“La cárcel no corrige la violencia de género”
La antropóloga Rita Laura Segato (Buenos Aires, 1951) es una de las voces más respetadas del feminismo contemporáneo. Profesora de Bioética en la Cátedra Unesco de la Universidad de Brasilia, es autora, entre otros títulos, de Contrapedagogías de la crueldad (Traficantes de Sueños, 2018). En Barcelona, además de debatir con estudiantes de secundaria e impartir un seminario en el CCCB, conversará con la escritora Gabriela Wiener en la plaza Joan Coromines.
Usted considera que la violencia machista está instaurada en la estructura de la democracia.
El fracaso de las políticas de cuño patriarcal, siempre con su objetivo de la toma del Estado, por la guerra o por la política, y la acumulación de fuerzas a cualquier precio, ha mostrado por todos lados su fragilidad. Y han fracasado en todas partes.
¿Estamos, sin embargo, ante un cambio de paradigma? ¿Es correcto hablar de una feminización de la política?
Estoy convencida de que existe un verdadero traspase de la política en clave masculina a una política en clave femenina. Masculino y femenino para mí son nada más que dos historias, dos experiencias acumuladas en el tránsito histórico por dos posiciones en la división del trabajo de los espacios vitales, pero que de ninguna manera significan cuerpos, pues la biologización, en el sentido en que la comprendemos hoy, viene a suceder mucho más tardíamente. Habrá que estar muy atentas para aportar palabras y retóricas que den forma a lo que se está gestando.
En sus ensayos vincula la ‘pedagogía de la crueldad’ al capitalismo.
Defino la pedagogía de la crueldad como todos aquellos gestos que nos habitúan a transformar la vida en cosa. Es por eso que considero el prostíbulo contemporáneo, y todas sus variantes, la escuela por excelencia para la pedagogía de la crueldad. Justamente en esa escuela de la cosificación de la vida se formatean los sujetos aptos para las formas de la guerra contemporánea y para las tareas de esta fase apocalíptica del capital. Es un capitalismo de dueños de la vida, en el que la ficción institucional se hace pedazos, y que ha caído por tierra en muchas partes del planeta. Es necesaria una personalidad de estructura muy poco empática para adaptarse a los valores de la teología del capital: competitividad, cálculo coste-beneficio, productividad, acumulación y concentración. Estos han dejado de ser simplemente valores para transformarse en dogma.
Sabemos que la mayoría de los hombres que acuden a un burdel lo hacen en grupo. ¿Qué significa simbólicamente esa suerte de ritual?
La visita conjunta al burdel, así como la violación colectiva, son autorreferenciales, narcisistas, y construyen el espectáculo de la potencia ante los propios ojos y ante los ojos de los otros hombres. La corporación masculina luego se replica en otras esferas: las mafias, los sicariatos, las pandillas, las policías, las fuerzas armadas, el poder judicial… Hay, en el presente, una especie de hipertrofia corporativa en muchos ámbitos. Lo vemos en el bullying, por ejemplo. Es una pena que, en algunos casos, las mujeres también lo estamos imitando, colocando los valores y modelos de masculinidad como meta para nosotras también.
No sé si conoce el caso de ‘La Manada’. La sentencia y la puesta en libertad de sus miembros ha provocado un gran escándalo. Usted, de todos modos, defiende un feminismo anticarcelario.
Sin duda, La Manada representa un caso paradigmático de lo que estamos hablando. Creo que las sentencias de jueces son ejemplarizantes. Es absolutamente esencial que la sociedad comprenda que casos como este son tratados con severidad y desaprobados enfáticamente por parte de figuras beneméritas de la sociedad. Pero no es la cárcel lo que corrige la violencia de género. Es en la base donde hay que actuar para corregir el problema. Es necesario trabajar en la sociedad, porque, al final, la violación es una acción en sociedad.
Atribuye la violencia al ‘mandato de masculinidad’, basado en la dominación. Pero también afirma que el hombre suele ser una víctima.
Creo que el hombre es la primera víctima del mandato de masculinidad. Como también creo que lo acata dócilmente sin percatarse de cuánto y de qué formas lo victimiza. El hombre es dócil frente al mandato corporativo, sin ponerle nombre ni revisarlo, y el daño que recibe, que es inmenso, acaba repasándoselo a la mujer que tiene al lado. Es dañino porque es férreamente jerárquico.
¿También el hombre está luchando para liberarse del patriarcado?
Muchos hombres están desmarcándose del mandato, desplazándose hacia fuera. No sólo en sus prácticas sexuales, sino sobre todo en las afectivas, y en sus proyectos de felicidad. Debemos dejar de pensar que los hombres colaboran con el feminismo, o son
aliados del movimiento de las mujeres. Muy por el contrario, somos nosotras quienes los estamos ayudando en su lucha contra el patriarcado, por la liberación masculina de un yugo infernal, como es la obligación de la exhibición de potencia y control sobre la vida y los cuerpos todos los días y sin descanso.