La Vanguardia - Culturas

La despedida de Ricardo Piglia

Tercera entrega y última de los ‘diarios de Renzi’

- J.A. MASOLIVER RÓDENAS MARC ARIAS

El escritor argentino fallecido a principios de este año en una imagen del 2013 tomada durante su visita a Barcelona Con entrega de

Ricardo Piglia (Androgué, 1949-Buenos Aires, 2017) se cierran unas memorias que en el fondo representa­n la culminació­n de Un día en la vida,

Los diarios de Emilio Renzi, la tercera una trayectori­a que se inicia con el libro de relatos Nombre falso (1975) y se prolonga en novelas canónicas como Respiració­n artificial (1980), Plata quemada (1997) o El camino de Ida (2013), el libro de

ensayos Formas breves (1999) o la Antología personal

(2014). Una obra abierta donde desaparece la frontera entre ficción y ensayo y de la que puede decirse lo que él dice a propósito de libros incompleto­s como las obras de Macedonio Fernández, las novelas de Kaf-

ka, El hombre sin atributos de Musil o como, añado yo, muchas de Roberto de Bolaño, especialme­nte

2666, “proyectos que llevan la vida entera”, “como si pudieran hacer ver la imposibili­dad de cerrar el sentido; el borrador entendido como texto siempre reescrito e inestable, mal fechado que no tiene fin”, mas que el fin que impone la vida.

Un día en la vida tiene, sí, un final dramático, pero no dramatizad­o por el autor –siempre desdoblado en Emilio Renzi–, La caída, que se relaciona con el primer texto, con valor de prólogo, Sesenta

segundos en la realidad, donde nos dice que gracias a una dolencia pasajera que duró de abril del 2014 hasta fines del 2015, había podido dedicar todo su tiempo y toda su energía a revisar, leer, revisitar sus diarios, que presentará en orden cronológic­o. Una tarea que emprende con la ayuda de la mexicana Luisa Fernández, a quien dicta todos sus cuadernos. Esta “dolencia pasajera” era una esclerosis lateral amiotrófic­a (ELA). Entonces, Piglia, que –como Bolaño con

2666– confiesa “siempre quise ser sólo el hombre que escribe”, se vuelca totalmente en sus diarios hasta el final cuando, según su esposa, Beba Eguía, escribía con los ojos. Por lo demás, se conserva el aliento del momento en que fueron registrado­s en los cuadernos de hule donde los escribía. La primera parte de Un día en la

vida se abre en 1976 y se cierra en 1982. Sigue un capítulo, Los finales, en el que entra en detalles sobre su enfermedad, ahora alarmantes. A esa altura, había transcrito ya veinticinc­o años de su existencia. Tras el paréntesis, sigue la última sección, titulada significat­ivamente

Días sin fecha, y donde el diario se ve sustituido por una mezcla de

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