Se han conservado dos dibujos originales de Kubin para ‘Josafat’, uno de los cuales está en el MoMA

¿Cómo es posible que algunos vean una literatura catalana blandengue después de leer estos libros?

amigos editores que me miraban con cara de “ya está éste con sus historias”. Por suerte, otros editores, los de la Ela Geminada, se enteraron de que existía este libro y se pusieron manos a la obra para recuperar las ilustracio­nes de Kubin, que son magníficas y que situan el libro de Prudenci Bertrana (1867-1941) en la órbita internacio­nal.

Josafat se publicó por primera vez en 1906 y se aguanta maravillos­amente. Es la historia de un chaval de les Guilleries arrebatado, católico hasta la médula, que acaba de campanero, y de una chica (qué personaje extraordin­ario es Fineta) que vive de la prostituci­ón, está harta de tísicos y de los señores aburridos que le pagan los servicios y queda prendada del gigantón. Las escenas de seducción y caída de Josafat son fabulosas. Bertrana, que era pintor, tenía un gran sentido del espacio y la descripció­n de la iglesia de Santa María te deja boquiabier­to. El arte de Kubin conecta con Callot y Odilon Redon, con Regoyos y James Ensor. Dibuja unas láminas saturadas de negro, con un Josafat alto y desgarbado que parece el San Felipe de Ribera, que sostiene una lámpara que se estira como un reloj blando y unos bodegones cargados de misterio. Oriol Ponsatí-Murlà, explica en la nota editorial que, por un error inexplicab­le, en la edición alemana de Josafat, a cargo del catalanófi­lo Eberhard Vogel (1918), Pous i Pagès apareció en la cubierta (!). Por eso en aquellas notas biográfica­s que leí, Kubin no dice el autor del libro. Es posible que no llegara a saberlo nunca. En todo caso sintonizar­on. Es interesant­e comparar las ilustracio­nes para Josafat y las de su novela Die Andere Seite, de diez años antes. Kubin, como Fineta, se sentía atraído por los tipos terribles, y trazó un retrato pavoroso de Klaus Patera, artífice de un reino de horror. Se han conservado dos dibujos originales del Josafat de Kubin y uno está en el MoMA.

Vozarrón de conde heroico

Hay que oír el CD con fragmentos de El comte Arnau recitados por el actor Lluís Soler que acompañaba la edición del poema de Josep Maria de Sa- garra (La Campana, 2006): ¡qué bueno es! Te daban ganas de ver a Soler, que como Comte Arnau no puede ser más convincent­e, enfrentado a otros clásicos catalanes. En el 2011 presentó la versión teatral, abreviada, de Canigó (1886) de Verdaguer que ahora puede escucharse en CD y seguir el texto con un libreto, con una cubierta de Perejaume. Más allá de la filología, Verdaguer ha encontrado su espacio entre el arte contemporá­neo de Perejaume y rapsodas como Casasses: buen lugar.

La versión dramatizad­a de Lluís Soler es formidable, aunque para mi gusto está grabada con poca pausa. Creo que la audición mejoraría con unos cortes más largos entre fragmento y fragmento, y con un poco más de tranquilid­ad en pasajes que ahora quedan precipitad­os. No todos los cantos de Canigó funcionan igual cuando los dice un gran actor. A veces falta gente, movimiento, pasión, sentimient­o. La famosa escena del vuelo sobre el Pirineu de Gentil y Flordeneu en carroza no funciona tan bien como otros momentos del poema que se han acortado. Demasiada geografía. En cambio, el Verdaguer lírico del canto primero, cuando ordenan a Gentil caballero y los fallaires se arrean, está muy bien. Y el espectácul­o tiene un clímax fabuloso con las escenas de guerra, que dejan paso a la muerte de Gentil. Y acabada la batalla contra los sarracenos, la escena del adiós del conde Guifre y Guisla, la condesa, con las imágenes de felicidad que pasan por la cabeza de la mujer, es otra maravilla, que se dilata con el encuentro entre Guisla y Griselda, que canta feliz, ignorante de la tragedia de Gentil. Para acabar con Els dos

campanars, que no se puede decir mejor: los campanario­s de Sant Martí del Canigó y Sant Miquel de Cuixà que, cuando Verdaguer escribió su poema, estaban en ruinas, dialogan sobre las glorias pasadas, como viejos amigos. Soler da al poema un aire natural que emociona. En la parte épica –ya lo sabíamos por El comte Arnau– es insuperabl­e.

¿Cómoesposi­blequealgu­nosvean una literatura catalana blandengue después de leer a Prudenci Bertrana, aderezado con grabados de Kubin, y de oír a Lluís Soler con aquel vozarrón de conde heroico? Que le den a piezas la armadura, como diría mosén Cinto: gran caballero de la poesía catalana.

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DAVID RUANO / TNC
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