CÓMO VISITAR UN MUSEO SIN SATURARSE
de las cámaras de las maravillas de finales de la edad media, que tiene mucho de cripta o tesoro de catedral. Traslada los objetos y la magia antiguos al espacio de arquitectura clásica de un edificio moderno, donde a la entrada, con letras capitales esculpidas, se lee MUSEO, palabra para unos mágica y para otros sinónimo de aburrimiento.
Durante siglos, los museos se han asentado en la conservación y difusión del patrimonio históricoartístico. Sus directores han actuado como guardianes de los fondos y como coleccionistas de nuevos objetos para enriquecerlos. Y el museo, como bien intuyó hace setenta años André Malraux en
es un organismo que no puede quedarse inmóvil sino que debe estar en constante metamorfosis. Las colecciones se modifican con nuevos discursos para atraer al público, el objetivo ya no es la salvaguarda o promoción de sus fondos sino contabilizar visitas. Así, proliferan las muestras temporales, que se venden como una novedad para captar la atención del visitante. Los artistas son marcas, y algunos nunca fallan: Leonardo, Caravaggio, Goya, Picasso...
¿Qué sentido tienen hoy los museos en plena revolución tecnológica y audiovisual? ¿Qué papel deberían jugar? ¿Cómo deconstruir su imagen de mausoleos de un arte muerto? Como bien explica Umberto Eco en ensayo que escribió junto a Isabella Pezzini (Casimiro Libros, 2014), los museos son el punto de encuentro entre los objetos pasivos –las obras– y los sujetos activos, los visitantes, nosotros. No deberíamos poner demasiados obstáculos a esta relación. Las cartelas son necesarias porque informan, pero la mayoría de visitantes pasa más tiempo leyéndolas que contemplando las obras. La audioguía es un arma de doble filo: nos da a conocer el contexto de la obra pero nos limita, no nos deja hablar con quien nos acompaña. Y, finalmente, el móvil nos permite captar con la cámara lo que no logramos retener en la memoria, pero recorta nuestra visión y nos hace estar más pendientes de nosotros que de lo expuesto. El museo tiene algo de refugio, de conversación con las obras, de viaje en el tiempo, y quizá sería conveniente no interferir en ese diálogo. Celebro que el Prado sea uno de los pocos grandes museos del mundo en los que no se puede utilizar el móvil.
En nuestro mundo, el museo produce, según Eco, “escasa información y un goce estético superficial”. Hay muchas formas de recorrer un museo. La más habitual es querer abarcar todo su contenido en unas pocas horas, cuando se necesitarían varias vidas para lograrlo. Al trote y con la lengua fuera, pasas ante las obras como viendo el paisaje veloz que atraviesa un tren y buscas la pieza más reconocible para hacerte una selfie y enviarla a tus contactos: pornografía del yo en la era tecnológica. Hay otras formas de visitar un museo, y la que más me gusta es ir en busca de un solo artista o un solo cuadro en safari artístico. Vas al Prado a ver a Velázquez o Goya, o al Metropolitan a observar cómo evoluciona la pintura de Rembrandt, o al Mauritshuis de La Haya sólo para contemplar la de