Fuentes y rutinas de una trilogía (1953-1961-1966)
En el tomo Gritos de la tierra
(1970), Gironella incluye unas reflexiones, que acababa de publicar en Abc, tituladas Viaje en torno
al mundo literario español, en las que afirma rotundo: “Me seduce más el testimonio directo que cualquier tipo de especulación”. Desde esta divisa debemos acercarnos como lectores a su trilogía. En la Aclaración indispensable que abre el tomo Los cipreses creen en
Dios el novelista decía: “La empresa en que ando metido consiste en escribir una novela sobre España que abrace los veinticinco años de su historia”.
Los cipreses abarca el periodo inmediatamente anterior a la Guerra Civil, desde abril de 1931 hasta julio de 1936. Mientras la redactaba, declaraba en Les nouvelles littéraires (30/XI/1950) que concebía el proyecto en marcha como respuesta a los libros publicados por autores extranjeros (Malraux, Hemingway e incluso Bernanos) en torno a la Guerra Civil, porque a su juicio esas obras “donnent une vision fausse, incomplète et folklorique de mon pays”. Dichas obras ubicaban su “historia” durante la guerra, prescindiendo del abismo infranqueable que se había creado en los años anteriores y falseando –cito unas palabras de Gironella, concluida la redacción de Los cipreses– “la arquitectura espiritual del hombre español”.
Tal era el impulso del que estaba naciendo la trilogía, que consistía en una mezcla de crónica y novela, de documental e invención artística, en la que el segundo sumando flaquea en demasiadas ocasiones. Así, el esfuerzo se apoyaba en sus propias experiencias y en una amplísima labor de documentación; por ello sostenía en 1953, con una megalomanía habitual en su perfil de escritor: “He querido hacer una novela, pero que sirva al mismo tiempo de libro de consulta”.
El principio de la historia que relata tiene abundantes notas autobiográficas que configuran el personaje de Ignacio Alvear y su familia, sin embargo, como explicó Delibes en los comienzos de los sesenta: “Gironella evidencia en el primer libro un gran acierto: acota el espacio novelesco (Gerona), el tiempo (los meses de la preguerra) y pulsa los acontecimientos desde un ser pretendidamente neutro: Ignacio Alvear. Gironella desde un marco limitado nos da una síntesis de lo que ocurría en España entera”.
Al recorrer la crítica contemporánea que mereció la trilogía (espe-
cialmente Los cipreses) constatamos que se subraya el carácter épico que va tomando la trilogía. Fernández Almagro (La Vanguardia, 15/IV/53) ya advertía que hay un desplazamiento de Ignacio a Girona, para que la narración “cobre el horizonte de un poema épico”. Julián Marías en Abc (8/V/53) elogiaba la novela “en que se condensan esenciales porciones de vida española –de vida individual y colectiva– sincera y verazmente contadas”.
Antonio Vilanova intuía el carácter simbólico de la novela, que pretende dar cuenta del “odio partidista y la discordia civil que preludió el estallido de la lucha armada” (Destino, 12/ IX/53).
Con la publicación del segundo tomo, Fernández Almagro desde
La Vanguardia (22/III/61) insistía en que Ignacio era un punto de referencia, pero “no el decisivo en la marcha de los acontecimientos, impulsados, en realidad, por terrible viento anónimo, como corresponde a toda creación épica”. Cuando ya había visto la luz el tercer tomo, Antonio Tovar, aprovechando su reseña de Tres días de julio de Luis Romero
(La Gaceta Ilustrada, 21/V/67), escribe: “Un afán de explicación domina la trilogía de Gironella, desbordada por el tema mismo, el de la épica diaria, en lo espasmódico y lo vulgar, de la vida de un pueblo”. Cierto, Gironella en estado puro.