La mirada noctámbula
La Fundación Mapfre presenta en su sede de Barcelona una extraordinaria retrospectiva de Brassaï, uno de los grandes de la historia de la fotografía, que incluye obras icónicas y presenta también vertientes inéditas y poco conocidas. La nuestra se podrá v
Existe una fotografía de la noche. Y, al pensar en ella, uno de los primeros nombres que me vienen a la memoria –junto a Weegee, Manel Esclusa y algún otro– es el de Brassaï, fotógrafo nacido húngaro en 1899, que desarrolló su obra en los años 30, en el París de entreguerras, y que hasta 1949 no obtuvo la nacionalidad francesa. Habrá que concluir que esa condición de semiextranjería es buena para la creación artística, literaria y también fotográfica. En 1924 Brassaï ya deambulaba por las noches de París acompañado por su mirada transilvana, extrañada y fascinada. Desde finales de 1929 esa mirada noctámbula se volvió visión específicamente fotográfica, capaz de conectar profundamente con los dos modos extremos de la noche: el del silencio solitario y contemplativo –las luces eléctricas o de gas difuminadas por la niebla, el toque irreal de la nieve iluminando unas ramas o unas rejas– y el de los encuentros orientados al placer: las farras hasta el amanecer, las juergas en el prostíbulo de Suzy, los flirteos lésbicos en Le Monocle o, sencillamente, las noches disfrutonas en bares propensos a la ebriedad y a la alegría de vivir. En suma, la parte más canalla de la joie de vivre, un invento francés que tuvo en el carpe diem su antecedente clásico latino. Hoy, todo ello puede parecer muy incorrecto a los neopuritanos, tan censores y tan ridículamente biempensantes. Y tenía su lado siniestro, por ejemplo el alcoholismo, o las bandas de maleantes, como la del Gran Albert.
En la excepcional y espléndida exposición retrospectiva que presenta la Fundación Mapfre –comisariada por Peter Galassi– se puede apreciar que en ocasiones la mirada de Brassaï, contagiada por los modos de la deriva nocturna, fue más
diámbula que diurna. Su visión de la realidad no es la de un reportero, sino la de una persona que sintoniza con determinados ambientes y atmósferas y que se expresa mediante la fotografía en un nivel de sensibilidad equiparable con el que en otras disciplinas tienen autores como Proust o Dalí, con cuyas obras sintonizaba este fotógrafo tanto como congeniaba con Henry Miller, Picasso o Henri Michaux, entre otros. Sus fotos de Esculturas involuntarias, publicadas en Minotaure con textos de Dalí, eran en 1933 obras surrealistas de vanguardia. Su serie
Graffiti, publicada el mismo año, se anticipó al informalismo de Dubuffet e incluso al muy posterior neoprimitivismo de Basquiat. A veces la fotografía se anticipa a las otras artes.
Medios de expresión
Brassaï es el seudónimo fotográfico de Gyula Halász y significa “de Brassó” (localidad de Transilvania donde nació, que ahora se llama Brasov y es territorio rumano). Su apellido Halász lo reservaba para el arte entonces considerado serio: la pintura y el dibujo. Como sabemos ahora, es el fotógrafo Brassaï quien ha entrado en la historia del arte. En unas declaraciones de 1980 –cuatro años antes de su muerte en un lugar llamado Beaulieu-sur-Mer– se mostraba más lúcido en lo referente a la importancia de la fotografía en relación con las otras artes, todas ellas mutuamente complementarias. Decía Brassaï: “Cada época tiene sus medios de expresión específicos y no es indiferente saber por qué medio nos expresamos. Por eso elegí la fotografía. Curiosamente, como yo mismo, nuestro siglo tardó en alcanzar una clara consciencia de este hecho, no lo hizo hasta los años setenta, cuando las galerías de arte, los museos, las colecciones privadas abrieron sus puertas de par en par a la fotografía. De repente se descubrió que para ciertas personas dotadas de una visión, la fotografía deja de ser un documento para convertirse en un medio de expresión.
En el París de Brassaï las diversiones y los placeres nocturnos se alternan con el silencio contemplativo
Además, la mayoría de las fotografías de esos creadores son reconocibles a primera vista, llevan la firma de su autor”. Son palabras que me recuerdan a lo que decía Andrei Tarkovski sobre el cine.
Brassaï, que además de fotógrafo era dibujante, pintor, escultor, escritor y trabajó en el cine y el teatro, tenía presente que “hasta los cuarenta años, Goethe pensó que su verdadera vocación era la pintura”. Brassaï era un descubridor, un antiespecialista que prefería la frescura y la aventura de adentrarse en nuevos y distintos ámbitos de creación que explotar y repetir rentables fórmulas profesionales. Por supuesto, su exceso de vocaciones le sobrepasaba: “Cuando uno tiene un don para la pintura o la escultura, el camino está trazado, no hay duda. Pero cuando uno tiene varias cuerdas para el arco, es casi una calamidad. Uno vive permanentemente dividido por sus dones, en una especie de guerra civil, amenazado por la dispersión, lamentándose siempre de todo lo que podría haber hecho y no hizo”.
Brassaï
COMISARIO: PETER GALASSI. FUNDACIÓN MAPFRE, CASA GARRIGA NOGUÉS. BARCELONA. WWW.WWW.FUNDACIONMAPFRE.ORG. HASTA EL 13 DE MAYO
Sus “Graffiti” son anteriores al informalismo: a veces la fotografía se anticipa a las otras artes