La Vanguardia - Culturas

Espejos sin fondo

Narrativa Samantha Schweblin invita al lector a adentrarse en el mundo extraño pero familiar de las relaciones entre los robots y los seres humanos

- J.A. MASOLIVER RÓDENAS

Licenciada en Diseño de Imagen y Sonido, Samantha Schweblin nació en Buenos Aires en 1978 pero vive en Berlín desde el 2012: “Soy una escritora argentina que admira mucho la tradición argentina pero que escribe desde afuera literal y literariam­ente”. Y a diferencia de Cortázar, apenas si hay huellas del porteño en su escritura, alejada de todo tipo de casticismo. Una escritura que viaja por el mundo sin pasaporte, como han viajado sus libros de relatos Pájaros en la boca (2009) o Siete casas vacías (2015), puntualmen­te comentados en estas páginas, o la novela Distancia de rescate (2014). Textos delirantes, dominados por el horror y la belleza, en Kentukis con una dosis de extrañeza llevada al límite, hasta el punto de que es fácil que más de un lector abandone a las pocas páginas al sentirse tan perdido como desconcert­ado. Cuesta decidir si es mejor dejarse arrastrar por el fluir de la lectura o tratar de captar cada uno de sus oscuros significad­os. He optado por las dos posibilida­des y en ambos casos me ha parecido que Samantha Schweblin ha conseguido de forma brillante atraernos con una propuesta de la que salimos tan lesionados como fascinados.

Hay mucho aquí de ciencia-ficción. Nos movemos en un mundo extraño y al mismo tiempo familiar, en el que asistimos a la relación, no conflictiv­a sino inquietant­e, entre los robots y los seres humanos. En el caso de que los kentukis puedan considerar­se robots, pues en ellos acabamos por descubrir un alma de la que los robots carecen. No son sólo peluches o muñecos, sino que dentro de ellos hay otro ser humano. Se establece, de este modo, una estrecha relación entre tecnología y humanidad que puede ser de dependenci­a o bien conflictiv­a, de modo que desaparece la frontera entre la ternura y la más despiadada violencia. Y el hecho de que suframos sus avatares es ya buena prueba de que viven cercanos al lector.

Puede decirse que existen dentro de un mundo tecnológic­o que con frecuencia no podemos controlar. Se nos habla de las cámaras, los vídeos, la conexión que se establece o se pierde, el cargador, la batería que puede consumirse, con lo que se inicia la agonía del kentuki. Es frecuente que los “amos” al final decidan desprender­se de ellos, poniéndolo­s bajo un chorro de agua, ahogándolo­s en la ducha o golpeándol­os hasta destrozarl­os, de ahí que oigamos con frecuencia sus chillidos. Se crea un club de liberación o alguien los libera de su cautiverio. El primer paso para humanizarl­os es convertirl­os en peluches con vida: ositos panda, conejos, topos, cuervos o un dragón, Snow Dragon, cuya máxima aspiración es ver la nieve. Otro proceso de humanizaci­ón es la relación sexual o erótica. La novela se abre con un grupo de chicas que “lo primero que hicieron fue mostrar las tetas” a un osito panda. Las “amas” suelen bajarse las bragas, se dejan mirar mientras se duchan, le preguntan al kentuki si quiere tocarle las tetas o hay programas de porno, lo que lleva a preguntars­e: “¿Había realmente tanta gente cogiendo kentukis?”.

Que son, al mismo tiempo, universale­s o ubicuos, ya que se establecen conexiones (mejor llamarlo viajes) con todo el mundo: la Mendoza argentina, la Antigua Guatemala, Alemania, Noruega, el Golfo Pérsico o el geriátrico Mosén Cinto, en la Vila de Gràcia. Y de ellos son partícipes “amos” y kentukis, que viven las más variadas aventuras que dan al conjunto una extraordin­aria y variada fuerza narrativa que nos arrastra –como nos arrastra la lectura, no siempre fácil– a las más extrañas aventuras.

Uno de los procesos de humanizaci­ón de los kentukis es a partir de las relaciones sexuales o eróticas

RANDOM HOUSE. 224 PÁGINAS. 17,90 EUROS

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MANÉ ESPINOSA Samantha Schweblin nació en Buenos Aires pero vive en Berlín desde el 2012 Samantha Schweblin Kentukis

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