Fútbol como danza
Una escenificación del juego en el Mercat de les Flors
Esta pieza de la barcelonesa de origen argentino Vero Cendoya es la doma de una doma. Si el fútbol es una domesticación de lides seculares más peligrosas (“con o dios y amores heredadosde padres a hijos ”, afirma la voz en off), la danza es aquí una domesticación estilizada de las formas más agresivas del fútbol menos técnico. En este terreno de juego, el deporte rey es una excusa, un simple espejo en el que reflejarnos. La partida es una preci(o)sa escenificación coreográfica sobre la mujer, sobre la gente, sobre la fiesta, sobre la alegría popular y sobre la calle.
Las palabras nunca son inocentes, y –como ven– estas (incluso el título) son todas femeninas porque la obra también lo es. La firman dos mujeres (Cendoya, la danza; y la sarda Adele Madau, la potentísima música de fiesta mayor). La protagonizan cinco bailarinas contra cinco chicos futbolistas, lo que ya es toda una declaración de intenciones. Y es también una pieza sobre la condición femenina: de forma implícita la mayor parte del tiempo, y del todo explícita en ese fragmento en el que la voz en off nos indigna con declaraciones de una dirigente empresarial que presenta el blindaje en los contratos de trabajo de mujeres embarazadas como un escollo para la productividad de la empresa y la plena inserción laboral de la mujer. Dicho así, con dos cojones, sin vergüenza (junto o por separado).
Representada habitualmente en plazas o en canchas de fútbol (en el escenario del Mercat, a la italiana), La
partida es una pieza muy completa. Lleva texto e intenciones, humor fino e ironía, y la música se alza como columna vertebral de una dramaturgia transparente. La propuesta respira con los pulmones de la partitura de Madau. Pero su corazón, el punto de partida, es el alma popular del juego. Se aprovechan carreras y marcajes para las distintas evoluciones coreo- gráficas, que incluyen con naturalidad los pasos a dos, con duelos y pases entre los jugadores convertidos en duetos y pasos bailados. A ratos es como la versión en dibujos animados de un partido, y para ratificarlo está ese fragmento en el que una de las jugadoras se convierte en la pelota. Pero el gran protagonista individual es el árbitro, ese “ampuloso verdugo que ejerce su poder absoluto con gestos de ópera”, según la voz en off. Él asume los grandes solos, como vera diva, gran reinona y Star Queen absoluta, que igual se calza un número de cabaret en el descanso que nos regala un solo de ballet, con sus piruetas y sus
jetés, o cierra el espectáculo cantando, gin-tonic en mano.
La pieza es tan narrativamente clásica, directa y clara que es de estilo supermoderno. Y es una obra paritaria (cinco contra cinco), pero de espíritu materno. Acoge por igual el movimiento bello que el torpe y voluntarioso. Tanto tira del poso cribado por la tradición como del paso recién llegado de la calle. Y la estilización del ballet o del cabaret (vía árbitro, amo de las reglas) se ofrece al lado de idéntica estilización de codificaciones de todo orden, con lo que un chut, un pase o el más estrecho marcaje devienen coreografías de aun mayor efecto. Normal: llegan con afectos, con emociones reales, pues participan de la popularidad del referente y de su condición de ritual altamente codificado, pero popular.
Con todo, en La partida la estilización no es para nada una deconstrucción técnica del fútbol. La parodia es anímica y de fondo, conseguida por participación o apropiación del referente: esta partida entre iguales es con respecto a un partido de fútbol un poquito de presentación metonímica (la parte por el todo) de aquello que tiene lugar en un patio de escuela el día que a las chicas les da por ganar a los chicos. Vuelven a ser David contra Goliat. Son la bella frente a la bestia. Ofrecen el juguetón divertimento de las jugadas por deleite frente a gritones jugones exhibicionistas. Elevan la inteligencia y la imaginación al poder. ¿Las mujeres son guerreras? Las mujeres nos representan a todos. La
partida es una gran fiesta con sabor a fiesta mayor.
El fútbol es una excusa; ‘La partida’ es una escenificación coreográfica sobre la mujer, la fiesta, la calle