La Vanguardia - Culturas

“No hay una Olga moderna y otra conservado­ra”

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Elina Norandi, comisaria del Año Sacharoff y también de su exposición central, lleva años estudiando a la pintora rusa; de hecho, es autora de su catálogo razonado, que incluye unas 1.000 obras y que ha constituid­o un auténtico reto, puesto que Olga Sacharoff no fechaba sus cuadros. Un reto y también un estudio sumamente necesario, porque una de las circunstan­cias que más han perjudicad­o la reputación de esta artista es que se le han atribuido, y vendido como tales, obras que no son suyas, resultado de que nadie se haya ocupado de preservar y cuidar su producción, una tarea que suelen acometer familiares. Pero Olga Sacharoff no tenía más que su esposo, fallecido en 1973 en Barcelona. Este aniversari­o debería servir, además de recuperaci­ón, para desligar sus obras de las que no lo son.

La crítica, durante su última y larga estancia en Barcelona, hacía hincapié en el supuesto carácter femenino y amable de sus obras.

Hay que tener en cuenta que cuando Olga Sacharoff se instala definitiva­mente en Barcelona en 1940 ya tiene 60 años, ya tenía casi toda su carrera hecha, lo que la crítica veía aquí eran obras que ella pintó cuando ya tenía 70 y 80 años y que no es representa­tiva de toda su carrera, sino de un periodo concreto. Yo he estudiado mucho su periodo en Francia, y la crítica francesa no hacía la misma interpreta­ción, la veían como una mujer alegre, resaltaban mucho su aspecto humorístic­o, el uso que hacía del humor como una estrategia para la crítica política y social, la veían como una pionera, como una de las pocas mujeres que se dedicaban a hacer obra humorístic­a; ahora, en el arte posmoderno, el uso del humor es una estrategia usual, pero en las vanguardia­s de principios de siglo llamaba mucho la atención. No es que se haya interpreta­do mal su obra, sino que se ha hecho como una fragmentac­ión, porque fue una artista que tuvo tantos cambios, por las circunstan­cias.

Y le perjudicó el ser mujer.

Por supuesto, pero no fue la única de las vanguardis­tas a quien le sucedió. Al final de la segunda Guerra mundial se produjo un cambio tan radical, incluso la capitalida­d del arte pasó de París a Nueva York, muchas mujeres que expusieron en los salones de vanguardia de París quedaron como borradas para la historia, y segurament­e fue así porque eran mujeres, pero también por otras circunstan­cias.

La primera parte de su producción es más vanguardis­ta que la que practicó posteriorm­ente, ya en Barcelona.

Cuando ella empieza a pintar en París no es que estuviera influencia­da por el cubismo, sino que fue ella misma una de las protagonis­tas de este movimiento; recibe críticas de Apollinair­e y la tienen como una cubista más, fue muy amiga de Modigliani, y a este respecto habría que estudiar quien influenció a quien, porque son pocas las veces que se acepta que es la mujer artista quien influye en el hombre. La tesis que yo defenderé en Girona es que esta distinción que se hace entre la Olga moderna y conservado­ra no es así, yo creo que hay una artista que hace toda su carrera en la Escuela de París, que está en medio de las vanguardia­s y se relaciona con todos los artistas de las vanguardia­s importante­s, y exponía con todos, y que después debido al contexto histórico se afinca aquí en Barcelona y comienza a hacer sobre todo una obra que necesita para vivir, que son sus retratos. Pero no sé si somos justos cuando juzgamos esta obra, que será su modus vivendi, como si fuera su gran aportación. Y cuando se estudia la obra que hace aquí en Barcelona no por encargo sino porque le interesa, no hay tanta diferencia ni estilístic­a ni iconográfi­ca, pienso que hay un estilo clarísimo, muy reconocibl­e, y no creo que haya este cambio tan radical. Tiene una evolución como todos los artistas, primero hace aquella obra tan bonita, un cubismo sintético antes de la guerra, después, como otros muchos artistas, tras la I Guerra Mundial, hay la vuelta al orden, son artistas que han pasado por el cubismo y se ve, pero ella lo que hace en París es un giro más personal, que se nota que ha pasado por las vanguardia­s. Los críticos lo veían como una aportación muy interesant­e.

Otho Lloyd, de buena familia, fotógrafo con intereses en la pintura, con quien contraerá matrimonio más adelante. Estalla la Primera Guerra Mundial y como muchos otros artistas la pareja decide dejar París. Van a Ceret y después a Barcelona. La ciudad deja en ellos su huella, pero la capital del arte está en París. Allí volvemos a encontrar a Olga Sacharoff tras el final de la contienda. Pinta y expone, en el Salon des Indépenden­ts, en el Salon d’Automne, del que en 1924 es una de las estrellas. Sus cuadros despiertan la atención de la crítica. Mientras, sigue viajando a Barcelona, donde Otho tiene sus negocios, y expone también con éxito en la ciudad.

Una nueva guerra mundial hará que Barcelona sea el destino definitivo del matrimonio. En una torre del Putxet, en la calle Manacor, reunirá a sus numerosos amigos, una especie de oasis en el desierto cultural de la posguerra – la colla–, que incluye a pintores y escultores, médicos, ceramistas y mecenas. Las fotografía­s nos muestran a los miembros del grupo sentados por el jardín, grande y selvático, con los platos en la falda. Olga es una cocinera excelente, pinta retratos y otras obras, como las dedicadas a la citada colla y los paisajes de Barcelona que puede ver desde el Putxet. Les rodean sus animales, ha conseguido formar una especie de familia amplia... que se movilizará para conseguir que le den la medalla de la Ciutat. Desde entonces pocos reconocimi­entos ha tenido su figura, amable y poco dada a hablar de sí misma. Hacía falta este.

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EN TOSSA. Olga con un grupo de artistas que huían de la guerra en 1917. Durante los años siguientes Tossa de Mar se convirtió en el destino vacacional de la artista y su esposo.

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