Zenobia Camprubí y Marga Gil Roësset
Hay historias del mundo de la cultura tan intensas y singulares que han sido recreadas en formatos muy distintos. Cada semana proponemos una de ellas a recuperar en este verano del 2018.
Las dos mujeres que amaron desmesuradamente a Juan Ramón Jiménez pagaron un alto precio por ello.
La canción. En la genial Nuestros poetas, Astrud cantaba: “Qué malos son, qué malos son/ nuestros poetas, qué malos son/preguntadle a la viuda de Alberti/ si pudiera hablar Zenobia/ si estuviera vivo el bendito padre de Jorge Manrique”. En efecto, la historiografía moderna no ha sido amable con el autor de Platero y yo.
Los libros. Alfaguara acaba de publicar Nosotras, una reedición ampliada de las Historias de mujeres de Rosa Montero, que incluye un capítulo dedicado a Zenobia Camprubí. Nacida en Malgrat de Mar en 1887, hija de un catalán y un puertorriqueña, fue una niña precoz y culta a la que llamaban “la americanita” (su lengua materna era el inglés), estudió en Columbia y se afilió al famoso Lyceum madrileño y al Club de Mujeres Feministas, tradujo a Rabindranath Tagore y escribió durante dos décadas unos diarios, que Alianza recopiló en un estuche en 2006. Los escritos permiten asomarse a la desdichada vida literaria de posguerra y a la aún más catastrófica dinámica de un matrimonio al que hoy el psicoléxico actual tacharía de “codependiente”. Excepto que uno de los dos miembros era bastante más dependiente que el otro. Jiménez no sólo debía su sustento material a su mujer, que tuvo una tienda de muebles en Madrid y alquilaba pisos a extranjeros (las preocupaciones económicas son una constante en los diarios), también le tenía arrendada toda su existencia, tanto para que le dieran de comer como para que le mecanografiaran los poemas. “A Juan Ramón no se le puede dejar solo en absoluto ¡Es queridísimo aunque me tiene loca!” escribió ella, que admitía haber aparcado sus ambiciones literarias. Al final, ese “no dejarle solo” le costó literalmente la vida. Cuando le detectaron un tu-
mor, no se ingresó para tratárselo por no descuidar a su marido y finalmente no viajó a Estados Unidos, donde vivía su familia, por la misma razón. El tumor le causó la muerte en 1956, tres días después de que a Juan Ramón le concedieran el Nobel de Literatura.
La web. La profesora Ana Serrano mantiene desde 2003 un completo recurso digital (lo más rápido es buscarlo en Google) dedicado a Marga Gil Roësset, la ilustradora, fotógrafa y escultora que se suicidó a los 24 años, enloquecida por su amor a un Juan Ramón casado y que le sacaba 30 años. Lo curioso es que, antes de idolatrarle a él, Gil admiró a Zenobia por sus traducciones de Tagore y fue mientras hacía un busto de ella cuando conoció al poeta. Se cree que un dibujo que hizo a los 13 años para un libro de su hermana Consuelo inspiró
El principito de Saint-Exupéry. La Fundación Lara rescató hace tres años sus febriles diarios (repletos de febriles puntos suspensivos) y su sobrina, Marga Clark, publicó en el 2002 Amarga luz (Circe), una novelización de la corta vida de la artista. Tanto ella como Ana Serrano, también familiar indirecta, tuvieron que desbrozar el espeso silencio que había en casa sobre la frágil Marga.
La escultora Roësset conoció a Juan Ramón Jiménez mientras hacía un busto de su mujer, Zenobia