Tan irlandés como ‘Hamlet’ danés
Jez Butterworth, para muchos, seguiría la estela de los grandes autores irlandeses, W.B.Yeats, J.M. Synge o Sean O’Casey, que abordaron el conflicto irlandés poéticamente, o del gran Brian Friel, o de los tensos dramas rurales de la generación más reciente, integrada, entre otros, por Martin McDonagh, Frank McGuinness o Conor McPherson. Pero también se le puede considerar un maestro en un tema tan inglés –pensemos en Terence Rattigan– como el del amor callado, la represión de los sentimientos o la reclusión interior. La violencia del pasado, como las pasiones privadas, parece decirnos, nunca pueden ser negadas. Pero a algunos les ha molestado su mirada exterior y el uso de algunos tópicos de la cultura irlandesa, como el baile, el whisky o la melancolía, además del dibujo de una maldad unívoca del IRA.
Los críticos y el público se han rendido al autor y a su como lo hicieron a su éxito anterior, centrada en Inglaterra y su historia. Los últimos premios Laurence Olivier, además, distinguieron
como mejor obra, mejor dirección –Sam Mendes– y mejor actriz, Laura Donnelly, compañera del autor, que interpretó a la viuda Caitlin en el primer reparto. Actualmente puede verse a una impresionante Rosalie Craig en el mismo papel.
Parece que la escritura de la obra parte del hallazgo, en el 2015, del cuerpo desaparecido de un familiar de Butterworth. Y sobre la cuestión intricada de la identidad irlandesa de la obra, declaró a “Es una obra irlandesa, en el mismo grado que es una obra danesa”. También cuenta que los giros dialectales y las palabrotas exuberantes son un reflejo del habla de su padre. Tía Patricia llega a decir, convulsa, sobre Thatcher: “Si la tuviera aquí, cogería un puto cuchillo del cajón y destriparía en esa mesa a esa cerda sonriente, mojigata, de corazón de hojalata, vaya si lo haría”. Y apaga la música del baile y recuerda, solemnemente, uno por uno, los nombres de los fallecidos por la libertad.