Las claves de un periodo
Huérfano de un auténtico clasicismo y de una modernidad digna de tal nombre, el cine español se topó en la transición con esa libertad con la que tanto había soñado. Fue un periodo breve y apasionante, en el que siguieron abundando los subproductos pero en el que surgieron también legendarias rarezas (Iván Zulueta y su Arrebato, por citar un caso), nacidas a pesar del raquitismo industrial imperante. Un raquitismo contra el que quiso luchar Pilar Miró, flamante directora general de Cinematografía en los tiempos iniciales del primer gabinete socialista, promulgando una ley encaminada a favorecer la producción de menos películas, pero de más calidad. Los resultados, por muy diversos motivos, fueron irregulares. Por una parte se terminó, por ejemplo, con el pseudoporno cofinanciado por el Estado, pero por otra se propició la consolidación de un cine academicista y a menudo ajeno a la realidad del momento.
Sobre este y otros aspectos de nuestra historia fílmica reciente se
reflexiona en el libro Trayectorias, ciclos y miradas del cine español
(1982-1998), un exhaustivo repaso por las luces y sombras que arrojó el cine español durante la primera era socialista. El libro supone una prolongación de Filmando el cambio social: las películas de la transición,
aparecido en el 2014 y asimismo editado por Laertes. Como aquel, se trata de una obra colectiva coordinada por José Luis Sánchez Noriega, a su vez coordinador del conocido Equipo Reseña y profesor de Historia del Cine y del Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid.
En su primer apartado, el volumen ofrece, a cargo el historiador Juan Carlos Pereira, una síntesis de los cambios promovidos en este ciclo socialista, resaltando la impor- tancia del proceso de integración en Europa y la consecución, según sus palabras, de una sociedad “más tolerante, igualitaria y culta”.
A continuación, los profesores Ernesto Pérez Morán y J.A. Pérez Millán trazan una pormenorizada crónica de la política cinematográfica de los sucesivos ministerios de Cultura socialistas, con sus incesantes reajustes y sus disputas internas. La conclusión no puede resultar más desoladora: por un lado, la izquierda entiende la necesidad de proteger e impulsar al cine español pero se autodestruye con la división de criterios y se deja vencer por realidades externas como la picaresca; por otro lado, la derecha se desenvuelve entre el desprecio hacia la cultura y el temor a todo lo que pueda sonar a libre y contestatario.
Finalmente, el propio Sánchez Noriega describe las diversas corrientes fílmicas predominantes en el periodo, antes de que, en la parte final y más extensa del volumen, diversos autores analicen un total de 137 películas significativas. Una lista en la que, como suele ocurrir en es-
tos casos, puede afirmarse que son (casi) todas las que están pero no están todas las que son.
En los años ochenta, y a partir del radical cambio legislativo, tanto la generación ya afianzada en los sesenta (los Mario Camus, Carlos Saura, Vicente Aranda, José Luis Borau, Jaime Camino, Miguel Picazo…) como las nuevas voces aparecidas alrededor de la transición (José Luis
La izquierda protege e impulsa al cine español con división de criterios y la derecha teme a lo libre y contestatario