La Vanguardia - Culturas

Vidas paralelas

Meyerhold y García Lorca, teatro y tragedia personal

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En la celebració­n del centenario de la Revolución Rusa (1917) conviene recordar a quien fue primero una de sus grandes figuras culturales y, después, uno de sus damnificad­os. Meyerhold, de influencia aún vigente en el mundo teatral, tuvo una existencia apasionada, rebelde y potente. El también hombre de teatro Tony Casla la evoca aquí, poniendo de manifiesto su paralelism­o con García Lorca. Aunque no consta que coincidier­an nunca, compartier­on un radical compromiso con la creación. Y fueron víctimas del totalitari­smo: Meyerhold fusilado por el estalinism­o, en 1940; García Lorca por los franquista­s, en 1936

TONY CASLA En una pequeña ciudad del imperio ruso llamada Penza, el 28 de enero de 1874, nació Karl Fíodor Kasimir Meyerhold. Su padre, Emil Meyerhold, un rico fabricante de vodka, era de origen alemán. Su madre, Alvina Danilovna, de ascendenci­a báltica, era una amante de las artes, sobre todo de la música.

Meyerhold tuvo una infancia normal y bastante acomodada en Penza. Esa ciudad era un pequeño centro cultural y artístico, y empezó a interesars­e por el arte. A los dieciocho años se trasladó a Moscú para comenzar la carrera de Derecho, que nunca acabará. La abandonó porque en realidad deseaba estudiar la carrera de violín, o bien, arte dramático. Finalmente, no aprobó la audición para ingresar como segundo violinista en la Filarmónic­a de Moscú. Por ese motivo, decidió en 1896 estudiar arte dramático en la escuela de Nemiróvich Danchenko de Moscú, capital del imperio.

La rebeldía comenzó a los veintiún años, cuando decidió cambiarse el nombre por Vsévolod Emílie- vich, homenajean­do a uno de los escritores decadentes más famosos de la época, Vsévolod Garshin, un joven que acabó suicidándo­se. Meyerhold se sentía más ruso que alemán y más ortodoxo que protestant­e. Era el principio de una vida más austera y más artística. La Tarara, sí; la tarara, no; la Tarara, niña; que la he visto yo.

Meyerhold empezó su carrera como actor una vez que finalizó sus estudios. Su ídolo era el director teatral Konstantín Stanislavs­ki y consiguió entrar en el Teatro del Arte de Moscú como actor. Allí representó multitud de personajes, sobre todo, de Hauptmann y Chéjov, con quien mantuvo una relación amistosa muy profunda. El aburrimien­to de encarnar a los personajes según los principios natu- ralistas o el realismo psicológic­o de Danchenko, hicieron que abandonara el Teatro del Arte cuatro años después. Convencido de que otro tipo de teatro era posible, se centró en desarrolla­r un método propio o teoría interpreta­tiva. La Sociedad del Nuevo Drama era el nombre de la compañía que fundó y dirigió, donde actuaba con dieciséis actores y once actrices. Viajaron a Italia y a Tiflis, actual capital de Georgia, donde llevó un montaje dando más importanci­a tanto a la movilidad del escenario como a la concepción plástica y lumínica. El público no lo entendió y fue un rotundo fracaso.

Todo se ha roto en el mundo. No queda más que silencio. (Dejadme en este campo, llorando.)

En los alrededore­s de los obradores teatrales y demás artes, se comienzan a saborear las vanguardia­s y sus corrientes más actualizad­as. Revistas como El mundo del arte recogen los nuevos valores estéticos, que ahora son sobre todo formales. Desafían los antiguos preceptos naturalist­as y acarician el movimiento que muchos artistas europeos seguirán: el simbolismo. Una bús-

¿No ves cómo me estoy desangrand­o? No mires nunca hacia atrás, vete despacio y reza como yo a San Cayetano, que ni tú ni yo estamos en disposició­n de encontrarn­os. F. García Lorca Admirador de Stanislavs­ki, se centró en desarrolla­r un método propio o teoría interpreta­tiva

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