Meditación y silencio
La síntesis de Pablo d’Ors: cristianismo, budismo y literatura alemana
Pablo d’Ors (Madrid, 1963) se ha convertido en un auténtico fenómeno editorial después de que su libro Biografía del silencio (Siruela/ Angle, 2012) haya vendido más de cien mil ejemplares. La trayectoria literaria de este sacerdote católico, nieto de Eugenio d’Ors y consejero cultural del Vaticano tras ser designado por el papa Francisco, emerge como un diálogo entre la novela centroeuropea (es un gran admirador de Hesse) y la búsqueda interior a través de la meditación. Nos encontramos con él en su domicilio de Madrid, ahora que acaba de publicar Entusiasmo, y justo cuando llega de un retiro espiritual organizado por Amigos del Desierto, una red que ha impulsado para convocar una sabiduría compartida que combata el ruido contemporáneo.
La huella de Eugenio d’Ors
No llegó a conocer a su abuelo. Y sin embargo admite su gran influencia. Ser nieto de una de las personalidades más importantes de la cultura española del pasado siglo, nos cuenta, es, a la vez, un estigma y una bendición. “Me siento orgulloso, fue un escritor extraordinario y un gran pensador. Pero, claro, ser escritor llamándote d’Ors…”. No lo lee en profundidad hasta los veinte años, cuando estudia Filosofía. Es entonces cuando se siente fascinado por su prosa “hipnótica”. “Cada vez me siento más cercano a él. Al principio pensaba que habíamos llevado vidas muy distintas, que su mundo no tenía que ver mucho con el mío. Pero tienen que ver mucho más de lo que yo imaginaba”, afirma.
Pablo d’Ors crece en una atmósfera marcada por la cultura alemana. Su padre es un médico humanista, muy interesado por la pintura. La madre, filóloga. Su casa está llena de libros. Estudia en el colegio alemán, y eso luego le servirá para leer a autores como Kafka o Stefan Zweig. Años más tarde, tras
graduarse en Nueva York y estudiar en Roma, vivirá en Praga y Viena. El nomadismo también es uno de sus muchos aprendizajes.
Vocación religiosa
En su última novela, Entusiasmo, nos habla de cómo nace su temprana vocación religiosa. Pero en el seminario en el que estudia el ambiente es todo menos conservador. Los futuros curas que allí conoce llevan la barba larga y leen a Marx. “Entre los claretianos de la provincia de Castilla, que fue con los que yo estuve, había una gran sensibilidad social hacia los desfavorecidos. No había casi nadie de derechas, allí. Todos estábamos militando en movimientos de objeción de consciencia, en Cristianos por la Paz... En la Iglesia de aquel tiempo existía un deseo de conectar con la modernidad”, nos cuenta.
Pero muy joven, una vez ordenado sacerdote, se marcha como misionero a Honduras. Eso le transforma para siempre. “Hay algunas teclas del gran piano cristiano que siempre tienen que sonar para que haya melodía. Uno no puede estar de manera prolongada lejos de la gente que lo pasa mal. Aquello me marcó mucho. Te enteras de qué va la cosa. No se te olvida jamás”, nos dice, aunque considera que su “misión” ahora es otra. “Creo que la principal urgencia para el cristianismo es la vida interior. Tiene que pasar por la experiencia espiritual. De lo contrario la acción social de los cristianos es simplemente activismo y se diluye en actitudes prometeicas de querer salvar el mundo”.
La identidad como descubrimiento
Es el monje y teólogo Elmar Salmann su verdadero maestro. Lo conoce cuando él ya ha cumplido los treinta años. “Es decisivo en mi vida. Me dijo algo muy elemental, que yo sabía, pero que no me acababa de creer: para ser sacerdote mi principal obligación era ser yo mismo. No se trataba de ajustarme a un modelo preestablecido. Me ayudó a leer el cristianismo en clave de indicativo, no de imperativo. En clave de gracia, y no de moral. Al principio de mi vocación lo importante era el compromiso ético. Con Salmann el subrayado estaba en el poder, en lo potencial, no tanto en el deber”.
Salmann le muestra lo más difícil, cómo mantener el carácter mientras limpiamos los excesos del ego. ¿Cómo se forja una identidad que no confunde ambos términos? Dice el autor que desde que empieza a escribir, con doce o trece
años, ya existe en él esa búsqueda. “Con la madurez, te das cuenta de que la identidad no es una conquista, es un descubrimiento. No tienes que construir, sino descubrir. Es distinto. Ahí la meditación juega un papel muy importante. Lo maravilloso está en que hay un saber sintético, no analítico. Y ese es el conocimiento silencioso, que ha sido bastante marginal en Occidente. El conocimiento de uno mismo es un regalo, pero supone una gran entrega”, sostiene.
De adolescente lee El tercer ojo: Autobiografía de un lama tibetano,
firmado por Lobsang Rampa. A los quince años se rapa el pelo y comienza a meditar con sus compañeros. Cuando acaba sus estudios, se acerca definitivamente al zen. Se pasa cinco años con diversos maestros. “Si no fuera cristiano sería budista”, asegura. “Hay una gran afinidad entre Cristo y Buda. Ambos son faros de la humanidad. La diferencia es que a Buda yo le puedo admirar y respetar, pero con Jesús puedo tener una relación más personal, incluso de amor. Ambos, a su modo, se enfrentan a los mismos problemas. Por ejemplo, el dolor. Cada uno le da su respuesta. La respuesta del budismo es la impasibilidad, la del cristianismo es el apasionamiento”.
¿Un heterodoxo en el Vaticano?
Pablo d’Ors escribe cosas como que “la tierra prometida eres tú”. Eso le ha llevado a que algunos sectores del catolicismo le tilden de hereje. ¿Se considera a sí mismo como un heterodoxo? “Nadie comulga con nada al cien por cien. Siempre hay margen para la diferencia. La heterodoxia es un estímulo para la ortodoxia, le obliga a reflexionar, a definirse, a resituarse. Además me considero bastante ortodoxo. Comulgo con casi todo de la Iglesia católica. Otra cosa es que en el modo de entenderla, o el modo de vivirla, puede haber alguna discrepancia, pero me siento globalmente recogido y respetado para poder formar parte de esta comunidad”, nos explica. Y añade: “Es cierto que un obispo me tildó de hereje a partir de un artículo sobre la eucaristía, pero es una buena noticia, significa que en la Iglesia hay una gran pluralidad. La pluralidad es criterio de verdad. Lo importante es que cada uno haga su propio camino”.
En el 2015 es nombrado consejero del Pontificio Consejo de la Cultura. Nos cuenta que es un cargo más honorífico que ejecutivo. Quedan aproximadamente una vez al año. Pero a raíz del nombra-