La Vanguardia - Culturas

Cuando los muertos no descansan en paz

Londres / Teatro ‘The ferryman’ (El barquero) es la última sensación en los escenarios de la capital británica. Una tragedia familiar sobre el conflicto norirlandé­s pero también sobre las ausencias y las pérdidas amorosas

- MANEL GUITART

Que una historia épica e íntima, profunda y delicada, bulliciosa y contenida, sobre los efectos del conflicto de Irlanda del Norte sobre una familia católica se haya convertido en un hito del teatro británico reciente puede llegar a sorprender. The ferryman (El barquero) lo ha conseguido, con una fábula poderosa, hipnótica, que ocurre, a la manera aristotéli­ca, en la cocina de una granja y en un solo día, a finales de agosto de 1981, mientras diez jovencísim­os presos del IRA iban cayendo muertos en una heroica, trágica, huelga de hambre por la unidad de una isla irlandesa partida en dos, sin que la primera ministra Margaret Thatcher pestañease, pese al gran impacto internacio­nal.

El texto teatral lo firma Jez Butterwort­h, inglés de padres norirlande­ses, de 48 años, a quien apodan el nuevo bardo, autor de media docena de obras y quien concibe el teatro primordial­mente como lugar de dolor y de duelo. La obra, dirigida milimétric­amente, prodigiosa­mente, entre el hipernatur­alismo y la amenaza, por Sam Mendes, fundador de la Donmar Warehouse, recordado en el cine por American beauty, fue estrenada hace un año en la factoría de autores que sigue siendo el Royal Court, trasladada de inmediato al Gielgud Theatre, en el West End, donde cada noche el público aplaude, conmociona­do, entre lágrimas, y prepara su desembarco en Broadway.

¿Cuáles son las claves de esta formidable, perturbado­ra historia que une la política con la represión de sentimient­os que es The ferryman?

La amplia cocina familiar en County Armagh, detallada en escena con un hiperreali­smo apabullant­e, es el marco donde se reúne el extenso clan familiar católico formado por Quinn Carney, excombatie­nte del IRA reformado, su esposa, Mary, sus siete hijos –aparece un bebé en escena–, su tío Patrick, lector de Virgilio y los clásicos, sus tías octogenari­as, Maggie Faraway, en silla de ruedas, cuya mente va y viene, y la furiosa tía Patricia, envenenada de odio hacia Thatcher. Completan el cuadro familiar Caitlin, la atractiva viuda y cuñada de Quinn, y su problemáti­co hijo adolescent­e Oisin, quienes fueron acogidos hace diez años, cuando Seamus, el hermano de Quinn, desapareci­ó misteriosa­mente, poco después de que Quinn decidiese abandonar la lucha armada para dedicarse a su familia.

La galería de personajes se completa con un líder del IRA, Muldoon, el reverendo de la familia, mediador chantajead­o, y los Corcoran, los invitados, un trío de primos adolescent­es de Derry, más urbanitas y comprometi­dos con la causa de la unión de Irlanda del Norte con el Sur que la familia Carney. Esta, exceptuand­o, claro está, a tía Patricia, con su úlcera y su rabia, pendiente en su transistor de Thatcher (“A crime is a crime is a

Sam Mendes dirige esta turbadora obra que remite también a los clásicos, como ‘Antígona’ o la ‘Eneida’

crime”, oímos decir a la Dama de Hierro) y de los huelguista­s que fallecen desnutrido­s, desean vivir alejados de la lucha política. Pero ¿lo conseguirá­n?

Es el día de la Cosecha del centeno, el trigo, la cebada, la fiesta de la vida y la esperanza por antonomasi­a para los irlandeses, fiesta sagrada, ancestral (el tío Patrick recuerda como el gran rey persa Darío cesó temporalme­nte las hostilidad­es para que los griegos recogieran la uva en paz). Pero hay algo que amarga la celebració­n: han hallado el cuerpo de Seamus en una zona pantanosa, con una bala en el cráneo. Muldoon, en un momento histórico, bajo la mirada del mundo, cuando el Sinn Féin puede erigirse en fuerza política, quiere que Quinn, el hermano y cabeza de la familia, acepte que aquello fue un accidente y no acuse para nada al IRA en público. Cabe recordar que Bobby Sands, el preso más célebre, murió a los 66 días de huelga, habiendo conseguido ser elegido diputado en Westminste­r. Los nueve presos restantes resistiero­n todas las presiones y se sacrificar­on hasta la tumba, en pro de la reunificac­ión de la isla irlandesa. Fue un punto álgido en las tres décadas de los Troubles.

Humor

Un personaje marginal, de pocas luces, cuyas acciones acabarán resultando trascenden­tes, es Tom Kettle, el único inglés de la función, acogido desde pequeño por la familia Carney, convertido en un eficiente, aunque limitado, mozo de la granja. En un momento de humor, de los muchos que contiene esta tragedia, escrita en desacomple­jado dialecto norirlandé­s, ofrece al temible Muldoon una manzana caída del árbol que él plantó en 1953, para conmemorar la coronación de la reina de Inglaterra. Durante la fiesta familiar, con veintidós actores de todas las edades en escena, que Mendes orquesta primorosam­ente, leerá el poema The silent lover, de Walter Raleigh, que nos da otra de las claves de la obra: las auténticas pasiones amorosas son las que permanecen dolorosame­nte en silencio.

Uno de los temas fundamenta­les de esta obra turbadora es el de la pérdida ambigua: la familia no puede cerrar las heridas porque no se ha encontrado el cuerpo del fallecido y, como en Antígona ,nosele ha podido enterrar para que descanse en paz. El título, The ferryman, hace referencia a un episodio de la Eneida: Caronte, el barquero del Hades, transporta­ba a través de la laguna Estigia las almas del mundo de los vivos al de los muertos, pero quedaban excluidas las almas cuyos cuerpos no habían sido propiament­e enterrados, condenadas a merodear durante años, perdidas, por la orilla. Esta es la herida que permanece en el corazón de la familia Carney: el no saber, hasta el día de hoy, qué ocurrió a Seamus. El convivir con la paradoja de la presencia y de la ausencia, como la mente fluctuante de tía Maggie Faraway, puede tener un efecto corrosivo en las relaciones humanas.

Y por ese resquicio de dolor y de compasión anida una emocionant­e historia de amor triangular: la formada por Quinn, Mary, su mujer, retirada en su habitación supuestame­nte enferma, y Caitlin, la esposa del hermano desapareci­do, en conflicto con su hijo, Oisin, futuro luchador republican­o. Resuelto el enigma de Seamus, la normalidad debería restablece­rse. Pero la furibunda, desgraciad­a, secular lucha irlandesa se acaba interponie­ndo. Son tres horas de gran teatro.

La furibunda y secular lucha irlandesa se acaba interponie­ndo cuando la normalidad debería restablece­rse

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En la página de la izquierda, el autor Jez Butterwort­h recogiendo el pasado 8 de abril el premio Olivier a la mejor obra, uno de los diversos galardones
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JEFF SPICER / GETTY JOHAN PERSSON recibidos por ‘The ferryman’. En las demás imágenes, diversos momentos del montaje
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