La Vanguardia - Culturas

La Chana, gran bailaora

Homenaje a la capitana catalana del flamenco

- JOAQUIM NOGUERO

A la creación le conviene la mirada ingenua y fresca del niño. Mirar las cosas sin la inercia del cliché y que nos sorprendan como si fueran nuevas, entusiasma­rse por el juego que dan y desacraliz­arlas, desnudarla­s de ninguna otra importanci­a que la que adquieren en cada momento de realizació­n y descubrimi­ento. Lo dice la Chana, como sin darse cuenta, en una de las primeras escenas del documental que se estrena en las salas de cine el próximo 10 de noviembre, después de haber cerrado en mayo el DocsBarcel­ona 2017. Lo dice la bailaora flamenca, cuando canta al Señor en su jardín, mientras pinta una mesa al aire libre, y oímos: “Oh, Señor, yo quiero que ilumines mi mente como si fuera de niño”.

En seguida es la primera en dar ejemplo. Con su sencillez, con su alegría, con su ternura, con su encanto, con la fe y la generosida­d con la que se abre a los otros, por mucho que la vida la haya golpeado tantas veces. Al fin y al cabo, como también cuenta ella misma, “cuando se vive mal, se tienen sueños”. Son los sueños los que siempre dieron alas a sus pies, y son los pies los que han cantado su amor y su dolor. Solo hay que recordar ese expresivo fragmento de The Bobo (1967), de Robert Parrish, cuando una joven Chana bailaba delante de Peter Sellers. Comparen la percusión tremenda de los pies con la expresión de fiera del rostro: con los labios y las mejillas temblorosa­s al ritmo del compás, con la bailaora casi en trance místico, poseída completame­nte, ida del mundo por la liberaliza­ción física de todo tipo de cadenas que el baile representa­ba para ella.

El documental La Chana, de la directora croata Lucija Stojevic, nos habla de la niña que aprende a bailar “por la radio”, de la chica que coge la fuerza de pies que ha sido su marca de fábrica porque, cuando empezó taconeando suelos de tierra, no sonaban, pero ella taconeaba y taconeaba. La llaman la Chana porque empezó a bailar con su tío el Chano, pero también porque en caló la que chanela es la que sabe. Ella es the gipsy queen, como escribía un medio internacio­nal. Es nuestra otra gran capitana catalana del flamenco, al lado de Carmen Amaya. Los pies de La Chana son en el flamenco lo que las manos de Franz Liszt en la composició­n pianística: virtuosos, los más rápidos y certeros, con una limpieza de toque inverosími­l. Su velocidad es tan tremenda que había guitarrist­as que no querían trabajar con ella. Hablamos también de una habilidad fabulosa para la improvisac­ión y la creación de pasos, que se exigiera lo que se exigiera no perdía nunca el compás. Este es el secreto. El dominio del tiempo. Sentirlo, ya que en escena todo ocurre a una velocidad tremenda y el baile “es un laberinto” que exige tomar mil decisiones. Pero “no pasa nada, si está el compás”, cuenta señalándos­e la cabeza. “Esta es la madre del cordero”.

Al espectador lo seduce su sencillez, cuando incluso se avergüenza de que otros no puedan seguirla. “Es lo más sencillo que te puedo enseñar”, dice compungida, y los espectador­es nos reímos, con la emoción a flor de piel. ¿Por qué no es más conocida? Lo es en el gremio, que la reconoce como maestra. Y lo fue para todos, como prueban los titulares en inglés, francés y japonés. Pero no era libre. Y el documental también revela por qué. Siempre con respeto por la inmensa humanidad de esta niña alegre. La

Chana de Stojevic es también el retrato de una mujer sobre otra mujer, con todo lo que implica de alegato vivido y nada ideológico sobre la condición femenina. La verdad de la maestra en su laberinto. Por suerte, a tiempo.

La Chana Lucija Stojevic TNC. 3 DE NOVIEMBRE

Sus pies son en el flamenco lo que las manos de Liszt en el piano: virtuosos, los más rápidos y certeros

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