La Vanguardia - Culturas

EN LA COCINA DEL GRAN DEVORADOR

Más de 200 obras procedente­s de todo el mundo, textos y documentos iluminarán la relación del genio con los alimentos y sus escenarios

- I. GÓMEZ MELENCHÓN

no había entrado en el discurso del arte, aunque en 1993 había pasado cuatro meses en el estudio de Medina-Campeny y descubrí que se hacía un poco igual que un plato, el proceso de un pintor, de un escultor, es bastante semejante al del cocinero, otra cosa es la finalidad con que se hace. Cualquier persona a la que le gusten el mundo de la cocina y el del arte vería muchas relaciones entre lo que nosotros hacemos y las vanguardia­s.

¿Qué plato de El Bulli sería el impresioni­smo?

Hay varios, una gelatina de guisantes con fruta de la pasión...

¿Y el minimalism­o?

También hay unos cuantos... Un plato que tiene unas semillas de pimiento, de tomate. Y otro que es una ostra con espuma de agua de mar...

(Ferran Adrià se interroga por la falta de documentac­ión del arte culinario; tal vez por contraste destaca que han sido el primer restaurant­e en fechar sus creaciones, y ponga tanta pasión al hablar de la Bullipedia, sus 1.846 recetas, décadas de trabajo compiladas en un catálogo, alguien les dijo que quería comprender El Bulli, y para ello miraron al mundo del arte y vieron que la manera de comprender es la catalogaci­ón. “Entonces hablamos con expertos y nos dijeron que había que numerar, y poner un análisis. Pero también lo hicimos para no repetirnos, porque 1.846 platos son muchos platos, y todos tenían que abrir un camino, aunque fuera pequeño”).

¿Cómo surgió la colaboraci­ón en esta exposición?

Yo ya había tomado parte en un diálogosob­rePicasso(Lasarténde­Picasso, una conversaci­ón entre Emmanuel Guigon, director del museo Picasso de Barcelona, Jèssica Jaques, profesora de Estética de la UAB, y el propio Adrià el pasado año) y fue un éxito, y cuando se decidió esta muestra se pensó en un texto para el catálogo, pero luego Guigon me propuso hacer esta sala, no dentro de la exposición, sino como respuesta si Picasso nos preguntara qué es la cocina.

(Y paseamos por la sala, en la que se mostrará un vídeo, en el que el narrador es el desapareci­do Richard Hamilton, libros, utensilios de cocina, fotografía­s de los platos de El Bulli, dentro de una doble intenciona­lidad, mostrar el trabajo del restaurant­e y responder a la pregunta de qué es cocinar. Todo ello con el programa Sapiens de fondo, la conexión entre conocimien­tos y diferentes disciplina­s. Y también una pared con los dibujos de Adrià, quien insiste con modestia en su falta de pretension­es. “Mira si tienen pocas pretension­es que están hechosenel­papeldeElB­ulli.Yonunca he pintado, hago servir los dibujos como herramient­a para crear. Pero nunca he vendido nada, y podría hacerlo, pero mi ámbito es la cocina y la creación. Aquí quedará bien porque ademássiem­prehasidom­isueño”). Picasso se comía el arte. Casi literalmen­te. Se lanzaba sobre él, lo engullía, lo digería y devolvía sus restos transforma­dos en algo diferente. Hay una secuencia fotográfic­a tomada por David Douglas Duncan en abril de 1957 en La Californie, la residencia del artista en Cannes, que visualiza este proceso y de la que forma parte la imagen de la derecha. El fotógrafo lo explicó así: “Picasso acababa de filetear un lenguado a con una precisión casi quirúrgica, y cogió la espina para rebañarla. Parecía que tocara la armónica, y le tomé esta fotografía sin importarme que tuviera la mirada perdida. (...) Al acabar, Picasso dejó la espina en el plato, se fue al corredor de entrada de la casa y volvió con un fragmento de arcilla de alfarero blanda. Se había comido el lenguado, pero pensaba inmortaliz­ar la espina”. El catálogo de la exposición

recoge esta cita y toda la secuencia: el artista trabaja la espina sobre la arcilla en una mesa cubierta con un mantel, atiborrada de objetos, platos, vasos, pinturas. Vemos como lo que fue un pescado segurament­e delicioso se convierte en una mera raspa pero no acaba en la basura. Su sitio, tras pasar por las manos del genio, es ahora el museo. Se ha transforma­do en la obra

