Joan de Sagarra
¿Qué nos depara la agenda cultural del 2018? Al menos dos aniversarios: el de Mayo del 68 y el del estreno de la primera obra de Josep Maria de Sagarra
La redacción de Cultura/s me ha hecho llegar un correo electrónico en el que me informa que el próximo número –el que el lector tiene en sus manos– quiere ser una “agenda cultural” del 2018 y me invita a sumarme a ella. Así, a bote pronto, el año que se avecina, vamos, que está al caer, lo relaciono con el Mayo del 68. Se cumplen 50 años de aquel mes de mayo que cambió muchas cosas y, por descontado, de nuestro mundo cultural. Creo, pues, que en la agenda cultural de este año debe haber un espacio para evocar y reflexionar sobre lo que supuso aquel Mayo del 68.
Así pues, lo primero que se me ocurre para esa agenda cultural es la celebración del 50.º aniversario del Mayo francés. Pero hay más cosas en esa agenda. Estoy yo, sin ir más lejos. El próximo año cumplo ochenta añitos y se cumplen cincuenta de la publicación de mis “rumbas” en el Tele/eXprés de Manuel Ibáñez Escofet –“son pura dinamita”, escribió en Triunfo mi amigo y colega Manolo Vázquez Montalbán– y que luego recogería en un librito publicado por Kairós. Hace tiempo que amigos y conocidos me presionan para que reedite aquellas “rumbas”, hoy incontrables, y haga balance de lo que han sido esos cincuenta largos años de periodismo. No lo descarto, pero tampoco me hago muchas ilusiones: soy un condenado perezoso y el solo hecho de tener que explicarles quién diablos era esa lady Brett a quien está dedicado el librito –“En recuerdo de lady Brett –yo la quise muchachos y la quiero…– y de los trescientos veintitrés dry martinis que nos bebimos en el bar del Ritz, plaza Vendôme. En el primer aniversario de su estúpida muerte”– me pone la mar de nervioso. Porque la tal lady Brett no es, como creía mi amigo Terenci, el personaje de Hemingway, sino una moza, vecina mía, que vivía en el paseo de la Bonanova, y a la que otro amigo, Javier Coma, que sabía mucho de mujeres, bautizó acertadamente con el nombre de aquel personaje de la novela de Hemingway. Y tras lady Brett, es decir, tras Dolores (e.p.d.), saldrían una serie de historias que, a decir verdad, al lector le importan un bledo, como cuando me pongo estupendo y empiezo a darles la lata a los amigos contándoles lo mucho que me hubiese gustado haber escrito en el The New Yorker de Harold Ross, en los años 30, y haber tenido de compañero de mesa a Joe Mitchell, uno de mis ídolos. O haberme liado con LaVern Baker, cuando debutó en los clubes de Chicago, o con Ruth Brown, la que cantaba el Mambo baby…
Pero no está bien que hable de mí. Mejor hablar de mi padre, que culturalmente hablando, me da cien vueltas. Porque mi padre, Josep Maria de Sagarra i de Castellarnau, también ocupa un lugar importante en esta agenda cultural del 2018. La noche del 8 de enero –el mismo día en que cumplo añitos– se cumplirán cien años del estreno, en el teatro Romea, de su primera obra teatral, Rondalla
d’esparvers, la primera de las cincuenta que escribió y estrenó, la mayor parte de ellas en el teatro de la calle Hospital, como reza en una placa que hay en el hall de dicho teatro y que inauguramos con mi madre y el presidente Pujol cuando Hermann Bonnín era director del entonces Centre Dramàtic de la Generalitat.
Con aquel estreno de un chico a punto de cumplir 24 años, al que asistieron y avalaron con sus aplausos Àngel Guimerà, Ignasi Iglésias y Santiago Rusiñol, se iniciaba una historia del teatro catalán que culminaría la noche del 27 de septiembre de 1961 en el teatro Candilejas, lleno a rebosar, con la representación de El fiscal Requesens. Terminada la función, Joan Capri anunciaba al público la noticia del fallecimiento de su autor.
Del teatro de mi padre se ha escrito mucho, para bien y para mal. Ha habido grandes éxitos, como
La ferida lluminosa, y grandes fracasos, algunos inmerecidos, pero hay algo incuestionable: durante años, años muy difíciles, su teatro sirvió para “salvar el mots” y dio trabajo a millares de cómicos. Formó un público, un público fidelísimo, que se identificó con unos personajes salidos de la tierra catalana y que hablaban, en verso o en prosa, un catalán rico, riquísimo y sensual. Conozco abuelos que se declararon a sus mujeres con versos sacados de una obra de mi padre y conozco hijas y nietas que se llaman Gloria, como la protagonista de L’hostal de la Glòria (y algún que otro restaurante, como el que durante años hubo en el mismísimo mercado de la Boquería).
Así pues, mi agenda cultural del 2018 se abre el próximo 8 de enero con el centenario del estreno en el Romea de Rondalla d’esparvers , la obra de un joven poeta, a la sazón estudiante del Instituto Diplomático y Consular de Madrid, el cual, con los años, se convertiría en uno de los escritores más populares de estebenditopaís.
Su teatro formó un público fidelísimo que se identificó con unos personajes salidos de la tierra catalana