Cuando el cine era moderno
‘La cuadratura del Círculo A’ La Filmoteca de Catalunya dedica un ciclo y una exposición a una cadena de salas que revolucionó la exhibición española desde los años 60 a los 90. Revisita, así, el pasado para entender mejor el presente
Me recuerdo a mí mismo una tarde de otoño, sentado en el cine Ars de la calle Atenas de Barcelona, esperando a que diera inicio un programa doble que incluía dos películas de Wim Wenders, Alicia en las ciudades y En el curso del tiempo. No era la primera ni sería la última vez. Durante aquellos años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco, esa pequeñasaladelapartealtadelaciudad se convertiría para mí en un segundo hogar que me iba a poner en contacto directo con la historia del cine: un ciclo dedicado a Humphrey Bogart, otro que recuperó películas inéditas de Ingmar Bergman, trabajos clave de Werner Herzog y Krzysztof Zanussi…
De repente, el programa doble de los cines de barrio se convertía en algo pensado y programado con intención pedagógica. De repente, el paradigma estaba cambiando. Y existían otras salas con la misma intención, que yo supiera: el mencionado Ars, los cines Arcadia, Arkadín, Alexis, Aquitania, Maldá y Capsa, a los que habían precedido el Publi y el Atenas y a los que se incorporarían los Casablanca algo más tarde…
Poco a poco me enteré de que todos ellos formaban el Círculo A, una red de salas que se dedicaba a exhibir películas en versión original. Y poco a poco supe que todo había nacido en 1967, al amparo de una orden ministerial que supuso una cierta apertura en este sentido y de la mano de tres avispados profesionales del sector llamados Jaume Figueras, Antoni Kirchner y Pere Ignasi Fages.
En ese año, en el Publi, se había exhibido Sueños (1955), de Ingmar Bergman, y sobre todo Repulsión (1965), de Roman Polanski, que se convirtió en el símbolo fundacional del proyecto: la modernidad no se expresaba sólo a través del lenguaje cinematográfico, sino también de los temas abordados, de los nuevos actores y las nuevas actrices, de una estética que iba más allá del cine… La modernidad, en la pétrea España fascista de aquel momento, significaba cambiar las reglas de la vida cotidiana, el modo de relacionarse en el tiempo de ocio, el proyecto de una colectividad que muy pronto iba a tomar las riendas del poder político. El espectador ya no era alguien que simplementeibaalcine,sinounsujeto pensante que escogía una película y un autor para relacionarse con ellos y con los demás espectadores con quien compartía esa experiencia.
El propio Jaume Figueras reconoce en sus memorias, Adivina quién te
habla de cine (2004), que el principio del fin se produjo muy pronto, en 1969, con el estreno de Helga, aquel documental sueco sobre la maternidad que incluía un parto y, por lo tanto, la visión de las partes pudendas de una mujer, aquel tabú para todos los españoles de la época. El cine de “arte y ensayo”, tal como lo llamaba la orden ministerial que lo permitió, empezaba su camino hacia una inevitable banalización. La muerte del dictador permitió una era de esplendor, la llegada de películas antes prohibidas, la fascinante variedad del cine de los 70 y parte de los 80.
Pero, a principios de los años 90, las películas que triunfaban en el Círculo A eran Bagdad Café y El marido
de la peluquera, comedias ligeras e insustanciales, síntoma de la aparición de un nuevo público muy distinto al que llenó las salas en los inicios del proyecto. Y en 1992, sus creadores decidieron poner fin a la historia, una sabia decisión, en medio de mutaciones traumáticas que estaban convirtiendo el cine en otra cosa muy distinta de lo que fue. Para bienyparamal.
El espectador, activo, escogía un filme y autor para relacionarse con los otros y compartir esa experiencia