Fantástico Sitges
El festival de cine cumple cincuenta años
Mi relación con el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges se remonta a la tierna infancia. Mis abuelos tenían una casa en el pueblo, que frecuentábamos todo el año. El otoño era –y es– mágico: las hordas de turistas se esfumaban, la luz cambiaba de tonalidad, el clima se templaba y aparecían los grandes cartelones que entonces se colocaban en el paseo marítimo y los carteles y fotos que adornaban las vitrinas de los cines Prado y Retiro (¡milagrosamente, ambos siguen existiendo!). Yo entonces no tenía edad para ver esas películas terroríficas, pero aquellas sugestivas imágenes de inquietantes monstruos sin duda contribuyeron a mi pasión por el cine y a mi entusiasmo por el género. Con el tiempo vería allí películas inolvidables –el descubrimiento de Blue velvet de Lynch, el rescate de la portentosa The
honeymoon killers...–, escucharía de viva voz las anécdotas de Christopher Lee sobre su rodaje de un
Drácula con Jesús Franco...
Orígenes
En sus inicios el festival no fue la potente máquina que es hoy. La prehistoria se remonta a 1967. El ayuntamiento y los hoteleros tenían interés en alargar la temporada turística y Antonio Ráfales, propietario de una tienda de fotografía y presidente de la asociación Cine Foto, propone un festival de cine. El planteamiento es modesto aunque de título pomposo: Semana de Cine, Foto y Audio-
Consolidado como un festival de referencia de un género, ya no es sólo patrimonio de frikis sedientos de sangre
visión; son unas jornadas de las escuelas de cine, organizadas por Antoni Kirchner y Pere Fages. Dada la época, la cosa adquiere tintes contestatarios y, según la leyenda y los testimonios de algunos de los presentes, la cena de clausura en el hotel Calipolis acaba a tortas y con intervención de la Guardia Civil.
Al año siguiente se elude el hervidero político optando por un género en apariencia inocuo, el cine fantástico, y Pedro Serramalera se pone al frente como director. Todavía no es un festival, es una Semana de Cine Fantástico, sin competición ni premios, y con proyecciones en el cine Prado. Las películas extranjeras –incluidas polacas y rusas– se pasan a pelo, sin subtítulos, y hay cintas que no llegan a tiempo al aeropuerto de Barcelona y caen de la programación sin previo aviso. Algunos hitos de esa primera edición: dos películas de Fisher (invitado con Christopher Lee, al final no aparecen); dos de Bava; Aelita, un clásico de la sci-fi soviética de 1924, y
King Kong se escapa ,un kaiju (película japonesa de monstruos gigantes; el dato es relevante, porque el festival presentará siempre atención al cine asiático).
La prensa barcelonesa muestra cierto pitorreo, el género no gozaba entonces de pedigrí entre la crítica sesuda, pero eran los años gloriosos del fantaterror español, la gran serie B inglesa y el giallo italiano, algo que en aquellos años sólo aprecian los fans que empiezan a acudir a Sitges y las pioneras revistas especializadas, como
Nueva Dimensión. En sus páginas, con sorna, Luis Virgil contabilizaba los fiambres aparecidos en pantalla en la tercera edición a lo largo de todo el certamen: 120; en la cuarta el número asciende hasta los 317.
Y es que en la segunda edición, en la que toma la batuta Ráfales, se había añadido “y de terror” al concepto fantástico, y en la tercera, la de 1970, la proyección de la película alemana Hexen (más conocida por su título inglés, Mark of the
Devil, hoy de culto), con abundantes torturas de la inquisición, provoca escándalo por su extrema violencia. Otro dato destacado: en esta tercera convocatoria se
En los inicios, la crítica sesuda mostraba cierto pitorreo, pero eran los años gloriosos del ‘fantaterror’ español
traslada la sede al cine Retiro, más moderno y que permite proyecciones en mejores condiciones.
Internacional y competitivo
La cuarta edición, la de 1971, es fundamental porque en ella se da el salto a festival internacional competitivo, con jurado y premios. Ganan ex aequo la polaca
Lokis (de la que hoy nadie se acuerda) y la española Necrophagus de Miguel Madrid (un bicho raro, autor después de El asesino
de muñecas, de culto por su subtexto gay). Pitidos del respetable, porque al parecer Ráfales había invertido en la película de Madrid y maniobró para que obtuviese premio. En cambio, se quedó sin premio Bahía de sangre, la obra magna de Mario Bava. Anécdota para mitómanos: si hacemos caso a John Carpenter, en el festival de ese año se proyectó la película maldita La fin absolue du monde, durante cuyo pase se produjo un asesinato, lo cual motivó la destrucción de la cinta. ¿Sucedió de verdad? No, es el argumento de su estupenda Cigarette burns, filme de la serie televisiva Masters of horror, y permite ver el prestigio internacional que tiene el festival.
Antonio Ráfales lleva la batuta hasta 1982 y no se toma nada bien su salida. De 1983 a 1992 se pone al frente Joan Lluís Goas (para quien esté interesado, acaba de publicar sus recuerdos sobre esta etapa,
Entre dioses y monstruos, con anécdotas jugosas sobre un errático Anthony Perkins y el olor corporal de Dario Argento). Dos datos relevantes de este periodo: en 1983 Ferran Freixa diseña el icónico logo con King Kong y en 1992 se inaugura la nueva sede en el hotel Meliá y su sala de proyecciones se suma a los históricos cines Prado y Retiro.
Xavier Catafal, miembro del equipo de Goas, lo sustituye en 1993 y da paso a Àlex Gorina de 1994 a 1998 y a Roc Villas en 19992000. En estos años se combina lo
fantástico y terrorífico con la tentativa de convertir el festival en escaparate del cine catalán, lo cual está a punto de desvirtuarlo (en 1997 se cambió la denominación por Festival Internacional de Cinema de Catalunya). Desde el 2001 lo dirige el entusiasta Ángel Salas (citación judicial incluida por la proyección de A serbian film en el 2010), con el terror consolidado como género y un creciente número de cineastas autóctonos formados como espectadores en el festival: Bayona, Balagueró, Paco Plaza...
Un proyecto que nació como idea turística hace cincuenta años, fue mantenido en épocas áridas por un puñado de entusiastas y ha superado un buen número de injerencias y polémicas, y se ha consolidado como un festival de referencia de un género que ya no es sólo patrimonio de frikis sedientos de sangre y vísceras. Larga vida a King Kong chapoteando frente a la iglesia de Sitges.