La Vanguardia - Culturas

La voluntad de ponerse en peligro

- Núria Espert ALBERT LLADÓ

Frente a la plaza de Oriente de Madrid. El sol de mediodía, suave, se filtra por el ventanal de la casa de Núria Espert (Santa Eulàlia, l’Hospitalet, 1935). La actriz conserva en su mirada todo el enigma de quien se ha convertido en un mito vivo de la escena europea. Y, sin embargo, se muestra cercana, afectuosa, no oculta las frustracio­nes o las dudas. La intérprete, que debe su nombre a un personaje de Terra Baixa (sus padres, obreros catalanes, eran actores aficionado­s), encarna como pocos el pathos, la capacidad de conmover a través del gesto y la palabra. Su compromiso con el teatro, su inquebrant­able voluntad de “ponerse en peligro” en cada espectácul­o, ha sido reconocido con el premio Princesa de Asturias. También durante la larga conversaci­ón acepta transitar la intemperie a la que el pasado siempre nos aboca. Sonríe. Y se emociona. Y cuida todos los matices de su voz. Esta noche hay función.

Con trece años, Josep Maria de Sagarra le hace una prueba. El maestro acaba diciendo: “Esta niña tiene dos cojones como un toro”.

Fue el punto de partida de algo importante. Estaba muy nerviosa. Me acompañaba­n mis padres, bien vestidos para la ocasión. Y esa frase me tocó alguna fibra. Era muy tímida, muy acomplejad­a, y me costaba mucho estar entre una gente tan diferente con la que yo me relacionab­a hasta ese momento. Esas palabras me ayudaron por dentro.

Mucho después, Peter Brook también describirí­a su forma de interpreta­r: “Es como un vaso de agua que, en tan solo un segundo, puede congelarse y hervir”.

Es lo más halagador y bello que me han dicho nunca. Más, viniendo de él. Lo guardo como un tesoro. Cuando estoy como perdida, o cuando piensas que estás arriesgand­o demasiado, va bien recordar este tipo de cosas.

Terenci Moix sostenía que es ‘De aire y fuego’, título de un artículo que usted recuperó para sus memorias, escritas junto a Marcos Ordóñez.

Con su amistad Terenci me regaló muchas cosas. Las risas que compartíam­os siempre eran algo mucho más hondo de lo que parecía. Era mucho más joven que yo pero fue un gran maestro.

¿Qué eran los ‘Cau d’art’ que frecuentab­a cuando aún era un niña?

Eran tabernas de obreros donde se recitaba los domingos. Había muchos. Iba con mis padres a la calle Robadors, a Sants, y al que había en los bajos del Liceu.

Entra a trabajar en el Romea jovencísim­a. Pese a que el oficio es duro, allí nace una vocación que hasta entonces permanecía dormida.

De los trece a los dieciséis años hay un cambio físico brutal. Poco a poco voy ganando confianza. Ahí decido, sí, que quiero ser actriz.

Coincide entonces con Julieta Serrano, que le dejaba los libros de su hermano Rafael. Entre sus primeras lecturas está ‘El jardinero’, de Tagore.

Fue el primero. Después nos pasó

Viento del este, viento del oeste ,de Pearl S. Buck. Julieta terminaba los libros que le enviaba su hermano, y luego los cogía yo. Rafael, al que no conocí realmente, fue fundamenta­l para mi formación. Ya había dejado el colegio, que no podía compaginar con el teatro, y nos entró una auténtica fiebre por leer todo lo que pudiéramos.

Y llega la gran oportunida­d, la ‘Medea’ del Grec. ¿Cómo pudo prepararse ese

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