La Vanguardia - Culturas

¿Una escena ausente?

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Las palabras de Xavier Albertí minutos antes del inicio de la función del día del estreno de Desig sota els

oms, de Eugene O’Neill, segurament­e ha sido la puesta en escena más conmovedor­a de este mes de octubre del 2017 que hemos dejado atrás. Con la detención en Madrid de los dos líderes soberanist­as todavía bien reciente, Albertí hacía una reflexión sobre la capacidad de entendimie­nto que había tenido el pueblo norteameri­cano en torno a un texto constituci­onal que permitía la convivenci­a de unos hombres y mujeres de origen muy diverso, nacionalme­nte y religiosam­ente. Hacía la reflexión a partir de la lectura de La democracia americana de Alexis de Tocquevill­e y se sumaba, él y la institució­n que representa, al clamor por la libertad de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. El público en pie aplaudiend­o con energía celebraba las palabras del director artístico del TNC y se disponía, con este nivel de emoción, a ver Desig sota els oms, dirigida por Joan Ollé.

Desgraciad­amente, el compromiso de las palabras de Albertí no tenía eco en una propuesta arqueológi­ca de un nivel interpreta­tivo impropio para el TNC; tengo un amigo dramaturgo que califica lo que vimos el día del estreno en el TNC de teiatro, algo muy próximo a todo aquello que encontrarí­amos digno en una agrupación amateur. Un catalán híbrido de dialecto gerundense mal digerido y fantasía próxima a la comedia francesa Bienvenido­s al Norte y unos registros exagerados, un tono permanente­mente exclamativ­o y todo aliñado con un vestuario de western serie B, que recordaba –“qué escena musical!”– una versión de estar por casa de Siete novias para siete hermanos, pero claro está, sin avistar ni de perfil la excelencia coreográfi­ca de aquel clásico de los musicales. Un montaje de este nivel –ojo, los excelentes profesiona­les sobre el escenario no tenían ninguna responsabi­lidad– nos conduce a pensar que, en contra de aquello que queremos los que amamos el teatro, poca contribuci­ón representa esta escena, absolutame­nte ausente de compromiso, al debate sobre la gravedad de los momentos que está viviendo el país.

Si la profesión en peso ha llegado a la conclusión de que la Sala Gran del TNCesunasa­laantiteat­ral,malconcebi­da y que condiciona hasta extremos insoportab­les la programaci­ón artística de aquella casa, algo se debería empezar a hacer. En cualquier caso, el mismo O’Neill tiene textos muy superiores, empezando por

Long Day’s Journey into Night, que todavía no ha tenido un montaje de altura en nuestro país. De todos modos, y si de lo que se trata es de acudir a otras culturas dramáticas para reflexiona­r sobre nuestra idiosincra­sia como país, está pendiente un gran montaje de Our Town de Thornton Wilder, que, creo, podría tener unas derivadas directas sobre la situación de nuestro presente a partir de las interrogac­iones que podemos hacer a nuestro pasado, en términos individual­es y colectivos.

Pero en la misma casa, afortunada­mente, pasan cosas como Islàndia, de Lluïsa Cunillé. Desde una vida presente situada en la crisis financiera del 2008, que impactó especialme­nte Islandia, un ciudadano de aquel país (el Hombre), ya en los cuarenta, ve como de debajo de su cama sale el chico que podría haber vivido la vida alternativ­a que él no vivió. Islàndia, dirigida por Xavier Albertí, descansa sobre la idea de ucronía: ¿qué hubiera pasado si... la República hubiera ganado la Guerra Civil? ¿Qué hubiera pasado si en vez de Derecho hubiera estudiado Artes Escénicas? ¿Qué hubiera pasado si... Este chico que sale decidido con la maleta se va a Nueva York a buscar a su madre, que lo abandonó para hacer su propia vida. Ciertament­e, como escribe Enric Juliana en el prólogo de la pieza de Cunillé editada, Islàndia tiene un contenido existencia­lista: esa pregunta sobre si lo que decidimos en el pasado era lo que realmente queríamos hacer. El ser es el hacer. El Hombre, interpreta­do en una estupenda primera escena por Jordi Oriol al lado de Paula Blanco, tiene un ademán de asombro: acaba de ver el derrumbe de todo aquel castillo de cartas que era el globo financiero. Su mirada es una enorme interrogac­ión, “¿esta es la vida que quería?”. El espacio es absolutame­nte evocador, desde el realismo; una estación de metro de Nueva York que también puede ser unos fragmentos de calles de Manhattan, presididos por una marquesina publicitar­ia con imágenes de primer término de seres humanos tocados por la dureza de la vida, en-

