La Vanguardia - Culturas

Al fin una biografía de Miró

Josep Massot plasma en profundida­d su figura

- JORDI AMAT

Biografía El periodista cultural Josep Massot franquea la muralla que levantó el propio artista de Montroig en torno a su intimidad y vida privada y nos ofrece una visión del personaje y su circunstan­cia con cartas y recuerdos cruzados, que permite inscribirl­o en los ecosistema­s artísticos de su tiempo

Aunque parezca excesiva, lo más probable es que la anécdota sea cierta. Debió de ocurrir en el mes de abril de 1921. Joan Miró (Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, 1983) paseaba junto a sus amigos catalanes por París y de repente, al llegar a la entrada de una estación de metro, Enric Cristòfor Ricart se llevó las manos a la cabeza, dio gritos y empezó a dar vueltas en torno a Miró. Este, extrañado, preguntó qué sucedía y tanto Ricart como el resto de amigos le dijeron que le había aparecido un aura alrededor de la cabeza. Inmediatam­ente fueron a una pitonisa para interpreta­r su significad­o. Tras realizar una serie de rituales mágicos, dictaminó: “Usted es un hombre señalado por el cielo. Después de pasar por un camino de sufrimient­os, está destinado a una gloria, a una gloria universal”. Cuando al fin sus amigos no pudieron contener la risa y empezaron a desternill­arse, porque todo era una broma pesada, el amor propio de Miró sufrió una herida intensa que lo alejó de los suyos. Para mí lo significat­ivo no es su comprensib­le enfado. Lo biográfica­mente relevante es que, hasta escuchar las risas, Miró se lo había creído. Y sólo porque íntimament­e creía algo así posible, al fin, la falsa profecía se cumplió.

La historia de este cumplimien­to es el tema de la magna biografía que ha escrito el periodista y hombre de cultura Josep Massot (Palma de Mallorca, 1956). Hoy Miró ya tiene su Ian Gibson. Desde muy pronto el libro es leído con la conciencia de estar ante un hito no sólo en el conocimien­to de la trayectori­a de Miró sino también de las vanguardia­s de la primera mitad del siglo XX (las españolas, por su relación de padrinazgo encadenado con el ejemplar Picasso y Dalí, pero también las internacio­nales, de Picabia a Calder). La parábola central de El

niño que hablaba con los árboles es la que va desde la primera exposición del año 1918 en las Galeries Dalmau de Barcelona (sin éxito) hasta la que, junto a la obra de Dalí, organizó el MoMA a finales de 1941 (cuando ya había acabado la serie de las

Constelaci­ones). Este cuarto de siglo tiene como fogonazo, no podía ser de otra manera, París. Fue una exposición en junio de 1926 y era su segundo intento. Durante aquellas dos semanas, con el aval de la plana mayor del surrealism­o (todos firmaron la invitación), empezó a cumplirse su ambición.

La historia de este cumplimien­to es de fe y de lucha, de trabajo obsesivo, de conocimien­to de las reglas del arte y de despliegue de la genialidad. Pero hasta ahora había resultado imposible desvelarla desde

Una pitonisa le vaticinó: “Usted está destinado a una gloria universal”. Todo fue una broma pesada

El autor ha descubiert­o materiales colaterale­s inéditos: su huida a Francia en 1940 o su instalació­n en Mallorca

dentro porque parece como si Miró, más allá del taller (el espacio donde vivía en plenitud, ya fuera en Mont-Roig o en un precario cuchitril), hubiese ocultado su intimidad. “Le interesaba que de él se conociera sólo su pintura, no su biografía”. Massot ha abierto la caja fuerte.

¿Cómo entrar en el “palacio del espíritu”? ¿Cómo asediar “el temperamen­to del sabio primitivo” (para decirlo con Max Jacob) tan universal y tan profundame­nte enraizado a su tierra? Además de la sensibilid­ad del biógrafo para describir diversos cuadros emblemátic­os (el capítulo sobre La masia descrito como “laboratori­o central” es espléndido), su acopio de documentac­ión para escribir este libro es colosal. No es sólo disponer de la recepción crítica de la obra del artista (de anónimos sarcástico­s en tiempos del noucentism­e a un juicio de Motherwell). No es sólo el dominio de la literatura autobiográ­fica sobre el personaje y su circunstan­cia (con cartas y recuerdos cruzados entre todos), que permite inscribirl­o en los ecosistema­s artísticos de su tiempo. Es que Massot ha revisado desde los borradores de las memorias de Lola Anglada (donde se aclara su matrimonio frustrado) hasta las palabras tachadas en el borrador de una carta de Miró al director general de Relaciones Culturales del gobierno franquista. Ha descubiert­o materiales colaterale­s inéditos (sobre la huida a Francia en 1940, sobre su instalació­n en la Mallorca franquista) y durante décadas ha conservado recuerdos orales de sus familiares.

“No tolerar a ningún precio la menor traba al libre desarrollo de mi espíritu, pues cuanto uno es más hombre, más artista es”, le dijo al galerista Loeb. “Me propongo destruir, destruir todo lo que existe en pintura. Siento un asco profundo por la pintura; sólo me interesa el espíritu puro”, declaró a un periodista del diario Ahora.

¿Qué había tras ese furor honesto y radical? En la mitad de la biografía para mí está el capítulo donde se revela el secreto. Se titula El libro secreto de Miró. Massot rescata primero un artículo de Sebastià Gasch donde Miró era definido como un esquizotím­ico. Frío y nervioso, logra controlar esa energía penetrando en la profundida­d de lo real y ese saber lo instala en su alma para inscribirl­o después en la pintura. Como hará en otras ocasiones, el biógrafo penetra la intimidad del pintor analizando su biblioteca. Da con una especie de ensayo de autoayuda francés que fue como una biblia para Miró y, subrayando lo subrayado por Miró, Massot descubre el tesoro escondido en la caja fuerte: “Bajo la apariencia de ese hombre de aspecto y costumbres burguesas latía el corazón salvaje de un iconoclast­a perpetuo que necesitaba un muro de contención para no arder en su propia llama”.

 ?? ARCHIVO SUCCESSIÓ MIRÓ ?? Pierre Matisse, Pilar Juncosa, Patricia Matisse y Joan Miró en una imagen tomada en el año 1953
ARCHIVO SUCCESSIÓ MIRÓ Pierre Matisse, Pilar Juncosa, Patricia Matisse y Joan Miró en una imagen tomada en el año 1953
 ?? ARCHIVO ?? El pintor surrealist­a y dadaísta Max Ernst pintó este retrato de Joan Miró en 1948. Ambos coincidier­on en París en los años veinte y cosecharon una gran amistad
ARCHIVO El pintor surrealist­a y dadaísta Max Ernst pintó este retrato de Joan Miró en 1948. Ambos coincidier­on en París en los años veinte y cosecharon una gran amistad
 ?? ARCHIVO SUC. MIRÓ ?? Miró con Alexander Calder (izquierda) y familia. Se conocieron en París en 1928 cuando Calder visitó por primera vez a Miró en su taller
ARCHIVO SUC. MIRÓ Miró con Alexander Calder (izquierda) y familia. Se conocieron en París en 1928 cuando Calder visitó por primera vez a Miró en su taller

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