Emmanuel Guigon, director del museo Picasso de Barcelona, recuerda la frase de Heráclito según la cual “los dioses están en la cocina” cuando explica esta exposición que explora la relación entre el artista y la comida en su sentido más amplio y que está llamada a convertirs­e en uno de los culturales de la ciudad. No en vano, como destaca Guigon, es la primera muestra dedicada a la relación de Picasso con la cocina, pese a la evidencia de la importanci­a que esta tuvo en su obra, y además no va a

quien quiera verla, tendrá que hacerlo en el museo Picasso a partir del próximo viernes.

La exposición parte del apetito del artista por el mundo –“Ya no puedo más de este milagro que es el no saber nada en este mundo y no haber aprendido nada sino a querer las cosas y comérmelas vivas”, dejó escrito Picasso en 1935– para indagar en multitud de facetas, muchas de ellas poco o nada estudiadas hasta ahora, desde aspectos de su alimentaci­ón a sus restaurant­es, las naturaleza­s muertas, los objetos y los escritos, como su pieza teatral concebida en 1941, en plena ocupación alemana. Y es que, como destaca Claustre Rafart i Planas, una de las comisarias de la muestra en su texto del amplísimo catálogo de la exposición, la cocina está “omnipresen­te tanto en la creación plástica como en los ejercicios del Picasso escritor”. Más de 200 obras que dan fe de la voracidad vital de quien podría ser definido como el gran devorador.Partiendo de los textos del catálogo, selecciona­mos algunos aspectos de la exposición. En el archivo del museo Picasso de Barcelona se conservan varias listas de la compra del artista, que permiten hacerse una idea bastante aproximada de su dieta, que a su vez coincide con los alimentos que suelen aparecer en sus pinturas o escritos. En estas listas encontramo­s muchas verduras (puerros, lechugas, espinacas, perejil, tomates, judías tiernas, guisantes, patatas), fruta (cerezas, albaricoqu­es, plátanos, uva), carne (pierna de cordero, pollo), además de jalea real, miel, queso, olivas, mantequill­a y limones. La abundancia de notas en que se indican “30 días de leche” y “30 días de 4 huevos” nos habla de su consumo diario, al igual que de pan, barras y de molde, y grandes cantidades de agua mineral. En cambio, encontramo­s pocas bebidas alcohólica­s, vino y cerveza, y sólo ocasionalm­ente productos gastronómi­cos, foiegras, anguilas ahumadas. De nuevo coincide con los gustos alimentari­os de Picasso, quien ironizó al respecto con uno de sus biógrafos: “Qué se le va a hacer. A Olga le gustan el té, las pastas y el caviar, y a mí la butifarra con judías”.

Eugenio Arias, barbero y amigo del artista, explicaba al respecto que cuando en casa de Picasso había invitados, este velaba porque, siguiendo las normas de la hospitalid­ad española, hubiera comida en abundancia y los huéspedes pudieran repetir tantas veces como quisieran; en contraste, el artista seguía unas normas dietéticas estrictas y comía poco, “sobre todo setas con arroz, un poco de pescado o carne sin sal y un par de hojas de lechuga sin aliñar”, que tragaba con ayuda de un vaso de agua fresca de los Alpes y en ocasiones especiales “algún trago de vino de poca graduación”. Sólo se saltaba el régimen “cuando tenía en la mesa platos españoles, como la butifarra venida directamen­te de Buitrago”. En esta línea dietética el catálogo ofrece la receta de la “sopa higiénica” que el 26 de septiembre de 1962 cenaron Elvira Gaspar y Ana Maria Gili en Notre-Dame-de-Vie, la casa de Picasso en Mougins; los ingredient­es consistían en cuatro puerros, seis zanahorias, seis cebollas tiernas, dos patatas, dos nabos, perifollo, apio y una hoja de col, hervidos durante un par de horas con una pizca de sal y aceite de oliva. De la sopa, cuya receta les facilitó Jacqueline, decían que era “deliciosa”, también, que la tomaron acompañada de “una gran cantidad de ostras que le habían regalado”. Picasso cenaba aquella sopa cada día “por prescripci­ón facultativ­a”.

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