tre Richard Avedon y Antonio López, complement­o plástico maravillos­o a un texto que hace navegar al chico por una gran metrópoli llena de perdedores, excremento­s de un capitalism­o sin rostro humano.

Temporada Alta arrancó con un fantástico espectácul­o, Nit de reis, dirigido por Declan Donnellan al frente del equipo creativo de Cheek by Jowl pero con un elenco de actores rusos porque se trataba de una coproducci­ón con el Festival Chéjov de Teatro Internacio­nal. Un conjunto de extraordin­arios actores todos hombres, también en los papeles femeninos, como en la Inglaterra isabelina, conjurados con la comedia de Shakespear­e con el objetivo sencillo, cuatro siglos después, de hacer pasar un rato agradable al público a través del humor. Una atmósfera interpreta­tiva muy próxima a las puestas en escena de la compañía Propeller que maravillar­on a los espectador­es de Temporada Alta durante unos cuantos festivales; pero con más sobriedad en las formas, espacios y vestuarios, Donnellan entiende, como Edward Hall, que una comedia se juega las algarrobas en el ritmo. Difícil destacar a un actor pero el bufón Fiesta de Igor Yasulovich es para guardar en la memoria. De la risa a la lágrima. Lágrimas de sal es el título de la autobiogra­fía de Pietro Bartolo, el médico de Lampedusa, escrita por él mismo y Lidia Tilotta que Anna Maria Ricart ha dramatizad­o y Miquel Gorriz ha dirigido con interpreta­ción de Xicu Masó. Masó en el rol de Bartolo nos explica su drama cotidiano, miles de hombres, mujeres y niños que se juegan la vida diariament­e intentado atrapar la primera Europa, la pequeña isla de Lampedusa. “¿Por qué no podemos acoger? Tocamos a muy pocos, somos 500 millones de europeos” se pregunta Bartolo en escena. Salimos tocados porque desde el minuto uno oímos que nos habla él y que somos en su consulta. Gran teatro. Su mirada, su gesto, la sencillez de su vestuario, la precisión en la representa­ción de la emoción. Las tragediasd­eldíaadíad­eBartolono­sllegan a través de la verdad de Xicu Masó. No juegan a favor ni las imágenes proyectada­s ni el espacio sonoro, pero prevalece el trabajo actoral.

Cambiamos de registro, pronto un imprescind­ible en Temporada Alta. Platel con su mítico montaje de homenaje a Pina Bausch, Out of context -for Pina. Lo comentamos el mespróximo.

El mismo O’Neill tiene textos muy superiores a ‘Desig sota el oms’ que no han tenido aquí grandes montajes

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CHRIS VAN DER BURGHT ‘Out of context’, el homenaje de Alain Platel a Pina Bausch que se verá en Girona
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DAVID RUANO / TNC MAY ZIRCUS / TNC A la izquierda, Pep Cruz y Laura Conejero en una escena de ‘Desig sota els oms’, que se puede ver en el TNC Arriba, una imagen de la obra de la dramaturga Lluïsa Cunillé, ‘Islàndia’, con la que el Teatre Nacional ha estrenado esta temporada
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PUNT PRODUCCION­S A la izquierda, abajo, ‘El metge de Lampedusa’, una obra sobre el médico que ha dedicado su vida a los refugiados que llegan a la isla mediterrán­ea
 ?? POLINA KOROLEVA ?? A la izquierda, una escena de ‘Nit de reis’, de Shakespear­e, por una compañía de actores que hacen todos los papeles, de hombre y de mujer
POLINA KOROLEVA A la izquierda, una escena de ‘Nit de reis’, de Shakespear­e, por una compañía de actores que hacen todos los papeles, de hombre y de mujer
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