Jordi Amat comenta el alud de libros políticos
Hace años que el procés va reformateando la política catalana y por tanto la española, pero tal vez no compartamos una definición de mínimos sobre su significado. Y no será por la ausencia de libros que hayan analizado las infinitas dimensiones de uno de los fenómenos sociopolíticos más interesantes de la Europa del siglo XXI. Los hay a decenas. Durante los últimos meses esta biblioteca, tras el momento climático del 1 de octubre, se ha ampliado notablemente.
Una de las aportaciones más valiosas ha sido La confusión nacional del profesor Ignacio Sánchez-Cuenca. Su propósito básico es cifrar por qué la democracia española ha fallado sistémicamente a la hora de afrontar la crisis catalana, pero su planteamiento tal vez aclare el núcleo de todo el ciclo completo. De la reflexión de este intelectual se desprende que el procés ha consistido en un intento democrático, siempre frustrado, de replantear la soberanía del Estado español de 1978 con la voluntad de que Catalunya sea reconocida como sujeto político. Primero fue la procedimental reforma del Estatut, abortada por los recursos presentados al Constitucional (que intensificaron la pulsión legalista de la democracia española), y luego el movimiento social e institucional que ha ido acumulando una legitimidad conflictiva
La lucha por la legitimidad ha sido clave en estos años
que estalló el 6 de septiembre.
Algunos de los mecanismos de acumulación de dicha legitimidad, en especial el eficaz despliegue de un aparato simbólico por parte del soberanismo, son objeto de análisis de Jordi Canal en Con
permiso de Kakfa. Ampliando la parte histórica del relato moderno y contemporáneo que ya propuso en Historia mínima de Cataluña, este reconocido especialista en el carlismo apuesta por una determinada interpretación del surgimiento del nacionalismo (sin establecer apenas dialéctica con el nacionalismo español) y fija en tres etapas su despliegue durante un siglo largo (desde la Renaixença pasando por Prat y la Mancomunitat hasta llegar al pujolismo). El profesor Canal defiende el uso del yo, pero en ocasiones su tono ensayístico, más que polémico, es descalificador. Tal vez el capítulo más pugnaz sea aquel en el que impugna la plana mayor de la historiografía catalana, empezando por Fontana y Sobrequés. Es la antesala gremial a lo mejor del libro: la pormenorizada deconstrucción de los usos del pasado y el contraste entre realidad y mito estudiando los símbolos asociados al procés (la estelada, el himno o el color amarillo de los lazos de protesta contra los políticos encarcelados).
El 12 de diciembre del 2017, paseando por la Rue Rivoli de París, Jordi Corominas se cruzó con cuatro catalanes que llevaban ese lazo amarillo. Lo cuenta en una de las últimas entradas de su Diario
del procés. Define su libro como “la autobiografía de un barcelonés durante el procés”. Y es innegable que Corominas, al ir trazando su trayectoria de escritor, ha construido una identidad que arranca en Barcelona y empalma sin solución de continuidad con la alta cultura europea. Es con esa mirada, de alguien que se define a sí mismo como un federalista de izquierdas, cómo ha ido contando el
procés desde el 2010 en la prensa digital. Más allá de su toma de posición ideológica –es un anticonvergente clásico, que vivió con fervor el 15-M barcelonés (“mientras intentaba entender el ambiente sentía que el sueño de un cambio posible era real”)–, lo más atractivo de su propuesta es acompañar a este flâneur a través de la descripción que durante años ha hecho de la mutación política paseando por los detalles de la cotidianidad.