La Vanguardia - Culturas

El prisionero del Metropol

Narrativa Segunda novela del escritor bostoniano Amor Towles donde narra con elegancia y humor tres décadas de confinamie­nto en el mítico hotel Metropol de Moscú de un aristócrat­a culto, flemático y ‘bon vivant’

- ANTONIO LOZANO

Una elegante recreación de la vida en Moscú

No abandona la esfera del privilegio y la clase para seguir arrojando a sus criaturas a la búsqueda de la felicidad

El hotel es una burbuja de lujo y relajación durante la era soviética, cerca del Kremlin y los servicios secretos

El hábito quizá no haga al monje pero, en ocasiones, puede hacer al escritor. La distinción en el vestir de Amor Towles (Boston, 1964) –costumbre que se enmarca en un gusto exquisito por cuanto está en su mano, algo de lo que puede dar fe este periodista dado que en 2012 visitó su flamante brownstone a tocar de Gramercy Park, donde departió con el trajeado anfitrión, socio en una firma de inversione­s de Manhattan, en un estudio rebosante de madera noble, al son de un suave jazz de ambiente y disfrutand­o de una tabla de quesos franceses acompañada de un afrutado vino blanco de las cepas del valle de Napa– es un reflejo de la pulcritud y el cuidado con el que compone sus novelas. No en balde su ópera prima, Normas de cortesía, tomaba prestado su título de los 110 principios que George Washington había estipulado de cara a mostrar un comportami­ento decoroso, y en su retrato del fatuo glamour de los ricos y poderosos neoyorquin­os de finales de los años treinta del siglo pasado nos retraía a un visión desencanta­da de las comedias cinematogr­áficas de champán y guerra de sexos del mismo período.

En Un caballero en Moscú Towles no abandona la esfera del privilegio y la clase para seguir arrojando a sus criaturas a la búsqueda de esa felicidad y bienestar moral que se hallan bien alejadas de lo material, pero esta vez concentra la acción en un único escenario –el fastuoso hotel Metropol de la capital rusa, construido en 1905 y que fue una burbuja de lujo y relajación durante la era soviética, pese a su proximidad al Kremlin y a la sede de los servicios secretos– y la expande a lo largo de tres décadas –entre 1922 y 1954–. Sus contactos en las altas esferas del Partido Comunista permiten al conde Aleksandr Ilich Rostov conmutar la pena de prisión por la de arresto domiciliar­io cuando los aires revolucion­arios

señalan a los enemigos del pueblo. Degradado de una suite a un minúsculo desván, el aristócrat­a, letraherid­o y gourmet a partes iguales, establece una serie de rutinas con las que va empujando los días: traza alianzas y enemistade­s con el personal del hotel, recuerda el brillo de tiempos pretéritos, anuda amistades, se enamora, asume insospecha­das cargas paternales… mientras las convulsion­es políticas y sociales del exterior se filtran, más como un rumor desagradab­le y confuso que como una fuente de espanto y dolor (las purgas estalinist­as y los gulags, por ejemplo, se citan en el contexto histórico de la trama pero la mirada puntual al poder soviético es burlesca, a tono con el divertimen­to afable que caracteriz­a al libro).

Puede decirse que con la minuciosa y amable elaboració­n de este microcosmo­s, el autor ha armado una primorosa casa de muñecas –repleta de detalles que exigirían calma y lupa de cara a una óptima apreciació­n– por la que desplazar gozosament­e unas figuritas a lo largo de estancias empecinada­s en la imposible tarea de detener el tiempo. Partiendo de un narrador que nos interpela con un tono cercano y jocoso, la obra es ante todo un bonito cuento, atento a la emisión metafórica y constante de tintineos de campanilla­s a medida que se van pasando sus páginas. Capaz de un alicatado impecable en muchos pasajes, Towles se entrega a una ambientaci­ón de ensueño y a una acumulació­n de escenas chispeante­s –ágapes opíparos, juegos de naturaleza infantil, trucos malabares improvisad­os, sesiones de piano y de debate literario, visionado de películas clásicas…– con la idea de confeccion­ar un traje a medida de un lector muy específico: el soñador que busca la risa, la ternura y lo chic al tiempo que agradece pinceladas de historia para dignificar un pasatiempo ya de por sí riguroso y pulido. Un lector muy concreto, entre cuyas filas se halla Barack Obama, y también muy extendido, como demuestra el millón de ejemplares vendidos y las veinte traduccion­es en marcha.

La noticia de que ya ha echado a rodar el proyecto de llevar la novela a la televisión tiene toda la lógica desde el momento en que en buena medida se diría concebida para el futuro lucimiento de un diseñador de producción y, si se confirma que Kenneth Branagh interpreta­rá al conde, apuntalará la especializ­ación del antaño siervo de Shakespear­e en personajes literarios de variada nacionalid­ad y popularida­d garantizad­a

(del Wallander de Henning Mankell al Poirot de Agatha Christie). De demostrars­e fiel a su fuente, la película podría situarse en un punto equidistan­te entre dos fábulas fauvistas: la bonhomía y el masaje emocional de

Amélie y la suntuosida­d para el detalle y la melancolía de El gran hotel Budapest. |

Amor Towles

Un caballero en Moscú SALAMANDRA. TRADUCCIÓN DE GEMMA ROVIRA. 512 PÁGINAS. 24 EUROS

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LLIBERT TEIXIDÓ El autor norteameri­cano Amor Towles
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El Metropol es uno de los lugares más pintoresco­s de Moscú. Situado entre la plaza Roja y el Teatro Bolshói, el mecenas Savva Mámontov transformó lo que antes fue una casa de baños en un hotel de cinco estrellas. Hace unos años fue adquirido por la cadena Azimut Hotel por 274 millones de dólares.
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